Con mucha razón, el editor Pedro Tabernero afirma que la imagen creada por el artista francés Gustave Doré de Don Quijote se ha convertido en un icono universal. “Ante tal rotundidad creativa y tan perfecta fusión entre la palabra y la imagen, cualquier intento de ilustrar el Quijote echa para atrás”. La maestría ilustradora de Doré está fuera de toda duda, no solamente por la obra de Cervantes, sino también por haber realizado las imágenes de La Biblia, La divina comedia que, a la sazón, serán las referencias esenciales de estas grandes obras. La tarea de emprender, por tanto, una nueva aplicación pictórica de Don Quijote era tan ardua como innecesaria. Sin embargo, el editor, quijotesco, romántico y amante de los desafíos al límite de lo imposible se lanza en esta aventura, no tanto para competir en una nueva imagen del personaje de Cervantes como para adentrarse a través del dibujo y la pintura en las apasionantes venturas, desventuras y aventuras de Don Quijote. Con Tabernero el azar siempre está presente, de tal manera que, de un feliz encuentro con un pintor de primera magnitud, como es Juan Torres, surgió la iniciativa que ahonda en la belleza tangible y contundente del libro ilustrado, (como dato técnico señalamos las soberbias medidas de 31x43 cms y un peso de 1Kg700). En el primer volumen, anotamos el génesis de esta obra, las características y principios de lo que será la colección. Asimismo, le escoltan un esclarecedor y riguroso texto de Manuel Jurado López, poeta imprescindible y estudioso necesario que aborda esencialmente “la representatividad del paisaje y la aplicación escenográfica en la mayoría de los acontecimientos”; y, una espléndida creación escrita que he contemplado como acuarela llena de memoria, sensualidad y precisión, del pintor Juan Gómez Macías que se detiene en la imaginería del responsable de dar forma y color a las figuras humanas, animales, en definitiva, que “proceden de las cosas del campo que Juan Torres atesora en su memoria, el ámbito de su niñez y de la reservas emocional de lo rural”. Sin duda, la mirada de Juan Torres es una clave fundamental, acaso una mirada libre de lo que acontece en Don Quijote de la Mancha, conformando igualmente una obra única, bella y esperada. En el segundo volumen, las aportaciones de Francisco Javier Escobar Borrego son a todas luces enriquecedoras, en una expresiva comparativa de Góngora y Cervantes, acaso de rastreos musicales, “estamos de hecho, ante unas variadas texturas tímbricas”, Cervantes “apela al buen oído y certera escucha de los lectores”. Finalmente, la lúcida escritura de un cervantista sobresaliente como Rogelio Reyes Cano que reflexiona sobre lectura y relectura y discurre sobre la riqueza natural de la “llaneza verbal” en Don Quijote. Además del recorrido interpretativo de la obra, nos quedamos con la paradoja, transgresora y definidora, “esta dimensión humanísima del libro cervantino la protagonizan un loco y un simple, dos almas que en la estima de la sociedad convencional estaban fuera de la racionalidad”. La experiencia libresca, la necesidad de experimentación artística, no solo son una marca editorial distintiva sino un nuevo diálogo entre disciplinas, una reinterpretación singular y destacable. Al elenco de colaboradores para conformar estos dos tomos sencillamente impresionantes que reivindican en el hecho, la belleza de los libros donde la imagen se presenta sin contrincante serio, se une las ilustraciones de Juan Torres que inunda principalmente de color la aventura literaria, y, por ende, vitalista. Más de doscientos acrílicos y óleos refuerzan la universalidad del arte, en palabras de Juan Gómez Macías: “Este proyecto editorial de Tabernero puede parecer un atrevimiento y no lo es. Se trata de una experiencia cuanto menos arriesgada, pero esa particular emoción es característica de su trabajo, un mérito añadido”. En cualquier caso, el trabajo pictórico de Juan Torres es inconmensurable en el dominio de perspectivas, fondos, y esa escala de colores tan potentes y expresivos, y a la vez, con ciertas sustancias de nostalgia, una musicalidad cercana al flamenco - (de hecho, su trabajo dedicado al flamenco es capital)- especialmente con el verde y los tonos ocres. No solo es pintor de oficio sino también ejerce la docencia del Dibujo y Color. Sin atender a sus exposiciones tanto colectivas como indivuales, nacionales e internaciones, destacamos que ya ilustró a poetas como Lorca y Baudelaire. Mantiene pues, un emotivo diálogo con la literatura y con los libros de artista. Si Gustavo Doré logró esa simbiosis perfecta entre el dibujo y el texto, siendo finalmente el referente ilustrado de Don Quijote, hay que valorar ahora el nuevo contexto en el que se desarrolla el pintor Juan Torres que ha creado otra unión igualmente inmejorable con el color que nos cautiva, nos atrapa y finalmente, nos obliga a releer la novela de Cervantes. Autenticidad y pasión en los trazos de sus pinceles, probablemente porque el dibujo y la pintura no dejan mucho espacio para la mentira, como nos decía Monet.
Buscando en mi memoria, tan caprichosa e involuntaria, como cualquier otra, no hemos podido evitar el recuerdo de la pintura de Sonia Delaunay aplicada a los textos de Blaise Cendrars, en concreto al extraordinario poemario La prose du transsibérien et de la petite Jehanne de France, señalándose como la primera obra de arte simultánea. En el caso de Cervantes y Juan Torres, se trata de un tributo a la tradición, fuente inagotable de inspiración, que crea una experiencia sensorial con la mirada inquieta de la modernidad.
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