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Miguel Delibes, "Las ratas": las miserias y grandezas de unos desterrados que vencieron al silencio más duro que existe: el de los olvidados

miércoles 13 de mayo de 2020, 12:00h
Las ratas
Las ratas
La ternura y la esperanza con la que un niño reinterpreta la vida se vuelcan sobre las miserias y grandezas de unos desterrados que vencieron al silencio más duro que existe: el de los olvidados. Y lo hacen, con la armonía que desprende la inteligencia o la bondad exenta del interés que posee el Nini, y que a su vez, cercena la mirada de los vecinos que necesitan combatir el miedo a la incertidumbre.

Un miedo y una incertidumbre que proceden del cielo, como si todavía el mundo girase alrededor de los dioses del viento, la lluvia o la nieve. Una mitología que acentúa el poder de la ignorancia que solo se basa en la tradición de unas costumbres que fuera de esa inhóspita geografía ya no tienen razón de ser. El drama de estos olvidados de las tierras de la Castilla rural, en Las ratas, nos azota con la precisión narrativa y la versatilidad lingüística que Miguel Delibes les proporciona, de tal forma que, a día de hoy, podríamos decir que es mágica, por el componente de fenómeno asombroso que tienen.

Un poder, el de la magia, que bajo la mirada siempre limpia e inteligente del Nini se nos hace presente con la misma naturalidad que transcurren los días de un pequeño pueblo que rige su existencia por el santuario, en lo que supone un nuevo ardid narrativo de Delibes, al poner por encima de todo ese universo cerrado y omnívoro, el poder de la naturaleza y su profundo amor hacia el campo y sus gentes. La señora Clo, la Sime, el Malvino, el Justito, el José Luis, Matías Celemín (el Furtivo), el Rabino Chico, El Antoliano, el Agapito, el Rosalino, el Virgilio, don Antero (el Poderoso), o el tío Ratero (el padre del Nini) son los verdaderos protagonistas de esta alegoría de privaciones y silencios, miseria y tragedias, esperanza y mitos que rige sus vidas por un azar que no existe tras el Cerro Chato, el Portón del Noroeste y el Cerro Cantamañanas. Todos ellos, accidentes geográficos de ese deslinde de la vida en el que permanecen anclados los personajes de Las ratas.

Miguel Delibes concibió este libro como la mejor manera de hacerle un regate a la censura que no le permitía denunciar la situación de abandono y miseria de las gentes de una Castilla rural que todavía permanecía sumergida en la noche de los tiempos en los artículos del periódico que dirigía, El Norte de Castilla. Y su destreza fue tal, que no solo consiguió su propósito, sino que Las ratas fue Premio de la Crítica 1962. Su particular y pertinaz lucha, y su fidelidad para con aquellos que como él mismo confesó pasaron junto a él (en su cabeza), una buena parte de su vida, no es más que el fiel reflejo de la pureza y la bondad hacia aquello en lo que uno cree. De ahí, que no sea tan extraño que un personaje literario tan bien conseguido como el del Nini pertenezca a esa nómina de héroes silenciosos que dejan huella con su sola presencia. El Nini es un Mesías, o un regalo dentro de la oscuridad y la desesperanza de todo un pueblo. Un símbolo que, en sí mismo, representa la posibilidad del cambio. Un cambio que, sin embargo, necesita no caer en el saco del olvido.

Las descripciones tan bien escritas y resueltas de la naturaleza que rodea a Las ratas son un símbolo de la pasión que el campo y la naturaleza despertaban en Delibes, gran defensor de la caza y su papel protagonista sobre los ajustes de un mundo que conocía a la perfección. Unos ajustes que en esta novela también son denunciados a través de personajes como el Furtivo, cuando no son respetados. En esta novela donde todo cabe y nada sobra, el escritor vallisoletano despliega la destreza de un ritmo que solo es controlado por el corazón vivaz y generoso de quien se sabe la voz de aquellos que no la tienen. Como diría el propio Delibes: «Mi vida de escritor no sería como es si no se apoyase en un fondo moral inalterable. Ética y estética se han dado la mano en todos los aspectos de mi vida.»

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