Se supone que era la primera novela de la autora, pero quien lea La casa limón advertirá enseguida que quien la ha escrito cuenta con un dominio de la estructura, la lengua y el manejo de los tiempos que acredita una larga experiencia literaria. Insistir en la sinopsis no es otra cosa que contar lo obvio: la novela nos cuenta una historia de vida cotidiana en los últimos años de la dictadura de los Ceausescu -Corina Oproae nació en Rumanía-, desde la perspectiva de una niña que crece en ese tiempo, que sufre las desgracias de la familia, incluidas aquellas condicionadas por la desgracia de todo el país, y que aporta al lector sus reflexiones sobre ese acontecer. Pero este libro es mucho más que eso. Es, en primer lugar, una novela de personajes. El padre, la madre, la hermana de la protagonista, figuras parlantes observadas desde los ojos de la narradora, son una galería de seres memorables, cuyo carácter, personalidad e historia se narran desde la contención más absoluta, a base tan solo de diestras pinceladas, seleccionadas conversaciones y, sobre todo, tremendos silencios, que son al mismo tiempo, conscientemente o no, metáfora viviente del silencio que impera en las dictaduras. El sufrimiento que transmite la madre sin expresarlo es uno de los muchos puntos fuertes de esta novela de vibraciones. Entre esos personajes se alza el de la niña, la adolescente, la mujer protagonista, que trata reiteradas veces de escapar de una realidad hostil, a veces muy hostil, detrás de una muralla de libros. Su experiencia se convierte tal vez en símbolo de una experiencia generacional, tal vez en testimonio de la historia contada a ras de calle. Es una novela de entramado. Un entramado que se despliega en primer lugar en torno a la familia, pero que se extiende por los distintos círculos que la rodean, el colegio, el trabajo de la madre, la hostilidad del mundo exterior. Como sucede con los personajes, ese mundo se muestra por agregación de figuras que pueblan un paisaje cargado de tristeza. Pero, sobre todo, es una novela de lenguaje. Un texto rico en imágenes audaces, en frases memorables, que en ningún momento precisa recurrir a ningún barroquismo para trasladar la belleza verbal, la sugerencia, la evocación. Como hacen las buenas novelas, La casa limón recoge la herencia de sus mayores, y siendo realista tiene briznas de recursos tomados del realismo mágico, y en otras ocasiones recurre a un hiperrealismo casi fotográfico. No ponemos ejemplos concretos para que quien la lea tenga oportunidad de sorprenderse. Estamos ante un libro que nos presenta una potente y nueva voz narrativa. Los premios literarios no siempre cumplen con la función que tienen encomendada, pero en esta ocasión el Tusquets ha encontrado el punto exacto que lo justifica. En tiempos de inteligencias artificiales, esta voz humana cargada de memoria y de sufrimiento hace lo que nunca hará una máquina: hablarnos con tremenda intensidad de nosotros mismos. Carlos Fortea (Madrid, 1963), ha sido profesor en la Universidad de Salamanca y lo es actualmente en la Universidad Complutense de Madrid. Es autor de las novelas Los jugadores (2015), finalista del Premio Espartaco de la Semana Negra de Gijón, El mal y el tiempo (2017) y El aviador (2023), y traductor de más de 150 títulos de literatura alemana. Por su traducción de la novela Los Effinger, de Gabriele Tergit, obtuvo en 2023 el Premio Nacional a la Mejor Traducción. Su último libro publicado es la novela Tormenta de polvo fino (Nota al margen, 2025).Puedes comprar el libro en:
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