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“Carrera con el diablo”: el debut en la poesía de Luis Sánchez Martín

Lastura Ediciones
viernes 06 de marzo de 2020, 13:10h
Carrera con el diablo
Carrera con el diablo

Luis Sánchez Martín (Cartagena, 1978), escritor y editor, y hasta ahora, podríamos decir que era narrador: el libro de relatos, titulado Sin anestesia (Ediciones Hades, 2014) y la novela Bepop Café (Boria Ediciones, 2016), lo afianzaban como tal. Pero tres años después de su última publicación aparece Carrera con el diablo (Lastura, 2019), el poemario que nos ocupa, y aunque todavía la balanza se desequilibra por número en favor de sus publicaciones en narrativa, podemos anticipar que esta primera piedra en la poesía presagia un esperanzador camino en su constitución como poeta.

El poemario se estructura en dos partes: “Vivir despacio, morir viejo y dejar un ridículo cadáver” (14 poemas) y “El siglo XX no acabó hasta que murió Chuck Berry” (13). En la ponderación poemática se advierte una tendencia al equilibrio, mientras que de los títulos de estas dos particiones se infiere la ruptura del cliché y una coloquialidad y arraigo a la cultura y referentes musicales de una época. A esta información catafórica debemos añadir las resonancias que desprenden dos citas: de Pilar Blanco y José Antonio Martínez Muñoz, como referencias paratextuales. Con todo ello, hacemos acopio de emociones y vemos cómo se bosqueja una desasosegante pero natural deriva vital, el recurso a la memoria y una sospecha cabalmente fundada acerca de la alteridad en uno mismo.

No hay más que abrir el libro por cualquiera de sus páginas para percibir un aroma bukowskiano que baliza la zona de tránsito del hablante lírico entre los límites del realismo sucio. Bukowski comenzó a escribir poesía tras recibir el alta del hospital en el que fue ingresado tras haber padecido una grave úlcera sangrante. En palabras de Abel Santos, quien firma el prólogo: «Este es su primer poemario, sí, pero no su primer día en la poesía y el dolor». Es justo en el dolor y en su destilación a través de la palabra [a]poética donde Sánchez Martín entronca con el aura y textura del autor de Los días corren como caballos salvajes por las montañas (1969). Hay en los poemas de Carrera con el diablo un regusto a ajuste de cuentas, a liturgia de muerte y renacimiento, pero un renacer que exige incendiar los restos del pasado, vomitar los recuerdos anclados a heridas, superar, o tratar de intentarlo, aquellos miedos, dudas y errores que hoy convierten en corolario del periplo a una suma redención.

Ya en el primer poema vislumbramos la apuesta formal del poeta: verso libre, discurso estrófico y con epígrafes, sin rima, por lo general, extenso y de irregular puntuación ortográfica. Todos estos rasgos, incluida la arbitrariedad en el uso de la coma, se mantendrán durante todo el poemario, lo cual hace que el estilema escogido por el autor case a la perfección con el tono y carácter del libro.

«Tras años viviendo en la costra», confiesa el sujeto lírico en un ejercicio de sinceridad que revela un pasado sumido en cierta inmadurez «penetro en la herida», la primera persona anuncia un cambio de rumbo que le enfrentará de lleno con su propia realidad. Quién sabe si es por la edad, la insoportable acumulación de heridas o por vislumbrar un futuro poco prometedor, que el hablante lírico decide dar un volantazo y cambiar, no solo la dirección a la que se dirigía, sino también la invisible inercia que lo empujaba.

«El día que murió mi abuelo / mi madre me dio una paliza»; «El día que murió mi madre / llevaba diez años sin verla / y aunque sabía dónde y cuándo / era el entierro / no pude ir». Las vetas sentimentales que parecen emerger de la evocación memorística se disuelven rápido en una acidez corrosiva que dimensiona la crudeza de los daños sufridos y de la actitud que resulta de ello.

« ¿No ves la relación? / Es el mercado, amigo». Con esta interpelación al lector el hablante lírico rompe la cuarta pared, y con ella, además de quebrantar el tácito pacto de ficción, complejiza la posibilidad de empatizar con un ente que parece hablarnos desde algún lugar entre la defensa como acto reflejo y el odio.

La visceralidad y encono con la institución familiar también se encuentra en el poema titulado “90´s”, en el que tras citar algunos referentes musicales como Chris Cornell o Stray Cats, el protagonista confiesa que no usaba mucho la televisión ni la radio unas décadas atrás, pero tampoco, y emplea el mismo verbo, se pronuncia como usuario de la red familiar: «También tenía familia / en los noventa / pero no la usaba».

En el poema que lleva por epígrafe “Inquietud” las revelaciones acerca de su hermano mayor estremecen, cuando menos, por todo el desencanto, toda la ironía y cinismo, también, pero sobre todo, por el dolor que los versos transmiten en su fondo: «Le conseguí mejores condiciones que otros ingenieros / tenía, por supuesto, mejores condiciones que las mías»; «Mientras tanto yo vendía seguros, / servía cafés, repartía la publicidad / y cambiaba ruedas en un taller». Los padecimientos del ciudadano en el estrato social bajo, la carga familiar como estigma heredado, la impotencia, la frustración, son situaciones y sensaciones que desasosiegan por su simplicidad, inquietan y conmueven al representar los agentes de una erosión que proviene de lo cotidiano.

Algunas de las vicisitudes narradas por el hablante lírico erizan el pelo por su dureza, algunos pasajes de esta historia justifican su cinismo, el tratamiento de la evocación o ficción a través del prisma del realismo sucio: no desearíamos que todo cuanto Sánchez Martín ha vertido en este poemario sea cierto, sea autobiográfico, pero su gran carga de sinceridad y las sensaciones que transmite apuntan a que el autor se ha desnudado bastante.

El título del libro es una referencia intertextual al músico Gene Vincent (1956), quien falleció a la edad de treinta y seis años aquejado —también— de una úlcera sangrante. Dolorido por otro tipo de herida, también sangrante, el avatar de Sánchez Martín nos habla acerca de la muerte del héroe a través de las personalidades del matemático Charles Hermite y Lujo Berner, este último, heterónimo de Luis Bernardeau, poeta y surfista en sintonía musical con su evocador, y lo hace mediante un poema caligramático que sangra sus versos en el centro de la página: «Así / murió / Lujo Berner / el que nunca fue».

Esta reflexión acerca de la muerte de un personaje ficticio, pero también de su influencia en los seres que sí existen, sirve a Sánchez Martín para hacer un ejercicio metaliterario sobre el hecho de escribir. La literatura como elemento transformador del ser humano: catártico, terapéutico, de autoconocimiento; pero también como elemento distorsionador de la historia, creador de historia, véase las atribuciones apócrifas que otorga a Hermite.

La mujer adquiere un rol redentor en esta historia. La música se constituye como una barricada, un refugio y una referencia constante, aunque también encontremos alusiones a la cultura audiovisual. Una crítica mordaz al modo de vida urbanita en los países desarrollados subyace en cualquier latitud y a cualquier profundidad en este anagrama de recuerdos. Todo ello evoca a Karmelo C. Iribarren disparando aforismos cáusticos mientras se bebe una cerveza y ve pasar el mundo ante la ventana. Hay días, hay vidas, hay destinos que parecen haber sido escritos por Raymond Carver.

Palabras espejo de un libro espejo que no oculta su vocación prospectiva. Un viaje a la oscuridad del pasado, la visión de un terrible mundo a través del malditismo. La poesía sanchezmartiniana rompe la gramática estética para encontrarse a sí misma desnuda y verdadera, un valiente ejercicio de sinceridad del que ni autor ni lector probablemente saldrán ilesos.

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Luis Sánchez Martín
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