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“SIRAT, EL RUIDO Y LA PALABRA”

Por Álvaro Bermejo
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beralvatelefonicanet/7/7/18
sábado 11 de octubre de 2025, 12:11h

Tiene que ser difícil llevar la vida de un ermitaño en una aldea perdida de Os Ancares, lejos del mundanal ruido, y rendir culto a los estruendosos eventos de música rave conocidos como ‘Sirats’. Autobiografía y metaficción parecen resolver tan ardua antinomia en la última película de Oliver Laxe, concebida desde el sentido original de esa palabra. En la mística islámica, como Sirat se conoce al puente que conduce del Infierno al Paraíso, “más estrecho que una hebra de cabello y más afilado que una espada”. El que habrán de cruzar las almas el Día del Juicio.

El planteamiento apela a una complejidad cercana a lo trascendental, lo que requeriría la construcción de un guion y unos personajes igualmente complejos. Lo que vemos no puede ser más primario. Instintos básicos. Una rave clandestina en el desierto de Marruecos, la sinestesia zombie como una mística. Un padre en busca de su hija, en compañía de su hijo menor y su mascota. A partir de ese punto una road movie sahariana, ciertamente espléndida en su filmación, perfectamente vacía en todo lo demás.

Dos horas de metraje, todos sus diálogos contenidos en folio y medio. Un laconismo hueco, de frases banales que nada revelan, salvo eso que Cioran definía como la posthistoria, un tiempo más allá de toda esperanza. Naturalmente, el nuestro.

Una modernidad sin profundidad construida sobre impactos emocionales, así en la realidad como en la ficción. Y el impacto emocional, la sentimentalidad a flor de piel, como una suerte de narcosis narcisista para encubrir la insoportable levedad de un ser narrativo incapaz de verbalizar justo eso, sus emociones. ¿Para eso está la retumbante monserga electrónica de ‘Sirat’? Laxe lo predica con la fe del carbonero. Cuesta creerlo en una cinta donde todo es inverosímil, incluido su desenlace -un campo minado en medio de la inmensidad del Sahara-. Pero no importa, al espectador ha de bastarle con sus impactos.

En la literatura, como en el cine, no se trata de escribir sobre tus sentimientos, sino de canalizar tus sentimientos hacia una obra que se sostenga por sí misma. ‘Bajo el volcán’ no es una obra maestra porque Malcom Lowry fuera un alcohólico desahuciado, sino porque contó su infierno abriéndose en canal. Sacrificio y gracia. No me cabe duda de que cruzó ese puente, el de Sirat, con bastante más crédito que los personajes de Laxe. Los que mueren sin saber por qué, los que siguen viviendo sin saber para qué. Nunca tanto silencio recabó tantos aplausos.

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