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Sofía Castillón
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Sofía Castillón

A propósito de la poeta argentina Sofía Castillón

lunes 21 de julio de 2025, 12:11h
Alguna vez, a propósito de la obra del eximio poeta argentino Luis Benítez, hemos comentado (roguemos se nos disculpe recaer en la descortesía de la autorreferencia) el concepto de aquello que podríamos definir como “poesía ontológica” o “trascendente”. En al ámbito argentino se podrían citar los nombres, sin demasiado margen de discusión, de Antonio Porchia, Alberto Boco, Alberto Girri, Roberto Juarroz y, por cierto y con entera justicia, Luis Benítez. Hijos de la ira (1944), del español Dámaso Alonso, es un ejemplo acendrado y difícil de igualar.
Salvo la sombra
Salvo la sombra

Llamamos “poesía ontológica” o “trascendente” a aquella que, sin perder un ápice de su aliento lírico, holla con pie decidido el terreno de la ontología: aquella que recupera la pregunta por el ser y halla lo que humanamente se puede encontrar: atisbos de respuesta, jirones de clarividencia, barruntos de iluminación. Parte sustancial de la filosofía heideggeriana surge de la base de una constatación: la metafísica, como disciplina preeminente de la filosofía, se caracteriza por haber olvidado la pregunta por el ser; análogamente, lo propio y lo mismo se puede aseverar de la poesía deliberadamente indescifrable, o adocenada, o atenida a las jergas o los ruidos al uso; se ha olvidado de la única pregunta que amerita el denuedo de aspirar a un rudimentario esbozo de respuesta: la pregunta por el ser. “Preguntar –señala Emilio Estiú en el marco de su estudio preliminar a la Introducción a la metafísica, de Martin Heidegger; Nova, Buenos Aires, cuarta edición, 1977, 241 páginas- es la vocación del que responde al llamado que viene de lo originario.” En el origen del ser pues, encuentra su residencia primera y auroral la pregunta por el ser; del mismo modo que la poesía, que desde la noche de los tiempos se formula la misma pregunta: desde los poemas épicos hasta el sincretismo dialéctico de Mallarmé pasando por la Divina comedia, de Dante. De modo tal que la “poesía ontológica” o “trascendente” no puede ser catalogada de abrupta innovación sino de bienaventurado renuevo. Trascender, en este sentido, supone (y demanda, y exige) sobrepasar la existencia que se agosta en la cuadriculada rutina de la cotidianeidad y proyectarse hacia: esa proyección se conoce con el nombre de poesía; si el tiempo (la desgraciada conciencia de nuestra finitud) se alza en el centro geográfico de nuestra angustia, la posibilidad creativa nace de esa angustia: una proyección que intenta trascender los límites de hierro de la temporalidad. Sofía Castillón y su volumen de poemas titulado Salvo la sombra (Pinap Editora, 2024, 74 páginas) encuentran su filiación en el dominio de la “poesía ontológica” o “trascendente”.

En el primer poema del libro, “El camino del monstruo”, se lee: “Esta víspera de año nuevo / un monstruo espía en mi ventana”; en el siguiente poema, “Casa tomada”: “(…) … nunca duermo sola // mil fantasmas pueden salir del baño / a buscarme”; en el poema “Ballena”: “Las algas dibujan flores, siempre / cubren el animal que habito” y en “Dejala vivir”: “(…) … que la cucaracha viva / sea a tus ojos / el reflejo de una bestia.” El poeta contempla la teratología que lo acompaña en la práctica de su escritura con mirada comprensiva (e incluso tolerante, e incluso cómplice): también ello es el proyectarse hacia de la ontología poética y es esa la mirada la que diferencia al poeta del resto de los mortales: el hombre común también convive con sus monstruos, pero en el entorno de una mirada ciega.

En el poema titulado “Receta” –especialmente, pero no sólo en el mencionado poema-, la poeta desciende hasta los abismos de una inquietante oscuridad. Es su poesía, en efecto, una poesía oscura, pero no sombría; rigurosa, pero no brutal; hamacándose entre el desasosiego y la turbulencia; transmite la consabida perplejidad ante el soberano misterio del ser.

El poema titulado “Sala de espera” comienza diciendo: “Demasiado pronto / el tiempo empieza / a hablar por nosotros”, y poco antes del final: “No hay cura. / Espero.” La espera, claro está, se revela inútil, pues ¿para qué no hay cura?: para aquello que somos: un ser arrojado a la Historia; vale decir, al tiempo; vale decir, a la finitud.

El poema “Diálogo con un muerto” concluye diciendo: “El muerto / se pasa la muerte / preguntando.” Ni aun envuelto en los harapos de la muerte, el sujeto deja de preguntar (-se): el impulso cognitivo no reposa ni aun cuando el cuerpo se entrega a la carcoma. Si como conjeturaba Platón, el soma (cuerpo) es la tumba o el cautiverio del sema (alma), ésta, una vez liberada, se aboca a la tarea que le es propia y constitutiva: la interrogación. No en vano, Emilio Estiú alude, en el párrafo antes citado, “al llamado que viene de lo originario”: ese llamado está en el origen, se sostiene en el desenlace y sobrevive a la desaparición.

El poema “Helix” termina diciendo: “En sus ojos vacíos / creés encontrar / la luz de un dios”, y remite derechamente al primer poema del libro, donde se lee: “No pude resistir / la mirada sin dios.” Se configura aquí la mirada ausente de la divinidad. Hay, pues, una verificación que conduce a un desasosiego más hondo que la revelación (nietzscheana) de la muerte de Dios: los ojos de Dios son dos cuencas vacías; y tal ceguera no propicia la profecía (Tiresias) ni desemboca en la anagnórisis (Edipo), sino que es aquello que despojadamente es: ceguera pura sin más ornato que las tinieblas.

La “poesía ontológica” o “trascendente” se proyecta y se consagra a la totalidad del ser: hacia sus insospechadas cumbres, pero también hacia sus irremediables abismos.

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