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Javier Velasco Oliaga, José Joaquín Bermúdez Olivares y Álvaro Fierro Clavero
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Javier Velasco Oliaga, José Joaquín Bermúdez Olivares y Álvaro Fierro Clavero (Foto: Paco Márquez)

Presentación del libro "(Dando) largas explicaciones", de José Joaquín Bermúdez Olivares

jueves 27 de abril de 2023, 18:17h
Dice Kant en su Crítica del juicio que en poesía todo ocurre honrada y sinceramente. Incluso en poetas que como Pessoa -al que José Joaquín Bermúdez Olivares trae a colación en su excelente prefacio-, de quien conocemos varias personalidades a través de sus heterónimos, intuimos la verdadera naturaleza del autor a través de sus versos. De hecho, se suele incluir en el género de ficción a todas las narraciones creativas, como si no hubiera fingimiento -y no entremos en Pessoa de nuevo ya en el primer párrafo- en lo que los poetas crean.
José Joaquín Bermúdez Olivares
José Joaquín Bermúdez Olivares (Foto: Paco Márquez)

Por otra parte, suele incluirse la poesía en algo que con amplio sintagma se designa como «no ficción», como si los poetas no pudieran inventarse una historia en sus poemas. Pero lo cierto es que hay algo de inevitable en la sentencia kantiana, y si uno quiere ponerse a contar su verdad no es infrecuente que elija el género poético, mientras que si quiere mentir, a menudo escribe unas memorias.

Estirando el argumento, recordaremos que, cuando un memorialista se quita las máscaras y se pone sincero, se suele adentrar en los terrenos de la poesía por más que aquello esté redactado en prosa: la narración se detiene y aparece la introspección, la opinión íntima, el apunte secreto, que son algunas de las herramientas clásicas del poeta.

Como ya he dicho en más sitios, una de las obligaciones del lector de poesía es conocer al autor a través de sus versos. Intentémoslo con este DLE de nuestro predilecto JJBO. La primera sorpresa agradable que aguarda al lector es que -como corresponde a un libro de alguien con formación científica-, el itinerario que se nos propone obedece a un plan: las partes del libro -en algo que tiene resonancias monásticas- se corresponden con las horas que atraviesa el insomne en su clarividente periplo por el terreno que media entre la vigilia y el sueño, al que en español nos referimos con una fabulosa palabra: duermevela.

El insomnio empieza en Doce. JJBO se ha ido antes a la cama, pero no es hasta entonces cuando se experimenta la imposibilidad de dormir. Las dos primeras estrofas definen el mapa: «mirada torva de la noche», «eternidad», «ganglios de ansiedad», «quimeras», «veredas que no tienen recorrido», «gris», «fiebre»... Nuestro poeta no sabe todavía muy bien por dónde deambula, un poco a la manera de Dante en el primer terceto del Infierno.

Al escritor italiano se le aparecieron tres fieras: un leopardo, un león y una loba. A JJBO se le aparece el segundo, y ya comienzan los juegos cinematográficos: se trata de un león «de invierno o primavera». «El león en invierno» es la película de asunto histórico que a Katharine Hepburn le valió su tercer oscar, en la época en que los oscars eran un reconocimiento universal, no como ahora. Como conviene al asunto, por los versos del poeta van desfilando imágenes, símbolos, paciencias e impaciencias.

Pasa el tiempo de manera desesperadamente lenta y nuestro poeta «ha perdido un latido» y es «un minuto mayor». Aparece el miedo a la muerte en soledad. Nuevos intentos de dormir contando borreguitos. Vemos desfilar a una célebre insomne, Emily Dickinson. El poema prosigue de manera admirable con una epifanía sapiencial:

Mirad, el hombre sufre y se desgrana,

toma un sorbo y le ahoga el tiempo, corre

y le atrapa el pasado, no es un dios, es todos.

Que el hombre es Dios o que Dios es el hombre es uno de los secretos mejor guardados del pensamiento occidental. Ya dijo Feuerbach que «no es Dios quien ha creado al hombre a su imagen sino, a la inversa, el hombre quien ha creado a Dios, proyectando en él su imagen idealizada. El hombre atribuye a Dios sus cualidades y refleja en él sus deseos no realizados. Así, enajenándose, da origen a su divinidad.» JJBO va un paso más allá que su ilustre antecesor y reconoce la huella del hombre en todas las divinidades del panteón universal.

Al autor le afloran los sarcasmos: tal vez morir sea como un trámite ante hacienda, como un simple apunte contable. Ya aparece una de las insistencias del autor a lo largo de toda su obra: la presencia del mal, y un precioso símbolo con aliteración incluida: «el sol del sueño».

Las persecuciones de JJBO continúan en la siguiente pieza, «Una». De nuevo el pensamiento, -o el «despensamiento», decimos nosotros, puesto que estamos en el insomnio-, prosigue merodeando por símbolos inquietantes. El autor parece luchar contra la aparición de identidades alternativas, acaso porque semejante tránsito lo conduzca al caos. El tiempo se hace líquido y lo mide una clepsidra, y se bifurca, y quizá por eso continúan apareciendo referencias, ahora literarias: vemos el mar de color vino oscuro del que hablaba Homero, vemos a Circe. Nunca sabremos si Homero vio o el mar o únicamente lo imaginaba, en cualquier caso este potente símbolo le sirve al poeta para acuñar verbalmente su zozobra.

Pero no sólo de pan vive el hombre, y en su recorrido por los terrenos del no sueño nuestro autor se vale de los tradicionales mecanismos que prescribe el arte poética: escuchamos paronomasias -«aguas antiguallas», «En los escorzos, en los scherzi, en los esguinces», «Era en las eras donde los eriales», «muestra monstruos»-, aliteraciones -«sin ventanas, verano inventado», «tambores destemplados, tuba mirum», «el fin feraz».

«Dos» se abre con un intertexto del fabuloso soneto de Hernando de Acuña dedicado al rey Felipe II.

Ya se acerca, señor, o ya es llegada

la edad gloriosa en que promete el cielo

una grey y un pastor solo en el suelo,

por suerte a vuestros tiempos reservada.

Nuestro poeta empieza así: «Ya se acerca, o es ya llegada, la hora par», lo que desencadena nuevos desvaríos, juegos de palabras, recuerdos. El pasado sentimental del poeta sale aquí a la luz entre eslóganes publicitarios machacones y chatos: «rico rico rico el café de puerto rico», «joven guapo y con dinero y se llama Baldo, mero», «siento pasos siento gente siento quince o siento veinte», y continúan las referencias al cine, a la ópera, a la química -recordemos su turbio pasado como bioquímico en una empresa de zumos de su provincia natal.

Pienso que JJBO emprende aquí más que en otras entregas suyas anteriores un camino literario que está entre el creacionismo de Manual de espumas de Gerardo Diego y la sandunga caribeña y verbalmente juerguista de Guillermo Cabrera Infante -al que por cierto encontramos en Tres, la siguiente pieza del libro-, por sus constantes alusiones cinéfilas (por cierto, qué rasgo de genio tuve al encargarle el prólogo a mi novela cinematográfica LRHL), por su afición al retruécano, a la anfibología, a la rima intencionadamente fácil. De su formación científica procede el léxico que colorea sus textos y amplía el mortecino panorama de la palabra poética de nuestro tiempo. Leemos palabras que son tan poéticas como la que más: paramecios, fósforo, acantopterigios, quimiotaxia, neumotórax, cartílago, todo esto entreverado de oraciones de la infancia -«cuatro esquinitas tiene mi cama», «Sagrado Corazón, en vos confío»-, nuevas alusiones a nuestro Siglo de Oro -«No hallé nunca cosa en que poner los ojos»- y al imaginario cinematográfico de la imperecedera El séptimo sello, de Bergman: «no queda ni el recurso de las tablas/ que Sydow buscara en blancas playas».

Si se nos permite el disparate, diríamos que JJBO ha conseguido algo a lo que no le encontramos precedente: en este ir y venir por los países del insomnio, le encuentra una lógica al surrealismo, que comparece aquí engastado en una pauta que todos conocemos, y la enumeración caótica y el automatismo propios de este movimiento literario componen algo así como un realismo onírico, si se permite la denominación. Ha tenido que venir alguien de Cartagena -la patria de otro especialista como él en viajes submarinos, el insigne Isaac Peral- para explicarnos que el surrealismo en realidad era no poderse dormir.

Nuestras sospechas de que el libro tiene filiación dantesca se confirman en Tres: ya busco [.] la Beatriz que me guíe/ por las sendas del círculo último», y al hilo de esta hora imposible comparecen las memorias sentimentales de JJBO: «¡Qué diferencia horaria me llevará, / en esta noche de recuerdos al recuerdo/ de las tres veces que he amado:/ la morena, la rubia y la trigueña!». Deducimos que esta última debe de ser hija del pueblo de Madrid. La pieza se cierra con una significativa referencia al río del olvido que atraviesa el Hades: el Leteo. ¿Es que has olvidado el amor, JJBO?

Llegamos a un Interludio, bajo la advocación de la loca de Amherst -o sea, de Emily Dickinson, para los damnificados por Pérez Reverte o las sucesivas leyes educativas españolas-: «hay una languidez en la vida/ más inminente que el dolor.» Ahora, viendo fotos, JJBO comprende que se ha convertido en un extraño para sí mismo -«¿Quién es esa persona mayor que nos sonríe?»- y encontramos un nuevo intertexto maravilloso de Giuseppe Ungaretti -«me ilumino de inmensidad», dijo el poeta italiano-: «el mero ser se estremece de eternidad», escribe nuestro poeta. Encontramos un sintagma que nos encanta:

En otra dimensión, felices aleteos,

pelícanos de sí, de vida generosos

los santos adheridos al preciso

fin del proceloso rito funerario.

Más intertextos. Ahora a quienes se encarama nuestro poeta es al bueno de Juan Ramón Jiménez: «¡Fatalidad, dame el nombre exacto de la rosa», que alude a «Intelijencia, dame el nombre esacto de las cosas», del libro Eternidades del poeta de Moguer, y a San Juan de la Cruz, cuando dice «Y vagando por fortes y monteras» que remite al «por fuertes y fronteras» que dijo el patrón de los poetas en el Cántico espiritual.

Cuatro no se refiere aquí a la espantosa cadena de televisión, sino que es el título de la siguiente pieza del libro: regresamos al insomnio. Los miedos asaltan a nuestro poeta -«solo queda aguardar el jaque mate»- y desfilan los símbolos relacionados con el número cuatro: los cuatro evangelistas, la cuarta vía hacia la existencia de Dios. Vuelven las alusiones dantescas: «¿es que he dejado atrás toda esperanza» dice nuestro poeta cuando comprende que se adentra en el infierno. Nuevo sintagma bellísimo: «que las yeguas de la noche me galopen», leemos. El poeta se anonada a través de estos animales: «y devoren la duda de nos ser nada para nadie/ soy el ser cuya alma se disputan.»

El poeta se rinde -«¿Es hora ya de establecer un pacto con la noche?»- y recapitula las posesiones de la infancia que piensa aportar en el Juicio Final: «una canica ovalada, un céntimo/ oxidado, una pistola feliz sin fulminante». Leemos una interpolación teológica con una crítica interesante:

[.] un solo sacrificio ha redimido toda culpa,

sobreabundó la gracia pero temo que la

ausencia de alegría sea un lastre demasiado

grave aún para el redentor de los pecados.

En Cinco los intertextos se cruzan, y leemos dos en un único verso: «la aurora de rosados dedos, aunque es de noche», que hace referencia de nuevo a Homero y al patrón de los poetas. Nuestro poeta se adentra para bien en el potente mundo de las alegorías: asistimos no a un cine mudo, sino a un cine ciego. ¿Será esta una versión 2.0 del mundo de las Ideas platónico? Según JJBO no es que intuyamos sombras de una realidad perfecta, sino que:

Escribo para ciegos, hablo para sordos,

trazo mapas caliginosos para presos,

imposibilitados de viajar por el piélago

de sueños de la aurora que aún no llega.

La noche se termina en Seis. Estamos a la espera de que aparezca en algún momento un intertexto que aluda al comienzo de la Primera Elegía de Rilke -«Si yo gritara quién me oiría desde la jerarquía de los ángeles»-, pero todo apunta que esperaremos en vano. A cambio, lo que leemos -¿Quién en las postrimerías gritó mi nombre- revela que, con las primeras luces, el poeta se adentra en las alucinaciones. Por más que sea falsa elogiamos la idea de que la luz esté hecha para descansar en ella la mirada. Referencias a Quevedo -«He contado tantas sucesiones de difuntos»- y a Antonio Machado -«hacia la luz y hacia la vida»-. ¿A qué se referirá JJBO con el misterioso sintagma «pacto bayesiano con el día».

Los que hemos estudiado estadística sabemos que el teorema de Bayes ocupa un lugar central en la inferencia basada en los datos, y tiene que ver con la probabilidad condicionada, esto es, la probabilidad de que algo ocurra cuando tenemos información complementaria. ¿Nos estará diciendo JJBO que su travesía y sus explicaciones nocturnas le están dando información adicional sobre lo que sucede durante el día y, por extensión, sobre lo que sucede en la vida? Se acumulan las preguntas: hay una antigua analogía que relaciona el sueño con la muerte. ¿Será entonces el insomnio lo contrario de la muerte, esto es, algo así como una vida auténtica? ¿Es que cuando no podemos dormir comprendemos? ¿Es que al leer a JJBO entendemos por qué cauces discurre la auténtica escritura? ¿Es que la poesía en general, y la suya en concreto, encierra claves sobre la realidad? ¿Es que escribir poesía es la manera auténtica de vivir?

Poéticamente habita el hombre la tierra, dijo Hölderlin. Así parece entenderlo este discípulo que da largas explicaciones porque, como diría Pascal, no ha tenido el tiempo para hacerlas más breves.

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9788412651140
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