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Adela Muñoz Páez: "Sabias. La cara oculta de la ciencia"

viernes 03 de marzo de 2017, 19:18h
Sabias
Sabias

Parece que haya de ser (últimamente con reiterada insistencia) que la mujer, la figura y la obra de la mujer tengan que ser resaltadas como restitución, como si hubiera renacido una conciencia de culpa en el sentido de que la historia cultural, hasta aquí, no hubiera cumplido su parte de ecuanimidad y ahora sea el momento de distinguir con argumentos, con claridad y convicción la contribución que la mujer ha aportado a la historia de esa cultura de occidente de la que tanto nos enorgullecemos.

Confiemos que no sea cuestión pasajera, ahora una vez más, sino de actitud racional, comprensiva, objetiva y democrática en el sentido más amplio de la palabra. Sobre todo, para el caso que nos ocupa, en lo relativo a la labor o influencia llevada a cabo en el campo de la ciencia.

Hay, digamos, dos casos paradigmáticos en la historia de la cultura europea que serían un buen referente como ejemplo: los de Eloísa, la tan amada (y amadora) e Hildegarda de Bingen, lugar éste donde consiguió ubicar el convento que ella misma habría de regir. La primera una mujer “notable en lingüística, filosofía, matemáticas y teología” y, también, según recoge el jesuita Mozans en su obra Woman in science, “era una de las matemáticas más famosas de Francia” Poseía a la vez amplios conocimientos de medicina, tal como se expone en el libro ‘El legado de Hipatia’ (un ejemplo bien preclaro de mujer culta donde las hubiere y muy avanzada en conocimientos científicos –astrología, medicina- para su tiempo) No obstante, he aquí que la historia redactada por otros le había de reservar un lugar casi únicamente como amante si bien, eso sí, anunciando en ello una actitud valiente, librepensadora y muy adelantada a su tiempo, teniendo en cuenta que éste era el del oscurantismo del siglo XII europeo.

El otro ejemplo lo constituye, sin duda, el caso de Hildegarda, coetánea, curiosamente, de la anterior, quien, aun habiendo profesado desde muy joven en un convento (al igual que Eloísa, pero es que éstos eran el reducto donde se guardaba el saber de la época) fue una notable dibujante que empleaba una simbología propia para definir el universo. Escribió en un lenguaje muy pulcro y literario sus famosos Scivias o visiones de carácter metafísico, pero había de ser gracias a su Subtilitates diversaron naturarum creaturarum (‘Sutilezas de la diversa naturaleza de las cosas creadas’, luego aparecida en dos partes, ‘Libro de la medicina simple’ y ‘Libro de la medicina compleja’) que fuese considerada la sabia más deslumbrante de la Edad Media.

Ha de añadirse, al tiempo, a tales virtudes intelectuales, su obra musical que, también, habría de ser considerada una contribución decisiva a la música, sobre todo polifónica, de ese siglo XII que le tocó vivir, compaginándolo todo, siempre, con su recatada vida monástica.

Este libro, que reúne otros muchos casos de mujeres ilustres, viene a ser así, tal como se indica en la introducción, un acto de reivindicación intelectual de las mujeres a lo largo de la historia, esto es, un paseo donde se podrá descubrir que “hasta bien entrado el siglo XX las mujeres tuvieron vetado el ingreso en las universidades y el ejercicio de muchas profesiones que requerían estudios, y que antes habían sido expulsadas de las bibliotecas de los monasterios”, una injusticia que habrá de ser reparada en el tiempo, con el tiempo.

El texto, bien escrito y documentado, se lee como una verdadera aventura. Y constituye, al fin, una exposición clara y manifiesta de la arraigada voluntad femenina, de sus capacidades innegables, de su participación en la construcción de una Europa más culta; la Europa que, curiosa y paradójicamente, se la ha de conocer a la vez como paradigma de las libertades.

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