Afirma que la rescaté con mi sable, con mis sandalias aladas, cuando un monstruo marino la amenazaba.
Dice que me enamoré de ella a primera vista, cuando la vi encadenada en una roca cual Prometeo en el Cáucaso.
Dice que soy todo para ella. Y, sin embargo, no puedo olvidarla. Pero no a ella, sino a Medusa… a esa mujer sin igual en todo el espacio sideral.
Guardo su cabeza en mi mente, y también, en esta bolsa mágica. Y aunque su alma exánime está, todavía escucho el siseo de sus mil execrables serpientes que el tiempo, seguramente, callarán.
Y aunque su alma exánime está, NO, no la puedo olvidar.
Hablábamos de absurdos, cuando me descubrí tocando el cerúleo Urano, el perenne éter, la bóveda estrellada, montado sobre un caballo alado que nació de nada más y nada menos de la sangre de aquella fealdad ¿qué sentido puede tener eso?
Y al rozar las nubes, comprendí: sigo pensando en ella. ¿Cómo pensar en un monstruo en vez de pensar en mi amada? Son los absurdos que no se pueden explicar.
No la olvido, y no olvido su confesión, lo que tanto sufrió a manos de Poseidón: violada, abusada y desgarrada por un dios exento de todo juicio, corrupto, impune… que se esconde tras el trinche y el manto de lo divino. Sendos objetos empleados como escudo con el objetivo de tener el poder y justificar lo más atroces oprobios, para posteriormente, quedar libre de todo castigo, de toda culpa, de todo cargo deshonroso.
Siento las nubes en mi rostro, siento la noche, siento la oscuridad vencida por la pálida Selene. Con suerte veré a Eos y sus rosados dedos. Y mientras eso sucede, pienso: los supuestamente etéreos y númenes siempre se aprovecharon de los mortales, de los y las vírgenes —no solo de musas y ninfas, sino también de caballeros y mancebos—, de la inocencia de los pueriles, de la inocencia del débil. Y nunca han sido penados.
Por otro lado, en mi búsqueda de la solución del anagrama, pude ver la bondad y la nobleza de aquella otrora hermosa, ¡qué digo hermosa! hermosísima mujer. Pude ver más belleza en su ser que en mi misma señora. ¿Cómo es posible ver más belleza en una Górgona que en una noble esposa?
Vi también su dolor, vi su llanto, vi su rabia, vi su sed de venganza.
Vi su deseo de morir ante la injusticia de un mundo que premia a los poderosos criminales y castiga el lamento de los inocentes.
Un mundo donde los absurdos — el caos — se convierte en norma: un Pegaso nacido de una cabeza, un héroe que vuela con sandalias, dioses crueles que corrompen y se corrompen con sus más bajos deseos, precisamente, como algún día un marqués sádico se imaginó. Aunque caigamos en otro absurdo, en un sinsentido, en un anacronismo infinito.
Y caemos así en un mundo cruel, impune, engañoso, dominado por unos cuantos que nosotros mismo elegimos como reyes, dioses, o en su defecto, representantes de los dioses. Seres que nos rigen desde arriba, ya sean olímpicos o mundanos, inmortales o sanguíneos, pero la mayoría, con esas felonías que solo nos llevan a las umbrías.
Como mencionaba un poeta, lo admirable de todo ello, es que sigamos luchando, viviendo, gozando y creando belleza, en medio de tanta vileza…
El tiempo ha pasado. Por hoy y por los siglos venideros, seré un héroe por matar a una inocente.
Si hubiese sido consciente en su momento, hubiese cortado otra testa y no la de la casta medusa, la pobre funesta.
El anagrama, completo, por fin se aprecia.