Si un anhelo nos acompaña a aquellos que escribimos, especialmente a quienes escribimos poesía, es aquel de que la palabra resulte suficiente. Que ese hilvanado de vocablos al que intentamos dar belleza y alguna clase de sentido, se levante ante quienes le dimos forma y nos muestre, finalmente, un trabajo terminado, completo, eficaz en su intento de mostrar fuera de nosotros aquello que larvado, incipiente, demandaba un brote, una mutación hacia el mensaje, hacia la obra pulida y sonora. Su segundo momento vital, su manifestación. Tal vez todo el secreto de nuestro oficio se resuma en este proceso en que presenciamos la irrupción de ese artefacto virtuoso, separado ya de lo que era sólo caos y anticipación. Por Luis Benítez
El autor argentino, ampliamente reconocido en toda Iberoamérica, nos ofrece una muestra más de su poética honda, vital, donde fulgura un manejo maestro de las plásticas posibilidades que brinda nuestro idioma común.
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La soledad que nos habita |
Elogio del tiempo |
La primera parte de esta antología, nos guía y nos dirige a pensar que la poesía de José Sarria persigue una identidad que lo lleva a lo más auténtico de su esencia poética, es decir, a lo más genuino de esa memoria, de todos esos mundos que conforman la nomenclatura, la idiosincrasia del ADN del “corpus lírico” que habita.
Los nombres que te he dado |
Bajo una luz indiferente |
Con la hiel en los labios |
Con la hiel en los labios bordea heridas antiguas que carne y espíritu soportan y acomodan, cuyas costras se adhieren a la esencia humana desde hace tanto. En sus versos, Lola López Martín nos muestra cómo arrastramos por el mundo el poder de los miedos; en ellos, otros –hábilmente– gustan involucrarnos, porque fue y es una útil herramienta de control.
Elogio del tiempo |
Creo que la lengua del mundo es la traducción. Y no sólo porque la mayoría de las obras de la literatura universal que leemos (La Odisea y La Ilíada, de Homero, Antígona y Edipo Rey, de Sófocles, La Eneida, de Virgilio, y Las Metamorfosis, de Ovidio, Las confesiones, de san Agustín, y La divina comedia, de Dante, Hamlet, de Shakespeare…), las conocemos por medio de traducciones. Es dudoso que el mundo tenga un fin más allá de la vida y del que los seres humanos seamos capaces de dotarle en medio de tanto sin sentido. El mundo está ahí, no diré para ser leído, pero si no lo leemos, si no lo traducimos, si no lo comprendemos, además de resultar más ininteligible y absurdo, sería imposible actuar con cierta prudencia y sabiduría, aspectos prácticos para los que se requiere la máxima comprensión y conocimiento.
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