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Rafael Balanzá
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Rafael Balanzá (Foto: Amelia Alberola)

Entrevista a Rafael Balanzá: “No nos amamos lo suficiente”

Autor de “Muerte de atlante”
jueves 14 de marzo de 2024, 18:17h

Rafael Balanzá acaba de publicar la novela “Muerte de atlante”, un thriller psicológico que se desarrolla en medio del océano Atlántico. El comienzo de esta obra no puede ser más impactante. En un barco que se dedica a filmar el fondo marino en busca de restos del continente de la Atlántida, aparece una de las seis personas que van en el barco muerta en su camarote. Desde ese momento, todos son sospechosos y desconfían entre ellos.

Muerte de Atlante
Muerte de Atlante

El autor, residente en Murcia, ha publicado al menos siete libros, seis de ellos novelas. Con “Los asesinos lentos” se hizo merecedor del legendario premio Café Gijón. Ahora acaba de publicar su nueva obra en la editorial Algaida. También colabora en nuestras páginas con un artículo bimensual que siempre capta la atención de nuestros lectores por su arriesgada originalidad. “Muerte de atlante” es una novela que no se la deberían de perder.

¿Qué le motivo para escribir una novela como “Muerte de Atlante”.

Creo que esta novela viene del dolor provocado por una reflexión que cabe en una brevísima sentencia: no nos amamos lo suficiente. El último verso de la última canción del Abbey Road de The Beatles contiene una verdad simple y pavorosa: And in the end, the love you take is equal to the love you make. Digo pavorosa porque nuestra capacidad de amar es muy limitada y nuestra necesidad de amor infinita. Y esa brecha no hay quien la cierre. George Harrison se refugió en Dios al final de su vida, y creo que eso le ayudó a morir. John Lennon, en cambio, dijo: “Dios es un concepto por el que medimos nuestro dolor”.

¿Cómo surgió la idea que prendió la chispa para escribir la novela?

Cuando era un chiquillo me angustiaba mucho la idea de la muerte, creo que a Woody Allen le ocurrió algo parecido. Sin embargo, ahora, pasado el meridiano de la vida, lo que más me angustia es nuestra frialdad, nuestra insuficiencia en el amor. Los protagonistas de esta historia son dos hombres que necesitan ser amados pero que están repletos de rencor; tal vez uno un poco más que el otro. Ninguna Atlántida pasada o futura puede hacer felices a los seres humanos si no son capaces de amarse. Esa idea de la felicidad inalcanzable en relación con el mito platónico de la Atlántida es el núcleo de la novela. A partir de ahí, sólo había que meter a los 6 personajes, dos mujeres y cuatro hombres, en un barco y ponerlos en medio del océano para ver qué pasaba.

Comenzar la novela con un asesinato, ¿supone un acicate para que los lectores no puedan abandonar el libro?

Parece que el thriller está ahora de moda, pero en realidad el crimen es el motivo más antiguo de la historia de la literatura, desde Caín y Abel hasta la tragedia ática o Shakespeare. Si presentas a un personaje dormido puedes suscitar algún interés, claro, jugando con elementos sugerentes o describiendo un lugar inquietante, por ejemplo. ¿Quién es? ¿Qué ocurrirá cuando despierte? Pero, por supuesto, nunca estimularás tanto al lector como si le presentas un cadáver.

La palabra feminicidio era un término que gustaba usar doña Emilia Pardo Bazán, muy interesada también en crímenes truculentos, ¿qué hubiera opinado ella de “Muerte de Atlante”.

Me avergüenza mucho reconocer que he leído poco a doña Emilia. Desde luego no tanto como a don Benito, quien fue el gran amor de su vida. Aunque sí recuerdo algunos relatos breves (por ejemplo, “La advertencia”) que me parecieron de una gran perspicacia psicológica. Quiero pensar que le podría haber gustado mi novela, sí. El personaje de Esperanza es bastante fuerte, de una feminidad poderosa e insumisa como la que ella reclamaba.

La vida de un grupo, durante largo tiempo, en un espacio tan reducido como un barco augura enfrentamientos casi siempre. ¿Conflicto de roles, no asunción de la autoridad, necesidad de sobresalir…? ¿Qué destaca el autor?

Sí… la humanidad es una especie de fractal. En todos los grupos grandes o pequeños, en todas las épocas y lugares se dan las mismos tipos psicológicos básicos, aunque luego los matices son infinitos y cada individuo es singular. Estos 6 personajes, en cierto modo, pueden representar a la humanidad entera.

Escribir una trama en un espacio tan enclaustrado, ¿qué inconvenientes tiene?

En este caso, no me ha resultado tan complicado administrar el espacio como el tiempo. En unas 12 horas tenían que pasar muchas cosas y, además, los dos protagonistas debían viajar a su pasado y recordar toda su vida hasta ese momento. Se trata de dos analepsis en tiempo real. Quiero decir, que el tiempo del relato –y el de la lectura- coincide con el que necesitan los dos personajes para su introspección. Había que ajustar los dos puntos de vista para que los solapamientos (la comida, por ejemplo, que está contada dos veces) resultaran congruentes y verosímiles y todas las coincidencias funcionaran cronométricamente.

¿La historia de la travesía es tan solo un pretexto para profundizar en las relaciones que se establecen en un grupo pequeño “condenado a convivir estrechamente”?

Claro, una travesía marítima y el reducido espacio de un barco relativamente pequeño funcionan como catalizadores de las emociones y de las acciones de los personajes.

“Somos algo entre lo infinitamente grande y lo infinitesimalmente pequeño”

La idea de claustrofobia, de aislamiento de otros humanos, la incapacidad de escapar, son elementos que provocan desasosiego ¿qué emociones quiere provocar en el lector?

El aislamiento en el barco representa al final el aislamiento cósmico de la humanidad. Sin caer en spoiler, creo que eso queda patente en la última frase de la novela. Es una idea muy pascaliana. Vivimos en un lugar muy pequeño si tenemos en cuenta los abismos del universo, las magnitudes del espacio exterior. Somos algo (la portée de Pascal) entre lo infinitamente grande y lo infinitesimalmente pequeño. No somos lo suficiente para bastarnos a nosotros mismos, ni somos tan poco como para que no merezca la pena indagarlo. Hay un sentimiento de carencia fundamental con el que nacemos y del que no nos libramos en toda la vida. El llanto de un bebé ya es una protesta y encierra una pregunta. Morimos abrazados a esa misma pregunta, que no admite una respuesta terrenal, ya sea filosófica o científica.

Piensa, como Adrián, que la realidad es una trampa sádica.

Adrián, evidentemente, es mi portavoz en la novela. Sí… desde luego soy pesimista en un sentido terrenal, creo que la única esperanza posible es de índole espiritual. Porque si la realidad fuese la que se plasma en los datos científicos y empíricos (como pensaban los positivistas lógicos) y no existiera ninguna posibilidad de ir más allá de ellos, entonces la vida sería una trampa mortal, sin duda. Woody Allen lo expresó hace poco en una sentencia breve que no me veo capaz de superar: “La vida es estúpida… Estúpida y trágica.” Sin embargo, como Wittgenstein, yo tampoco creo que el mundo de los hechos constituya toda la experiencia mental y anímica del ser humano. Sin embargo, no tengo tan claro como el primer Wittgenstein que no se pueda o no se deba hablar de lo que más importa. Pienso más bien, como el segundo, que existen diferentes juegos de lenguaje dignos de atención. La episteme es tan inalcanzable como la utopía de la Atlántida; esa es, a estas alturas, la única conclusión posible de toda la historia de la filosofía. Y la ciencia nunca nos ofrecerá una explicación completa de la realidad. Esto último es lo que, a mi modo de ver, no tiene suficientemente en cuenta Luisgé Martín, autor de un ensayo muy lúcido y brillante (“El mundo feliz”) sobre estas cuestiones. También él parte de una premisa trágica (“la vida es un sumidero de mierda, un acto ridículo”) porque considera que no hay margen racional para la esperanza. Unamuno habría entendido muy bien ese planteamiento. Y por eso don Miguel se rebelaba contra la razón y la consideraba enemiga de la vida. Si la ciencia y la filosofía hubieran destruido toda posibilidad razonable de esperanza, Luisgé tendría razón en todo lo que dice, ya que por lo demás demuestra una gran coherencia discursiva, pero creo que no es así. Ningún relato humano puede proclamarse como total o definitivo. Tampoco el discurso fisicalista-reduccionista. Toda teoría del Todo es provisional y está expuesta a la crítica. Mi desacuerdo con Luisgé se reduce a un único punto de su ensayo, pero es un punto crucial. Yo no creo que la razón sea inevitablemente negativa. Con Luisgé comparto una sensibilidad trágica que me inspira respeto y se encuentra en los autores que más admiro (Kafka, Camus, Beckett, Sábato…), escritores a quienes Javier Gomá, si lo interpreto bien, considera portavoces de un discurso nihilista agotado y tal vez hoy ya estéril. Pero no estoy de acuerdo con él en eso, para mí esa literatura sigue muy vigente; en cambio sí coincido en una cierta apertura a la ilusión, a la esperanza, fundada en que la ciencia no puede ni podrá explicarlo todo. Eso lo sabemos desde el teorema de Gödel. Así que estamos abocados al enigma y condenados a la duda. Y somos libres para elegir entre esperanza y desesperación. En mi caso, antes de desayunar, ningún día creo en Dios. Al acostarme, algunas noches, muy raras noches, siento que Dios existe. Yo diría que Dios es la mejor no respuesta que tenemos.

El mar es inagotable en su potencialidad metafórica

¿Las mentes lúcidas están abocadas al sufrimiento? Mejor ser imbécil…

Esa es una idea de Dostoievski. Está en “Crimen y castigo”, novela que mi personaje Adrián ha leído, aunque no recuerda la cita con mucha precisión. Sí, yo pienso, como Raskólnikov, que desde luego la inteligencia sin esperanza es una broma sádica.

Una cárcel al aire libre, sin necesidad de barrotes, mirando al mar, ¿es un buen lugar para enfrentarse a los propios demonios?

Por supuesto el mar es inagotable en su potencialidad metafórica. La profundidad de sus abismos nos habla de las simas de maldad que encontramos en el alma humana. La dualidad superficie / mundo submarino tiene mucho que ver con la estructura de nuestra mente…

¿Los peores demonios son los que se desatan en nuestro interior?

Es que no hay demonios fuera de nosotros. El demonio es nuestro inquilino forzoso. Nos paga con su odio y encima no podemos echarlo.

¿A Rafael Balanzá también le gustaría ser un atlante? ¿O todos lo somos en nuestro afán de perseguir la felicidad?

Esa es una de las claves del libro. Todos somos atlantes, sí, en el sentido de que no podemos librarnos de la utopía. Desde los sueños milenaristas (de los que el gran dramaturgo y poeta español Fernando Arrabal, último vanguardista vivo, se ha convertido en portavoz y heraldo para todo el tercer milenio de nuestra era, gracias a su famosa epifanía televisiva) hasta las promesas tecnocientíficas del transhumanismo, no podemos evitar soñar con un futuro de gozo para siempre. Como en la obra “Fando y Lis” (en la que también, por cierto, encontramos el motivo del feminicidio) estamos condenados a viajar hacia Tar. Y ese es necesariamente un viaje trágico.

¿Cree en una civilización superior como se supone que lo fue la Atlántida?

Creo en una civilización un poco menos estúpida que esta versión subnormal y degenerada de Occidente, invadida por fantoches como Trump y populistas de toda laya. En España, huyendo de la corrupción grotesca y pestilente de la derecha hemos venido a caer en manos de una izquierda sectaria que está desmantelando el Estado de derecho y la Constitución en nombre de la armonía universal y de la belleza indiscutible de los peces de colores. Pero también en esto hay esperanza, porque no descarto fundar un partido de izquierda liberal y presentarme a las elecciones.

En situaciones extremas ¿salen a flote los peores sentimientos del ser humano? ¿También los mejores?

Por supuesto, en las situaciones extremas vemos al hombre de verdad. Nosotros mismos sólo nos conocemos en situaciones extremas. Hay una gran película (“Crash”, de Paul Haggis) en la que el personaje de Matt Dilon le dice a uno más joven: “Crees que te conoces, ¿verdad? No tienes ni idea.” Esa es una terrible verdad.

Miedo, culpa, celos, vergüenza, resentimiento… después de leer su libro, ¿cree que hay que elegir cuidadosamente a los compañeros de viaje?

Exactamente ese es mi momento vital. Me esfuerzo mucho por mantener a mis enemigos muy cerca, pero también tengo amigos verdaderos y muy cercanos. Y, sobre todo, creo que he acertado al elegir compañera para este maldito aunque hermoso viaje que es nuestra vida.

¿Es el hombre el ser más fracasado del planeta?

Eso sólo lo sabremos al final, que será el momento de la verdad. O no sabremos nada. Así que le responderé a esa pregunta un segundo después de morir, se lo prometo.

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