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LITERATURA > LOS IMPRESCINDIBLES - Álvaro Bermejo
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Seguían fuera de control más de cincuenta incendios del largo centenar que vienen asolando el territorio nacional, y los informativos daban cuenta de la demolición de la primera vivienda de las otras tantas que devastaron el Levante tras la Dana, de la que pronto se cumplirá un año. Diez meses de demora, y una “ayuda” de cinco mil euros para el propietario que lo había perdido todo. “¿Qué hago yo ahora con cinco mil euros? ¿Qué hago…?”, le faltaban las palabras que se volvían llanto, el de la desesperación, el de la desolación, el del más absoluto desamparo.
| | Incendios de quinta generación (Foto: Maudy Ventosa) |
De Galicia a Tarifa, setenta mil hectáreas calcinadas en la última semana. En lo que llevamos de verano, más de trescientas mil. El triple que el año pasado. ¿La mitad que el próximo? La pregunta se sostiene en todo lo que la precede. Desde mucho antes de que se acuñara el término Cambio Climático, España ya presentaba la geografía de un secarral. La inmensa mancha árida por la que cabalgaban Don Quijote y Sancho, gobernada por el “sanchopancismo” nacional. ¿En qué se sustancia? En ese mantra entre irrisorio e irritante que preside todos los informativos: “Seguimos muy pendientes”. La tercera pregunta cabe en dos palabras: ¿De qué?
| | El vasco de la carretilla |
Si aún te quedan días en la maleta y buscas un libro para ponerte en camino, ninguno mejor que el que acaba de publicar el argentino Bruno Galindo, ‘Nadie nos llamará antepasados’. Cuenta la historia de su familia, una familia de emigrantes, trenzándola con la de un vasco excepcional, Guillermo Larregui, más conocido como el Vasco de la Carretilla a cuenta de una proeza difícil de calificar. Entre 1935 y 1949 llevó adelante cuatro viajes a pie empujando una carretilla con todas sus pertenencias -ciento ochenta kilos-, el primero desde la Patagonia a Buenos Aires, hasta anclarse frente a las cataratas de Iguazú, donde encontraría la muerte.
Cada fin de semana de cualquier operación salida, sea la de julio o la de agosto, un promedio de veinticinco mil vuelos sobre el espacio aéreo nacional. Es de suponer que la mayoría de los pasajeros está deseando embarcar. Ahora bien, sentémoslos en el diván: ¿cuántos preferirían quedarse en casa antes que subir a su avión?
| | Winston Churchill (Foto: Modelo gpt-image?1 (OpenAI)) |
El Viejo León, Winston Churchill, soporta a duras penas el interminable discurso de su oponente, bosteza, cierra los ojos. El orador se indigna: “Lord Canciller, ¿es absolutamente necesario que se duerma mientras hablo?”. Churchill apenas eleva una ceja: “Al contrario, es absolutamente deliberado”. Misma situación un año después: “¡Winston, otra vez estás dormido!”. Nueva respuesta, ahora sin abrir los ojos: “Oh, my God, ojalá fuera cierto”. Sólo una anécdota más. Lady Astor increpa al lord Canciller: “Winston, si yo fuera tu mujer, te echaría veneno en el té”. Respuesta de Churchill: “Y si tú fueras mi mujer, querida Nancy, yo me lo bebería”.
Protocolo de Ginebra, 1977: la comunidad internacional establece la prohibición de bombardear instalaciones nucleares. Junio de 2025: EE.UU. bombardea las iraníes de Nathanz, Ispahán y Fordo, ésta última a sólo cien kilómetros de Teherán, sin que la comunidad internacional mueva una ceja, ni nadie pregunte por los efectos del polvo radiactivo expandiéndose sobre la población.
"A moro muerto, gran lanzada”. Basta esta sentencia del Refranero para entender la mutación de los medios afines al Gobierno tras el estallido del informe UCO acerca de la incalificable trama de corrupción implementada dentro del PSOE. Hay que posicionarse de cara a la sucesión: los bulos de la víspera se invierten en pruebas de cargo, y las palmas en lanzas. Pero el “moro”, el presidente, no asume su defunción. Aun reducido a su esqueleto -físico y político-, resucita con una patética huida hacia adelante.
La muerte de un hijo, para sus padres, convulsiona el sentido mismo de la vida. Tanto más si se trata de un niño afectado por una enfermedad en su fase terminal. Lo cuentan dos películas inolvidables: ‘La habitación del hijo’, de Nanni Moretti, y ‘Alabama Monroe’, de Felix Van Groeningen. En esta, la música bluegrass y la felicidad de la pareja acentúa el drama que les sobreviene: la muerte de sus dos niñas, una accidental, la otra en una lenta agonía. Los padres quedan fulminados, su mundo se desploma, la espiral de dolor los aboca a un duelo que se prolongará hasta el fin de sus días.
Costaría discernir que fue lo más patético en ese corral de peluches electroacústicos y horteridad urbi et orbi, que conocemos como el festival de Eurovisión. Si la performance de casquería que representó a España o el mensaje previo de RTVE, no sólo fuera de lugar, sino digno del analfabetismo coronado que acreditan sus asesores: “Frente a los derechos humanos, el silencio no es una opción. Justicia y paz para Palestina”. ¿Cómo que “frente a los derechos humanos”? Será “frente a la vulneración” de los derechos humanos, que es de lo que se trata y en lo que todos estamos de acuerdo.
| | Byung-Chul Han (Foto: Archivo) |
Cuando leí la noticia de la concesión del Princesa de Asturias de Humanidades a un perfecto desconocido para mí, Byung-Chul Han, me tentó pensar que se trataba de un nuevo Jianwei Xun. Jianwei, el autor de Hipnocracia, un presunto filósofo chino formado en Berlín, bajo el que se ocultaba una inteligencia artificial. Han, un filósofo coreano formado en Múnich, autor de una serie de libros en su misma línea, pero sin chatbots por medio, luego humano. Con una paradoja que dejo para el final.
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