www.todoliteratura.es

Ángel Silvelo

10/06/2023@16:55:00
La literatura es el sueño que acunamos de pequeños, por necesario a la hora de reivindicar nuestros recuerdos. La vía de escape del infierno diario que nos consume, y que nos evita ser nadie. El camino que transitar en busca de uno mismo y de la libertad que desconocemos, pero a la que tenemos que dar forma. El niño que se convierte en adolescente. Y el adolescente que regresa una y otra vez a la niñez son las opciones narrativas que Francisco Umbral emplea en Las ninfas (Premio Nadal, 1975) en la que nos muestra la semblanza y la forja de un escritor que, abandona los sueños que tiene en su habitación azul, para iniciar su particular andadura vital en la ciudad de provincias en la que vive (su Valladolid enquistado).

¿Es necesaria la poesía en el siglo XXI, sobre todo, cuando muchos poetas claman que está muerta? ¿Es posible salir de los márgenes de la prisión que representan las pantallas de nuestros móviles para dejar a un lado el mundo visible y acercarnos al misterio? Palabra y lectura frente a imagen y silencio. Un silencio que marcha muy lejos del misterio como fuerza posibilitadora de la pérdida de la identidad real. Aquella que ahora nos marca el camino de una forma totalitaria. Ver. Pensar. Pararse. Y contemplar.

¿Existe el mundo? ¿Acaso existen las palabras? ¿Qué certeza tenemos sobre la materialidad de los libros? Quizá todo sea un sueño. Sueño eterno el que transita y transige los límites de nuestra propia vida para convertirla en algo distinto y, sobre todo, en algo ajeno, público y real.

Amor y deseo unidos por la melancolía de lo no poseído. Ensoñaciones del cuerpo que no conocemos. De la virtud que nunca allanaremos. Del impulso de llegar a amar por encima del miedo. A nosotros. A lo desconocido. Al otro. Estos versos nacidos de la pasión por el lenguaje, que no de la experiencia, son con los que Stefan Zweig comenzó su carrera literaria.

Por mucho que nos miremos en un espejo la percepción de la vida que transcurre tras él nos está vetada de antemano, casi tanto como el reflejo que de nosotros mismos nos es devuelto. A pesar de ello, día a día luchamos contra esa volatilidad nuestra como ente físico que transita entre realidad y ficción a modo de mensaje onírico; un espacio indefinido que nos persigue por mucho que intentemos obviarlo.

¿Qué hay tras la línea del horizonte que divide a la realidad de los sueños? ¿Hay esperanza más allá del impenetrable —por aburrido—, día a día que monótono consume nuestras vidas? El ser humano se caracteriza, entre otras cosas, por necesitar del poder de la esperanza. Una especie de pócima que le renueve las ganas de sentir, de ser, de hallarse a sí mismo, o de felicitarse por el mero hecho de estar vivo.

Antes de que Leteo se lleve por delante toda nuestra vida, nos queda una última posibilidad de intentar vencer al olvido: una de ellas es la de dejar un testimonio escrito de ese adiós. Como nos dice Marguerite Duras en Nada más: «Escribir es hablar y callar». Y ella lo hizo.

El viaje y su posibilidad de exploración del mundo; un mundo tanto exterior como interior. El viaje como un mundo de mundos en el que cabe la geografía, la literatura, las corrientes del pensamiento y, sobre todo, la reflexión. Reflexión y expiación de los no lugares de nuestras vidas que se van sobreponiendo en nuestra mente como espacios que revisitar una vez ha concluido nuestro peregrinaje.

Explorar la vida. Vomitarla en forma de renglones torcidos que se rebelan contra nuestra idea del mundo, y de esa felicidad que siempre hemos creído que nos sostenía. Alabar esa dicha que se nos hace presente en el recuento de unos días que ya no volverán. Ese pasado, y sus condiciones, que se vuelcan sobre nuestras experiencias vividas, y sobre los recuerdos que éstas nos producen cuando nos alejan de la verdad.

¿Qué sentido tiene en la actualidad reivindicar la poesía de un poeta muerto hace más de doscientos años? ¿Cabe quizá la esperanza de que, la melancolía inalcanzable de su obra, nos lleve a ese lugar donde la incertidumbre y el misterio coronan a la vida? La inteligencia artificial (IA) nos amenaza con la tiranía de una tecnología que socava nuestra imaginación y la posibilidad de explorar algo tan genuino y humano como es la libertad. ¿Merece la pena vivir sin libertad? ¿Sin un verso como éste: la belleza es verdad, la verdad belleza, eso es todo lo que sabes de este mundo, y todo lo que necesitas saber?

¿De qué estamos hechos? De cuerpo y alma. De opacidades y sombras. De realidades y sueños. De miradas y sus reflejos. Y, a pesar de todo, ¿qué somos?, quizá sólo seamos el polvo que se lleva el viento, o la soledad que nuestra muerte deja en nuestros seres queridos. ¿A quién cabe la destreza de avanzar por la difusa línea que marca la imposibilidad de lo posible y transformarla en una epopeya sobre la posibilidad de lo imposible? Quizá a nadie. Quizá a unos elegidos. Quizá a esos dioses perdidos que muy de cuando en cuando se convierten en hombres de carne y hueso.

El mundo puede ser tan grande como uno sea capaz de imaginar, pero también tan pequeño como uno necesite. Esa distancia entre imaginación y sentimiento es la que utilizamos las personas para sobrevivir y crearnos un universo propio donde cada uno de nosotros pone sus límites y sus reglas. Límites y reglas que, en el caso de los artistas, acaban plasmando en sus obras. Manifestaciones que surgen de la necesidad de reinterpretar lo que somos y lo que nos gustaría ser. El todo y la nada. La luz y la oscuridad. El yo y el otro.

¿Cuál es la última intención de aquel que escribe? Quizá sea la de atrapar el silencio, y así, destronar al ruido y al eco que nos gobiernan. Ruido y eco como símbolos de lo ajeno. De todo aquello que nos perturba y distrae, pero también de la sima de lo propio. Por inabarcable. Por profunda. Por secreta y silenciosa.

La posibilidad de volver a ver lo que ya no existe es uno de los trucos de magia que nos regala la vida y el mundo del arte. La esencia de la que estamos hechos anhela aquello que fuimos por mucho que nos resulte doloroso, o incluso, cuando tan solo viene acompañado por la melancolía. Una saudade que percibimos tras la fina tela del paso del tiempo.

Caminos y metas que nunca llegamos a transitar o culminar. Sueños que se entremezclan con la verdad sin saber que serán aniquilados por la tenacidad y el herrumbre del día a día. Ahí, donde el despecho del destino se convierte en una tortura: la de la sinopsis de nuestra vida. Vida suspendida de las sombras del olvido. Sombras que deambulan por la pradera de los recuerdos y se tropiezan con la recuperación de la memoria. ¿Quién dijo que en el pasado estaba la solución?