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“El arca de Wislawa”: La poesía de Wislawa Szymborska como salvación

sábado 14 de marzo de 2020, 20:49h
El arca de Wislawa
El arca de Wislawa

Lluïsa Lladó (Mallorca, 1971) nos ofrece en El arca de Wislawa (Torremozas, 2017), su cuarto poemario, una analogía lingüística del arca de Noé pero utilizando figurativamente la poesía de Wislawa Szymborska como elemento aglutinante de lo bello para su posterior salvación. Para dimensionar una aspiración así es preciso que nos hagamos una idea de cómo Lladó debe venerar la poesía de Szymborska. Tras leer este libro se nos hace evidente que la poesía de la autora de Preguntas a mí misma (1954) llegó a la vida de Lluïsa Lladó para cambiarla.

Ocurre pocas veces, pero cuando sucede, es difícil explicar el porqué de una comunión así. Ser deslumbrado por la poética de un autor del que no sabíamos ni su existencia es —casi— equivalente a volver a nacer, a observar el mundo de manera distinta, en definitiva, a descubrir nuevas estancias de nuestro yo e incluso intuir todas las deixis a él asociadas.

Hemos dicho que esa figurativa arca compuesta por los preceptos y fundamentos de la poética szymborskiana aglutina lo bello para después salvarlo, pero, cada uno de nosotros maneja una noción diferente de belleza (1), una creencia distinta sobre lo que debe o no debe ser salvado (2) y eso nos lleva al tercer punto: ¿salvarlo, de qué?

La `conexión Wislawa´, como reza el epígrafe de uno de los poemas, le supone a la autora mallorquina asumir todo el pesimismo ante la decadencia del mundo, pero también toda la sencillez y coloquialidad literaria, no exenta de humor e ironía, como rasgos de un estilema referencial que pasó del realismo socialista a la reflexión filosófica más antropológica y disociada de dogmas políticos.

Pero esta asunción se resuelve de manera natural, como si en el repertorio formal y argumental de Lluïsa Lladó estos requerimientos estuviesen asociados a su íntima naturaleza. Es complejo de demostrar, pero este poemario transmite la sensación de que algo en ambas poetas las vincula de manera más profunda que una simple afinidad: «Ella deseó, y yo no era consciente, / mi propio bautismo». Este verso se nos regala en un poema que narra la visita de Luisa a la tumba de Wislawa. La propia protagonista poemática resuelve a qué le conduce ese encuentro con la poeta polaca: «La conexión ha conducido hacia mi interior. / El reencuentro. El renacimiento. La profecía».

Diecisiete poemas componen El arca de Wislawa, pero a pesar de que el índice final del libro no contempla una separación —macroestructura— entre ellos, la autora escinde su obra en cuatro partes que vienen marcadas por referencias paratextuales o páginas en blanco. De ello podemos inferir varios cambios de tono en el discurso o incluso variaciones temáticas. Y así es. Ya en el primer poema, de titulo “Soberanía”, apreciamos un valor propedéutico, incluso por su separación en cinco movimientos. El verso libre, el tono coloquial, el recurso culturalista, la flexibilidad léxica representada en la composición de neologismos y asociaciones de palabras: todo ello anticipa una liquidez estilística que singulariza un discurso en el que los tijeretazos a la gramática y cierto grado de surrealismo aportan un valor estético: «El Café Camelot exhibicionista de ello / se había convertido en un núcleo de tazas gigantes / con lo único picante / que el recuerdo de la mostaza».

El solo hecho de que el uso de la primera persona por parte del hablante lírico aparezca de inicio en ese primer poema también es representativo. Todo el poemario cumple una función apelativa a un apóstrofe que alterna entre la persona amada y el lector. Este hecho influye en la recepción emocional del lector, quien ve a través de los ojos de su interlocutor toda su experiencia. Este recurso acorta la distancia entre el lector y el autor, pero por otra parte deja fuera las apreciaciones impropias de una focalización interior, es decir, aquello de lo que el sujeto poemático no es testigo directo.

Al ser un discurso mediado, podemos convenir que la poesía de Lladó es intimista, pero también humanista, refleja la preocupación existencial de un ente femenino del que sabemos por mediación de otro personaje (poema “Bitacora de Pallarés”) que se llama Luisa. Por tanto, la autora quiere recortar todavía más la distancia con su alter ego en un intento por eliminar el rol de sujeto lírico. Esta aspiración a la suplantación de identidad se consigue ilusoriamente a través de emociones y sensaciones cercanas a su propósito. El tono confesional y dialogístico quiere romper distancias en la cotidianidad: «La mía es de color esperanza. // ¿De qué color es la tuya? ».

Otro recurso empleado por Lladó es el de utilizar la ironía como enunciado parentético, y lo hace tal cual era empleado por los poetas de la generación de medio siglo, marcando dicha ironía mediante paréntesis:«(Cuando recito, lo hago irónica de héroe)». Muchos son los registros de un estilo sofisticado y audaz que marida la referencia cultural, lo clásico y lo moderno en un verso libre y dinámico.

¿Qué nos cuenta El arca de Wislawa? Pues, además del consabido diálogo entre su autora y la Premio Nobel polaca, un mensaje de justicia social y respeto por el medio ambiente. Sin duda, los versos de Lladó destilan romanticismo, y este rasgo suyo, ya vislumbrado y protagónico en anteriores poemarios, expande aquí su esencia al entorno que circunda a los seres humanos, es decir, a otros seres humanos y a la naturaleza. Para Luisa, protagonista poemática, renacida por la poesía de Szymborska, el amor no debe confinarse en la otredad de la persona amada, sino debe expandirse más allá de ese binomio y debe ser y actuar en cuanto vive o contribuye a la permanencia de la vida.

Es en la formulación de este mensaje donde toda la arquitectura desplegada por la autora se justifica y potencia su incidencia sobre la conciencia humana:«El único banco español en Cracovia, / el Santander. // [...] Muertos enterrados. / Muerto pueblo en vida / con embargo. / La expansión a costa de las cabezas cortadas».

Caracolas, gatos negros, cajones, hormigas, postales, mecheros de colores: elementos actoriales que constituyen parte del imaginario de Wislawa se convierten en este libro en símbolos que Lladó maneja a la perfección para articular su discurso:«Salir de la sociedad encasillada, / abrir todos los cajones / ante la disconformidad»; «Wislawa / y un millon de poetas hormigas».

El poema titulado “Universo”, colofón del poemario, es una invitación directa a dejarse llenar por la palabra poética de Wislawa Szymborska:« [...] así, que si queréis salvaros; / venid y escuchad la palabra poética, / el Arca aguarda». Ya el uso antonomásico de la mayúscula en sustantivos transmite la sacra percepción que para Lladó tienen algunos elementos del atrezzo szymborskiano. Esta invitación, urdida en seis movimientos, revela la motivación última de la poeta y razón de ser del libro: «Deseo salvaros. // Ella desea salvaros».

Así que son la humanidad, la confraternidad, la sensibilidad, los motores que impulsan su arca fabulosa, un arca de poesía, pero también de amor, que espera a sus elegidos tripulantes: «Salvad la naturaleza, la mitología»; «Pero, de lo narrado, / solo podrá salvarse / del desastre, un libro». Lladó esboza un cataclismo final en el que no todo sucumbirá gracias a la poesía: último bastión de la esperanza: «Y repoblarán. / El ala. / La garra / y la semilla».

Ni que decir tiene que el ser humano es el mayor enemigo de sí mismo y continuamente estamos expuestos a nuestra ignorancia, nuestra incomprensión, nuestro egoísmo y violencia. La falta de empatía, la falta de educación, de respeto por la vida y la cultura son en realidad el verdadero abismo, el apocalipsis cierto y real que queda develado tras la lectura de El arca de Wislawa. Este libro quizás trate de acercarnos al antídoto, al germen artístico y filosófico que nos ayude a sobrevivirnos, a entendernos, a superarnos.

El arca de Lluïsa Lladó nos permite conectar con su poesía, pero también con la de Wislawa Szymborka. Tal vez algún lector con suerte consiga entrar en esa conversación a tres que sacuda su interior y fustigue y haga vibrar todas sus certidumbres. La literatura es un juego de muñecas rusas que al final no oculta más que el patrimonio universal de todo ser viviente: desamor, desesperación, identidad, locura, pero también, —y en este poemario se expresa con vehemencia— amor.

Los poemas de este libro, a la manera (humilde y solidaria) del haijin japonés, transmiten todo el aware (emoción profunda) que Lluísa Ladó experimentó, no solo al vivir la poesía de Szymborska, sino al conocer su país y visitar su tumba, por lo que es deducible —y muy loable— que una de sus aspiraciones mayores sea la de provocar en algún anónimo lector el desencadenenta de su mismo renacimiento.

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Lluïsa Lladó
Lluïsa Lladó (Foto: Archivo)
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