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"Un hombre con suerte", de Jamel Brinkley

jueves 25 de abril de 2019, 13:18h
A Lucky Man
A Lucky Man

Si las lecturas demasiado masculinas nos cargan, entonces mejor que no leamos "A Lucky Man (Un hombre con suerte)" de Jamel Brinkley. En cambio, si somos capaces de sobreponernos a la aparente toxicidad de estas nueve historias en las que la mujer a veces puede verse retratada como un objeto, entonces nos daremos cuenta de que la masculinidad, o mejor dicho, la búsqueda de esta es, precisamente, el hilo conector que las une.

Por si no fuera suficiente con tener que salir al encuentro de tamaña palabra, Brinkley tampoco puede ignorar, dada su condición afroamericana, conceptos tales como raza, poder e historia. Casi todos sus personajes, adolescentes o jóvenes en su mayoría, salen de familias desmembradas. Muchas veces monoparentales, con madres jóvenes que luchan por sobrevivir y que, como individuos, también reclaman su derecho a escapar de la domesticidad, aunque para ello tengan que, temporalmente, echar a sus hijos de casa, como sucede en la segunda historia del libro: «J'ouvert, 1996». El padre de esta familia, que cumple una condena desmesurada en prisión por posesión de drogas, sufre el peso de la hegemonía blanca.

Otras conviven con hombres que nos pueden parecer repulsivos. Este es el caso del compañero sentimental que aparece en el cuento titulado «Everything the Mouth Eats» («Todo lo que come la boca»). Padre biológico del pequeño de los dos medio hermanos que protagonizan la historia abusa del mayor forzándolo a que le masajee el cuerpo y le frote la tripa desnuda. Pero esta actuación tiene un claro propósito: demostrar que la familia es un lazo indisoluble en el que hay jerarquías, y estas deben respetarse.

Eric, así se llama el hijo mayor y narrador de la historia, no es hijo suyo, pero este padre se aviene a acogerlo siempre y cuando actúe bajo las condiciones y prácticas que le impone. Luego nos daremos cuenta de que con este ritual el padre adoptivo pretenderá asegurarse la lealtad y la subyugación del no hijo. ¿De quién tú eres? Le pregunta constantemente.

Las complejidades de esta historia son inmensas ya que no solo explora los nudos de poder con el padre, sino también los existentes entre los dos medio hermanos. Y Brinkley lo hace con enorme pericia. Un congreso de capoeria angoleña, no hay que confundirla con la brasileña, le sirve al autor para auscultar las relaciones de amistad, odio contenido y amor entre los dos.

En la historia que lleva por título el de la colección, «A Lucky Man», Brinkley nos retrata una suerte de depravado, un portero de escuela que se dedica a sacar, subrepticiamente, fotografías de adolescentes y de mujeres jóvenes. El personaje está al borde del colapso emocional. Su mujer le ha dejado y su hija, sabedora del hábito del padre, no sabe qué otra cosa puede hacer más que tenderle una mano para que se descargue de esos instintos. Cuando una mujer da la voz de alarma al descubrirlo en el colegio tomando fotografías con su teléfono, Lincoln Murray, así se llama el fotógrafo, es capaz de sobreponerse temporalmente a su adicción. Acorralado, borra todas las fotos de la memoria del teléfono. Tameka, la hija, lo espera en Port Authority. Cuando se reúnen, Tameka se da cuenta de que algo no anda bien, pero el padre, tal vez para no preocuparla, quizás en un acto de lealtad hacia sí mismo, miente. He told her what he could. He told her a lie. Le dijo lo que podía contarle. Le dijo una mentira.

En «A Family» («Una familia») Curtis sale de la cárcel y lo recoge su madre. Curtis, incapacitado emocionalmente, (atropelló a una mujer), tiene que luchar contra los fantasmas que esta visión le trae. Para echar más leña al fuego, Brinkley hace que Curtis también tuviera que dejar a su suerte a la pareja y al hijo de Marvin, su mejor amigo, fallecido en un incendio. Curtis, en un favor póstumo, un acto de lealtad, de nuevo, la lealtad, un favor eterno, intentará conectar con los dos, pero la brecha es insalvable, primero porque Curtis no es Marvin, y segundo porque falta lo más imprescindible: el amor. Sin embargo, los lazos filiales no desaparecen, y Curtis se compromete a ser parte de ese núcleo que él llama a kind of family (una especie de familia). Aún a pesar de la dureza de la situación, Brinkley no escatima los detalles cómicos. El trato que el hijo le dispensa a este padrino, al que, con tono de sorna, llama tío, sirve para quitar hierro a experiencias tan traumáticas.

«Wolf and Rhonda» ( «Wolf y Rhonda») es la única historia de la colección en la que un personaje femenino se alza con el protagonismo. La clase de 1991 del instituto católico St. Paul se reúne en un bar para celebrar su reencuentro anual. Wolf es un hombre de pocas palabras, inteligente, directo al grano y con nula paciencia. Cuando Rhonda, una mujer inmensa cargada de kilos y de responsabilidades filiales, vapuleada por la vida, irrumpe en el bar, la atención de sus compañeros, sobre todo la de Wolf, (Lobo en español), se volcará en ella. Wolf, que se considera un hombre de pelo en pecho y una vez se dio un revolcón con Rhonda, (Rhonda lo divulgó), busca la revancha. Se la llevará a la iglesia católica de St. Paul para limpiarle el deshonor a su masculinidad.

Allá donde vayamos con los protagonistas, las imágenes se sucederán como en cascada. Es como si una cámara estuviera siguiendo a los personajes en un perpetuo travelling. A veces, esa persecución es tan directa, que el lector no puede más que sentirse angustiado, incluso mareado, con la intoxicación de tantos estímulos sensoriales. Con Lincoln y su cámara nos subimos al metro, primeros planos, apretujones, perlas de sudor, labios engreídos. Nada nos pasa desapercibido. Con Eric y su hermano nos montamos en coche para ir a la conferencia de capoeira y entrar en las rodas, círculos sagrados en los que, mediante un baile agresivo, se libera la rabia de siglos de esclavitud. Con Ty y su hermano Omari nos vamos de feria porque mamá nos echa de casa para quedarse a solas con su novio, y con Freddy, un colegial, nos subimos al autobús para disfrutar de lo que él cree es un paraíso blanco.

Estos viajes de formación o de madurez que no salen del Bronx o de Brooklyn, en todos los casos se adornan con un vocabulario asfixiante. El calor es insoportable, y el sudor, casi que se puede oler y tocar, a veces nos recuerda a las grandes obras sureñas. La luz se desparrama con vívidos colores, desfigurando las formas y haciéndolas grotescas. La música también propaga sus ondas desde las primeras páginas del libro y no nos abandonará hasta su cierre. Brinkley abre el primer relato con gente que baila y música a todo volumen saliendo de los altavoces. En el último, como si fuera consciente de que ya va siendo hora de darle un respiro a su voz, Brinkley deja que sea ella, precisamente la palabra música, la que lo impregne todo. El lirismo de este hombre con suerte, buena o mala, es innegable. Brinkley es hijo de James Baldwin, en efecto, pero también lo es de Robert Burns, la musa de Steinbeck para su obra De ratones y hombres, inspiración a la que también acudirá Salinger en Su guardián.

Aun así, ¡eres un ser bendito!,

pues el puro presente te marchita,

mientras, yo, que el pasado habito,

……………………………………huyo con prisa,

y aunque no puedo ver hacia delante,

……………………………………¡la conjetura me horroriza!

A UN RATÓN, 1785

Esa bomba de relojería que es la presión del tiempo, la necesidad de huir del pasado para echarse en brazos de un futuro incierto, es el aire que respiran estos niños, adolescentes, hombres que no saben cómo crecer o que se niegan a ello, de alguna manera sabedores de que, tras el campo de centeno no queda nada, tan solo una línea, interminable, pálida, en el horizonte.

Artículo escrito por:

Mercedes Gutiérrez (Madrid, 1971) es doctora en Literatura Estadounidense. Aunque nació en Madrid, hace años que reside en Estados Unidos. Sus historias se han publicado en las revistas españolas Sibila, El Kraken, Voces, Auca, Quimera o Revista de Occidente. También en Estados Unidos. Perro Verde es su primer libro (Renacimiento). Ha traducido La vida y las aventuras de Jack Engle de Walt Whitman (Funambulista). Tiene un blog, www.americanx-ray.com, en el que "radiografía" todo lo que tenga que ver con la cultura americana.

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