Y yo, hoy temblaba temiendo lo que encontraría a mi regreso.
Nuevos tiempos recorrían en el país, tiempos de desesperanza, de gritos amordazados, de imágenes que recobraban vida, vida o muerte.
En el silencio que imperaba bajo los puentes, a orillas de las autorrutas, apoyadas sus espaldas en columnas sin sentido, los campamentos de la desgracia habían desaparecido, el vacío me envolvió, las desgarradas telas de plástico ya no jugueteaban con el viento, ya no escribían mensajes pidiendo ayuda al pasante, ya no dibujaban rostros en las nubes, dignos rostros de la desgracia, rostros que existían por un segundo.
Un segundo que atravesaba mi corazón y me regresaba a mi juventud marchando en Las Ánimas junto a los olvidados de la historia para tener un lugar en el cual enterrar sus sueños de una vivienda digna, una vida digna.
Los campamentos se habían desvanecido en San Francisco, frente a Berkeley, en las orillas de autorrutas que apresuraban sus pasos para que las miradas no nos vieran pasar.
Un año antes, una niña, abrazando una muñeca rota, me miró desde un campamento y sin decirme nada en su mirada me dijo: existo, pésele a quien le pese, existo, tengo derecho a una sonrisa, perdón, a dos sonrisas una para mí y otra para mi muñeca rota.
Camino al mar mi corazón sangraba; en el lugar de los campamentos, sucios campamentos que ensuciaban las conciencias, se veía una tierra plana, sin una planta, sin una maleza que indicaba que allí había existido vida, que alguna vez en ella una familia había llamado dormitorio a un viejo colchón, que alguna vez jóvenes corazones se habían abrazado y hecho el amor pensando engendrar el futuro.
Hoy, nada, tierra arrasada cual si una bomba, una maldición eterna, o la cólera de dios la hubiera azotado. En lugar de los campamentos se veía flotando el polvo de la desgracia y de tanto en cuanto, de esa tierra arrasada, una lágrima brotaba del suelo, suspiro de una niña preguntando:
¿Dios, qué he hecho para merecer este castigo?
y su voz trabajó a mi mente:
No me olvides, poeta
en alguna parte, bajo algún puente, a la orilla de un camino, mi cuerpo bajo las ruinas
existe
con mi muñeca rota, existo
existimos
existiremos
A fines de semana santa y de pascua emprendo el vuelo de regreso a mi hogar tarareando
“Dejé mi corazón en San Francisco”
en San Francisco y en Gaza,
¡perro mundo!
*Gustavo Gac-Artigas. Poeta, novelista, dramaturgo y hombre de teatro chileno. Miembro del PEN Chile, PEN América y correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE).