Es infrecuente que a estas alturas me interese de verdad un ensayo. Como saben mis alumnos y amigos no tengo abuela; solo conocí a una de ellas y falleció cuando yo era un niño. Se llamaba Victoria, y tal vez por ello me hace ilusión cuando una alumna o una amiga me dice que se llama Victoria. Me estoy refiriendo a un libro de más de quinientas páginas que he leído con interés durante un par de semanas y con el que he disfrutado conociendo la vida y milagros de su autor, sobre todo la base teórica que cimentó su trabajo como traductor y lector de algunas editoriales españolas muy conocidas. Sus primeros pasos como lector, sus primeros trabajos, sus viajes a Londres, sus intentos como poeta y novelista (siguiendo a Handke, entre otros), sus análisis de teoría literaria con autores que tanto he estudiado como Welleck y Warren, Todorov, Luckács o Kristeva, su amistad de juventud con Félix de Azúa, Leopoldo María Panero y José Antonio Maenza. A Panero le he dedicado algunas de mis tertulias literarias y hasta me fui a Tenerife a dar una charla en la Cátedra Leopoldo Panero dirigida por Javier de la Rosa y su sobrina Charo Alonso Panero. Hace mucho leí algo de Félix de Azúa que iba de idiotas y humillados, y no sé si de ofendidos, pero apenas conocía a José Antonio Maenza, un director de cine independiente que solo rodó tres películas. Me ha parecido interesante y he buscado cosas sobre él. "Personaje secundario" (2025, Trama) de Enrique Murillo (Barcelona, 1944) es un ensayo autobiográfico que gira en torno a la literatura y el mundo editorial en España desde los años 60 hasta la actualidad. Murillo ha sido traductor y editor en Anagrama, Alfaguara, Plaza & Janés, Planeta o Los libros del lince, y también trabajó en El País. Y desde esa perspectiva nos cuenta cómo Javier Pradera le dijo una vez que en ese periódico no interesaba la cultura, y también se refiere a Jorge Herralde y Carlos Barral, entre otros muchos personajes del mundillo del libro. El segundo reconoció que a veces se equivocó con los libros que publicó, y el primero que una editorial tiene que ser un negocio por encima del todo, y quizá por eso Murillo se marchó, porque no le quisieron hacer nunca un contrato en condiciones y sabía que algún día tendría que cotizar y cobrar una pensión. Murillo también reconoce que no siempre acertó con los autores que recomendaba, pero lo más interesante es cómo defiende en su impresionante libro el trabajo digno de los lectores y traductores que están detrás de las editoriales y que la mayoría de la gente desconoce. Se refiere a las veces en que no se pagaba a los escritores los derechos de autor o a cómo obtenían la necesaria financiación los editores, con créditos y préstamos bancarios, el propio dinero de las empresas familiares (bastante conservadoras en el caso de Cataluña), y en empresas de todo tipo, textiles, industriales e incluso con actividades menos confesables. Por supuesto que un editor importante y con dinero puede (o podía, ya que la era de la IA es muy diferente y lo está poniendo todo patas arriba, la forma de trabajar por parte de las empresas, los trabajadores e incluso de cómo debemos escribir y publicar los escritores y hasta dar clase los profesores) convertir a cualquier escritor mediocre en célebre y famoso, del que se pueden seleccionar textos para la Selectividad o la EBAU, como se llama ahora. Otra característica tan española de la que habla Murillo a lo largo de las páginas de su vida es el nepotismo (ya se sabe que la palabra viene de "sobrino") imperante por todas partes, en las familias, las amistades y las empresas y los gobiernos nacionales, autonómicos y municipales. Todo esto posee ramificaciones en el tongo de los premios literarios y las construcciones artificiales de imágenes literarias. Como me recordaban unos alumnos el otro día (sí, los alumnos de estos tiempos están muy bien preparados, aunque los caducos medios de comunicación nos digan lo contrario), el término nepotismo proviene del latín nepos y se originó por la práctica de los papas en la Edad Media y el Renacimiento de otorgar importantes cargos eclesiásticos a sus sobrinos, que a menudo eran hijos ilegítimos, y a sus parientes en general. Leer ahora a Murillo me ha hecho entender (en realidad siempre lo hemos sabido) por qué se han publicado libros que no lo merecían o se han dejado en la sombra a autores y obras realmente importantes. Cuando decidí estudiar Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, siendo ya catedrático de Economía Aplicada, también comprendí de qué manera me habían estado "engañando” tanto tiempo sobre lo que debía o no leer y debía o no pensar. Leí este “personaje no tan secundario” y lo dejé reposar antes de enviar algunas de mis impresiones a esta revista que siempre me ha gustado y que me permitían concluir que es como si hubiera estado leyendo una novela policíaca o de misterio a partir de la evolución del mundo editorial en España o como si hubiera vuelto a conocer a una alumna que se llama Victoria. He de confesar que prefiero comer o cenar y beber champán con Audrey Hepburn o Ingrid Bergman mientras paseo en barco por el Sena que con Javier Marías o Pérez Reverte a los que Murillo dedica muchas páginas, como a todo tipo de escritores. De todas formas, conseguir que editores y escritores me recordaran de alguna forma a personajes interpretados en el cine por Bogart, Cagney, Brando o Pacino es un verdadero mérito por parte de Enrique Murillo. Puedes comprar el libro en:
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