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LITERATURA > LOS IMPRESCINDIBLES - Álvaro Bermejo
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El título valdría para glosar las desventuras de Kate Middleton y su atribulada parentela, pero la protagonista estelar de esta película es la misma Emma Stone que deslumbró en ‘La Favorita’ a las órdenes del mismo realizador, uno de los más exuberantes de nuestro tiempo, quizá también el más disruptivo: Yorgos Lanthimos. Sobre un texto de Alasdair Gray, el William Blake de Glasgow, un concierto barroco en forma de cuento de hadas tan filosófico como amoral. Todo un homenaje a los escritores steampump del XIX, desde Mary Shelley a Stevenson. Y sobremanera, una revisión de la condición femenina entreverada con una sátira salvaje.
Arriba, frente a la pirámide tutelar del Txindoki, la frondose viguería de roble que sostiene la catedral de las ermitas vascas, la de la Antigua, en Zumárraga, el lugar de los olmos. Dentro, una Andra Mari con una manzana en su diestra. En el dintel, pinturas en las que se advierten pigmentos vegetales. Hijos de otras hierbas son los ungüentos naturales que elabora Fermín Goenaga Epelde a la sombra de esa ermita, en el Landaburu baserria. ¿De qué estamos hablando? Del libro que presentaremos mañana en la Casa de Cultura de esta villa. Un viaje en torno a las plantas sanadoras y la vieja medicina popular de Euskal-Herria, incluida su derivada al mundo del akelarre, que lleva por título “Etnobotanika”.
El término comenzó a emplearse en Francia, a comienzos de este siglo y por parte de la izquierda woke, en principio para denigrar a los partidos que se oponían a la ofensiva islamista. Cuando la inercia de los hechos, atentado tras atentado, fue incluyendo en esa contestación a periodistas e intelectuales, también de izquierda, la “Fachosphère” acabó mutando en sinónimo universal de un complotismo delirante. Una suerte de Internacional Fascista, integrada por todos cuantos cuestionasen la “islamofilia” ambiente y, por extensión, cualquier crítica a los amaneceres radiantes. Una quinta columna entre masónica y judaizante, comparable a los no menos delirantes ‘Protocolos de los sabios de Sion’, no en vano citados explícitamente en la Carta Fundacional de Hamás.
| Juan Luis Goeneaga (Foto: Isabel Azkárate) |
Una fotografía frontal de Juan Luis Goenaga a la manera de una figura de Giacometti, hierático y en pie, el torso desnudo, junto a su amigo invisible o su gemelo fantasma, un esqueleto en la misma postura, tal vez el antediluviano hombre de Alkiza, capta toda mi atención. A su lado, el cuerpo sumario de Juan Luis Goenaga casi parece el de Hércules Poirot. Un paso más y me atrapa un Jorge Oteiza que mira de frente muy enfadado, no sabes muy bien si a quien le ha puesto esa camisa limpia, o quizá a la selecta concurrencia que me acompaña en esta presentación privada de la última muestra de Isabel Azkarate en San Telmo.
Pocas experiencias más deletéreas que zambullirse en la rotonda del Hôtel du Palais, en Biarritz, llevando bajo el brazo ‘L’entretien d’embauche au KGB’ -la entrevista de enganche al KGB-. El escritor ruso Iegor Gran novela un documento hallado en 1969, en el que se detalla el proceso de captación de jóvenes agentes para el mítico servicio de inteligencia soviético, como quien dice desde la cuna al Komintern. No cabe lectura más apropiada para conmemorar el centenario de Stalin, contextualizando su derivada actual, en lo que afecta a la estructura interna de cualquier partido político.
El planteamiento presagia la catástrofe. Reiteración, monotonía, demasiada calma. La que respira este humilde funcionario japonés con vocación de monje zen consagrado a la limpieza de unos baños públicos. Habita un minúsculo apartamento, va en bicicleta al trabajo, hace una foto con su cámara analógica al mismo árbol -todos los días a la misma hora-, lee antes de dormir y, en apariencia, eso es todo. Pero sólo con eso, con eso y con su intransferible mirada, Wim Wenders construye una película exquisitamente sabia, delicadamente contestataria. Se titula ‘Perfect Days’, pero en cada fotograma se revelan por antítesis esos otros días, los Días del Trueno que nos ocupan.
En 2009 Israel desencadenó su primera operación terrestre sobre la Franja de Gaza. Incluía una derivada de la que apenas tuvimos noticia hasta que Lina Meruane se atrevió a contarlo. En ‘Zona ciega’ describe una táctica de asalto israelí conocida como el asesinato del ojo. Consistía en disparar al ojo de cualquier palestino acorralado, hombre, mujer o niño, de modo que su rostro apuntándole fuera lo último que viera: “Un niño pidió permiso para cruzar una calle, se lo concedieron y le dispararon. Aunque la bala penetró sólo en un ojo, quedó ciego de ambos”.
La pandemia se expande por tres vías: la calle, el parlamento y la subcultura ambiente. ¿Cuál fue el primer brote? Valen todas las respuestas, pero la más aceptada apunta a la abdicación de las élites. Si una campaña electoral se puede leer como una guerra de palabras mal asunto cuando la crispación sustituye a la discrepancia, el desprecio al respeto y el insulto a la crítica. Si en la tribuna las ideas valen menos que los exabruptos, más aplausos en la calle para la basura vendida como libertad de expresión. De la chabacanería de cómicos como Leo Bassi o Pep Rubianes, sólo hay un paso a delitos como los perpetrados en su día por el rapero Pablo Hassel bajo la misma cobertura.
Todo en Balzac, incluso las porteras, tiene genio”, escribió Baudelaire. Cabe decir lo mismo de la adaptación cinematográfica de la segunda parte de su trilogía, ‘Las ilusiones perdidas’, con la que Xabier Giannoli se alzó con siete premios César. La piedra angular de su ‘Comedia Humana’ tallada como una pieza de orfebrería en cada plano, en el friso de personajes, tanto más cínicos, tanto más deslumbrantes, pero sobremanera en su puesta en escena. Una ópera en movimiento en torno al convulso periodo de la Restauración, con una derivada inquietante. Imposible una obra más lúcida, ni más devastadora, ni más actual. Doscientos años después nadie como Balzac. El gran cronista político de nuestro tiempo.
"Bueno, la Navidad con todos sus horrores ha vuelto a caer sobre nosotros” -escribe Raymond Chandler-, “los negocios están llenos de fantástica basura y todo lo que quiere uno no está”. No le sucedía sólo a él. Por los mismos años otro adorable perdedor, Charlie Brown, confesaba a su fiel Snoopy: “No me gusta la Navidad. Me gusta recibir regalos y escribir felicitaciones y todo eso, pero aun así no me siento feliz”. La Navidad, o más bien la realidad virtual en que la hemos convertido, como un cruce de novela negra y tira cómica.
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