Estamos ante una obra de mucha enjundia, como casi todo lo que publica la editorial Polifemo. Este año he publicado un trabajo sobre este personaje insigne, para Cuadernos Toresanos, año-2025. “Caída Política, Destierro y Muerte del Conde-Duque de Olivares, en la Ciudad de Toro/Reino de León”. Por lo tanto, es un personaje diferente, eximio, y muy superior a la media de los que le rodeaban. Aunque, se da la circunstancia agravante de que él estaba, asimismo, convencido de su superioridad moral e intelectual. No obstante, el Conde-Duque se irá ganando paulatinamente la inquina de la población, a causa de su soberbia despectiva hacia los que le rodean, aunque no es el primero de su clan familiar. El Conde-Duque de Olivares se llamaría Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar, y como su apellido indica pertenecería a la poderosa familia de los Guzmán en el Reino de León. Nacería en Roma, el 6 de enero de 1587, y pasaría a mejor vida en Toro/Zamora/Reino de León, el 22 de julio de 1645. Su titulación nobiliaria sería apabullante: II conde de Olivares, duque de Sanlúcar la Mayor, I duque de Medina de las Torres, I conde de Arzarcóllar, I príncipe de Aracena y ministro-valido del Rey Felipe IV de las Españas. Su puesto de Valido o Superministro del monarca Habsburgo abarcaría entre el 7 de octubre de 1622 y el 17 de enero de 1643. Este libro, conspicuo, es uno de los mejores análisis biográficos realizados sobre el todopoderoso ministro de Felipe IV. Se pueden citar, asimismo, los de Elliott, Domínguez Ortiz, Parker y Tomás y Valiente, entre otros de mayor o menor enjundia. A pesar de los calificativos de autoritarismo soberbio con se le solía cualificar, él no podía evitar contemplar más que con desánimo a aquellas tierras de las Españas, bastante vulgares por los hombres que las poblaban, y mal dirigidas, a pesar de los rimbombantes nombres del Medioevo con que se adornaban: Reinos de León, de Portugal, de Navarra, de Aragón y de Castilla, además del de Granada. En el primer capítulo nos acercaremos a la mirada con la que fue contemplado por sus contemporáneos, desde el análisis pormenorizado de las diferentes caras y facetas sobre la lectura de los actos de su gobierno, sus ideas y sus proyectos, que siempre chocarían con la enemiga de todos, y eran muchos sus adversarios contemporáneos. Se cita que estuvo sometido a los dictados de los jesuitas, lo cual no está nada mal, ya que la Compañía de Jesús defendía, sensu stricto, la evolución más inteligente plausible de la sociedad hispánica del momento. El segundo capítulo realiza una aproximación muy completa a la idea política global, que sobre el valimiento tenía el propio Conde-Duque, buscando siempre apoyarse en los intelectuales italianos del momento, ya que es conveniente recordar que fue Rector de la Universidad de Salamanca/Reino de León, por votación de los alumnos. En estas reformas de 1622 se formulan y fundamentan la política realizada en pos de la justificación y el aliento de la Guerra de los Treinta Años. Se vincula la idea de la positividad existencial del valido por la espiritualidad que se ha sentido a la reforma realizada por el propio magnate. El tercer capítulo nos introduce, sin ambages, en la casa regia de los Austrias o Habsburgos, y el ambiente tan complejo que motivó la aparición de la sangrienta y desgastadora Guerra de los Treinta Años, donde, como sería de esperar, la Monarquía de los Austrias españoles ocupó un lugar preferente y protagonista desde el inicio. La dinámica de confraternización y de ayuda entre Madrid y Viena, misma dinastía y mucha vinculación entre sus miembros, la ideó el tío del conde-duque, Baltasar de Zúñiga y Velasco (Salamanca/Reino de León, 1561-Madrid, 7 de octubre de 1622), Comendador Mayor del Reino de León en la Orden de Santiago, Consejero de Estado del Rey Felipe III y ayo del futuro Felipe IV, personaje muy inteligente, pero sería el magnate-sobrino el que desarrollaría un sentido providencialista del hecho. El cuarto capítulo será aquel que nos demuestre como el Conde-Duque de Olivares estuvo de cabeza, y le quitó años de vida, su intento, muy inteligente, de tratar de abordar y resolver el grave problema de la necesaria solidaridad y cohesión territorial entre los diferentes territorios regios de la Monarquía y, sobre todo, como poder gobernarlos y salvar las disensiones entre todos ellos. No lo pudo conseguir, ya que Cataluña y Andalucía se levantaron, y Portugal se perdió definitivamente. “La necesidad por una parte de obtener más recursos le enajenarán el apoyo de importantes fuerzas sociales al tiempo que los fundamentos de su ideario político son puestos en cuestión por la Iglesia, y la misión que justifica el enorme esfuerzo militar es puesta en duda”. «Católica, Sacra y Real Majestad: En Navarra y Aragón no hay quien tribute un real; Cataluña y Portugal son de la misma opinión; solo Castilla y el Reino de León, y el Noble Pueblo Andaluz llevan a cuestas la cruz. Católica Majestad ten de nosotros piedad; pues no te sirven los otros así como nosotros». “El análisis desarrollado a lo largo del libro confluye en el problema principal, afecta a la interpretación de la llamada crisis hispánica de 1640 cuyas causas se achacan a deficiencias económicas, conflictos sociales y, sobre todo, tensiones territoriales debidas a la naturaleza ‘compuesta’ de la Monarquía, donde fuerzas centrífugas (los reinos exigiendo más autonomía) y centrípetas (la Corte aumentando su centralidad) ponían a prueba la resistencia del sistema, que funcionaba cuando estas tensiones se hallaban equilibradas. En líneas muy simples, la figura de Olivares emergía en medio del desastre como responsable de un vano y frustrado proyecto de regeneración, imposible de efectuar dada la amplitud de su visión y las limitaciones de la sociedad española para comprenderlas y acometerlas. Nuestra interpretación es diferente, como podrá comprobar el lector, prestando atención sobre todo a los cambios ideológicos y políticos que hicieron que el proyecto del Conde Duque careciera de sentido, forzándole a pedir licencia al rey para retirarse”. Será en el año de 1623, cuando el joven, pero magistral pintor sevillano, Diego Ruy de Silva y Velázquez se encargue de llevar a feliz término la pintura de la oronda persona del Conde-Duque de Olivares, al que inmortalizará definitivamente y, a la postre, pondrá al valido felipino a la vista escudriñadora de historiadores y médicos, que desmenuzarán su rica personalidad. Lo paradójico del hecho, y que deja prístinamente obvio cuál era su catadura moral, es que será el propio Gaspar Guzmán el que lo pida, sin ambages, ya que necesita ser inmortalizado ad infinitum. El doctor Gregorio Marañón, que nos acercó a los doctores en medicina al nivel de los historiadores, lo que este modesto servidor ya realiza y comulga con ello, porque en todos mis libros realizó estudios pormenorizados sobre las patologías de los personajes sobre los que escribo; estimo que, en ocasiones, no realizó un ‘profundo estudio de la idiosincrasia del historiado. Esto es muy claro e indubitable en el caso del Conde-Duque, que siempre pretendió figurar, no por puro narcisismo y egolatría, como un vulgar y ridículo político actual europeo, sin categoría; sino porque era preciso, que él fuese respetado como quien, y ello era cierto, sostenía la honorabilidad del Reino de las Españas, viendo el inevitable botarate que sentaba sus regias posaderas en el trono de antepasados tan eximios como Carlos V o Felipe II, entre otros de mayor o menor enjundia, con categoría y dignidad a raudales, que le faltaban al presente Rey Felipe IV. «El conde duque de Olivares es uno de los pocos políticos de la España de los Austrias que aún hoy tiene un lugar en la opinión pública española, y no bueno. Acusado de ser el causante de la decadencia de España, de arruinar al país en una loca carrera imperial absurda y megalomaníaco, de destruir las libertades de los pueblos imponiendo a sangre y fuego el centralismo, su figura no ha salido bien parada en la pluma de los historiadores. Este libro no pretende en modo alguno reivindicar su figura, sino proponer a través de testimonios sobre su comportamiento y actitudes, tanto propios como de sus contemporáneos, la comprensión de una cultura política dirigente, representada por un hombre que tuvo sobre sus espaldas grandes responsabilidades de gobierno. A través de él proponemos no caer en el engaño de los prejuicios, lo irracional o lo desmesurado limitándonos a mostrar las ideas, las creencias y las esperanzas de quien tenía en su mano el gobierno de una Monarquía de tales dimensiones que era casi como cargar con el gobierno del mundo». Por consiguiente, estamos ante una obra magistral, y paradigmática, y de lectura obligada, para llegar a tener una consciencia rigurosa e historiográfica sobre uno de los más grandes políticos españoles de todos los tiempos, el Conde-Duque de Olivares. «Al fin murió el Conde-Duque, plegue al cielo que así sea; si es verdad, España, albricias; y si no, lealtad, paciencia». ¡Sobresaliente! «Senatorii ordinis, sed qui non dum honorem capessisset». Puedes comprar el libro en:
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