El autor se ha ido transformando en un auténtico especialista en Roma, y en todo lo que significó, sobre todo, la República de la urbe de río Tíber. Este aserto lo deja nítidamente claro en el prólogo, valga el pleonasmo: “La historia me fascina y, aunque me entusiasmo fácilmente casi con cualquier época o tema, los romanos siempre han ejercido sobre mí una atracción especial -como sabrán quienes estén familiarizados con mis escritos”. En este estupendo libro el autor nos acerca a dos imperios siempre enfrentados, y en que casi siempre las derrotas estruendosas lo serían para los romanos. Estoy hablando de los partos o de los persas sasánidas. Lo paradójico del hecho es que Goldsworthy ha utilizado las fuentes no romanas, y así nos ofrece una perspectiva diferente de aquel enfrentamiento que, posiblemente, conllevó el magnicidio de Gayo Julio César en las idus de marzo del año 44 a.C. Los partos fueron un pueblo nómada, que aparece en el siglo III a. C. en Mesopotamia; durante más de trescientos años fueron vecinos molestos del SPQR, bien como imperio o como república previa, y cuando desaparezcan serán substituidos por los persas sasánidas, quienes estarían otros cuatrocientos años más, y asimismo en colisión política constante con Roma. Ninguno de los dos imperios sería conquistado por las legiones del SPQR, y ambos estados pudieron derrotar ampliamente a Roma, hasta tal punto sería así que el hecho bélico se podría calificar como de devastador para los intereses de los romanos. «La encarnizada rivalidad entre dos de los mayores imperios del mundo antiguo -el persa y el romano- marcó el auge y el derrumbe de ambas potencias. El Imperio romano dio forma al mundo occidental en una extensión que iba desde el norte de Britania hasta el Sáhara y desde la costa atlántica hasta el Éufrates. Sus legiones y sus leyes llevaron la paz y la prosperidad hasta los confines del mundo conocido. Unos límites representados por una poderosa civilización que les hizo frente desde Oriente, donde los Imperios parto y persa dominaban las grandes rutas comerciales. Por allí había pasado Alejandro Magno, creador de un sueño de gloria y conquista que seduciría por igual a griegos y romanos. Y allí cayeron los César, Marco Antonio y una larga sucesión de emperadores intentando emular la aventura del gran conquistador. Fue en Persia donde Roma detuvo su expansión. ‘El águila y el león’ se sumerge a través de la poderosa prosa de Adrian Goldsworthy, uno de los historiadores más prestigiosos del periodo, en el choque de estas entidades todopoderosas que cruzaron sus destinos en un rompecabezas que ninguna supo resolver durante siete siglos. “Un relato amplio y panorámico de la primera gran rivalidad entre superpotencias: el relato definitivo”». En el año 160 d.C., el emperador Antonino Pío, en el final ya de su devenir vivencial, gobernaba un imperio de una enorme amplitud entre la costa atlántica hasta el Rin y el Danubio, y desde el norte de Britania hasta el desierto del Sáhara y el río Éufrates. “Según una estimación más bien conservadora, en este territorio vivían unos sesenta millones de personas, lo que quizá constituía una quinta parte de la población mundial en aquella época. Estas personas no eran todas iguales, pues existía una gran diversidad entre regiones y provincias en cuanto a lengua, creencias y rituales, basados a menudo en tradiciones anteriores a la llegada de Roma. No obstante, todas estas partes eran, obviamente, Imperio romano, con su moneda, sus leyes, sus instituciones de gobierno (por lejanas que estuviesen) y muchos aspectos de una cultura común que se extendía incluso a la moda en el arte, la comida, la ropa y los peinados. Se trataba de un vasto estado -más aún en una época de lentitud en las comunicaciones- que duró mucho tiempo antes de entrar en declive y caer. A finales del siglo IV, la mayor parte de las tierras que había gobernado Antonino Pío seguían bajo dominio romano, aunque en algunos casos solo fuese por poco tiempo y el imperio se encontrase dividido en dos mitades, la oriental y la occidental. Cien años más tarde, el Imperio romano de Occidente había desaparecido. El Imperio de Oriente sobrevivió otros mil años, aunque muy reducido en tamaño en sus últimos estadios. Comprender cómo y por qué cayó finalmente el Imperio romano es una cuestión importante, ya que había tenido un enorme éxito durante un periodo muy prolongado”. Cuando se destruyen o se absorben otros imperios, Roma no puede metabolizarlos, y por ello su derrota será una especie de falsa catarsis, y sobre todo el traumatismo psicológico y socio-político que supuso para hasta casi tres generaciones la derrota del gran régimen, pero tan antagónico, como fue el de Cartago. Tal es así la cuestión que siempre se ha especulado, en multitud de libros, casi ya desde Polibio o Tito Livio, que hubiese ocurrido en Europa si Aníbal Barca “el Grande” se hubiese arriesgado a cercar o asediar a la urbe capitolina, tras la gran victoria de los púnicos en las tierras regadas por el río Ofanto/Aufido, el día 2 del mes de agosto del año 216 a. C., en la batalla de Cannas, en la que el comandante de la caballería númida y primo-carnal de Aníbal, Maharbaal le recriminó no arriesgarse a acabar con Roma. Con todo ello la idiosincrasia romana se fue imponiendo al resto de las formas de ser de los pueblos que iban derrotando y provincializando, cambiando su evolución. “La cultura griega se transformó en cultura grecorromana y la Iglesia cristiana, sobre todo en sus formas católica y ortodoxa, fue moldeada por la sociedad romana”. Está claro, y es notoriamente conocido, que aquella ciudad del Tíber, luego transformada en Monarquía, República, Principado e Imperio, siempre solía estar en guerra, ya que su identidad pretendía ser impuesta al resto de los pueblos que conocía y, como es de rigor, estos se defendían guerreando con los romanos. Pero, todo ello tenía lugar lejos del hinterland de la urbe capitolina, y entonces se hablaba en el Foro de Roma de la Pax Romana; hasta tal punto es así la cuestión que en los contados momentos en que no había guerra, se cerraban de forma ceremonial las puertas del Templo de Jano en Roma, la diosa de las dos caras, una mirando al frente y otra hacia atrás; la cual daría origen al mes de enero por ser el comienzo del año político y religioso. En el momento histórico de los Antoninos, dinastía conformada por Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío, Marco Aurelio/Lucio Vero y Cómodo, los enemigos regionales eran ya muy pequeños, y poco peligro representaban para Roma. Por lo tanto, ninguno de esos adversarios tuvieron ya poder bastante, como para crear algún tipo de problema a Roma. Las tropas militares de Antonino Pío son 350.000 soldados, lo que representa 1 de cada 170 habitantes imperiales. En este preámbulo, se pretende que sirva para la aproximación al resto de una obra sobresaliente, sobre los partos-persas y los romanos. «Romani ueteres peregrinum regem aspernabantur». Puedes comprar el libro en:
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