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Sebastián Roa
Sebastián Roa (Foto: Manuel Orts)

Entrevista a Sebastián Roa: “De repente te topas con alguien a quien no se ha prestado atención, y te preguntas cómo es posible”

Autor de "Némesis"
miércoles 07 de octubre de 2020, 13:00h

Es Sebastián Roa un autor que busca, busca personajes históricos con potencial literario. En el caso de Artemisia de Halicarnaso, encontró, además, a una mujer que no se deja escribir sino que toma el control y te dice por dónde debe ir la novela. Y el camino es el mar…

Némesis
Némesis
Sebastián Roa ha escrito algunas de las mejores novelas históricas españolas de la última década. Primero se interesó por la llamada Reconquista, con una trilogía fantástica sobre los almohades, despúes se fijó en el mundo griego. Comenzó con "Enemigos de Esparta", un portentosa novela llena de aventuras, y ahora publica "Némesis" sobre Artemisia, una mujer que ya en su época dio mucho que hablar.

Una curiosidad: ¿por qué empiezas los capítulos con citas de canciones? ¿Has querido crear una banda sonora contemporánea para Artemisia?

Tenía unas ganas enormes de hacer algo así. En realidad, tenía ganas de hacer algunas otras cosas, y en Némesis me las he permitido todas. La música es muy importante para mí. Puedo pasar un día sin escribir, incluso sin leer, pero es raro el día en el que no oigo música. Banda sonora de Némesis no sé, pero esas citas musicales forman parte de la banda sonora de mi vida y también me inspiran, me aportan ideas. Otras veces, para los encabezamientos me he servido de poemas, de versículos sagrados, de crónicas antiguas. ¿Por qué no tirar de una letra de Madonna o de Halestorm, sobre todo si se la puede vincular con el contenido de la obra narrativa? En mi novela, a Artemisia de Halicarnaso la llaman Centinela de Asia. ¿Crees que lo de la centinela vengativa lo saqué de una vetusta crónica medio desconocida? Pues no: de una canción de Judas Priest salió. A ver, también es un poco por tocar las narices, lo confieso. El género lleva tiempo muy constreñido, acosado por inquisidores prestos a condenar cuanto se salga de la norma. Pues aquí tienen provisión de leña para sus hogueras.

¿De dónde viene tu fascinación por Artemisia?

Artemisia I de Halicarnaso, el personaje histórico, me atrajo la primera vez que me asomé a Heródoto, hace ya años. Estas cosas pasan. De repente te topas con alguien a quien no se ha prestado atención, y te preguntas cómo es posible, con el potencial literario que desprende. Me ocurrió con el rey Lobo, con Urraca López de Haro, con el Batallón Sagrado… Atención, porque esto es importante: no es tanto su potencial impacto histórico lo que busco, sino su capacidad para protagonizar una ficción. Mi Artemisia, además, es de esas que empiezan siendo personajes diseñados por el autor, pero pronto se hacen con el control y te dicen por dónde debe ir la novela. Yo sabía que daría mucho juego, y no me defraudó.

Su fama, ¿es merecida?

¡Pero si a la Artemisia histórica la conoce muy poca gente! Y los que han oído hablar de ella, la ven como Eva Green en formato BDSM. Yo lo diría al revés: Artemisia —el personaje histórico, insisto— no merece haber pasado desapercibida tanto tiempo. Fue la única en todo el ejército persa que supo ver la forma de vencer aquella guerra. Jerjes no le hizo caso, y bien caro le costó. Nuestra cultura debe mucho a la Grecia que derrotó a los persas, pero si el criterio de Artemisia se hubiera impuesto en el consejo real…, ¿cómo seríamos ahora?

Artemisia de Halicarnaso, la actual Bodrum, en Turquía, un lugar geográfico en el que el este se une con el oeste…

¿Seguro? Si me paro a pensarlo, ese ha sido a lo largo de los siglos un lugar en el que este y oeste no se unen, sino que chocan. Hay sitios así. Sitios que la historia reserva para los hechos notables y los personajes irrepetibles, pero siempre en medio de enfrentamientos. Podemos compararlos con esas áreas en las que dos placas tectónicas friccionan. Solo que, en vez de volcanes y terremotos, surgen conflictos humanos. Igual que Sierra Morena es un lugar donde se concentran las batallas a lo largo de los siglos, el Egeo y sus bordes en Asia y Europa forman una zona de fricción perpetua. Territorio fronterizo, cuna de inadaptados. Resulta que siempre he dicho algo: la idea cósmica que da lugar al western la podemos encontrar reflejada antes del siglo XIX yanqui, en nuestra Reconquista. Pues me quedaba corto. Es una constante desde hace milenios, tanto en la historia como en la ficción. De Troya a la actual tensión greco-turca, pasando por las Guerras Médicas, las Cruzadas o la Toma de Constantinopla.

En la novela se describen navegaciones y batallas náuticas. ¿Qué es más difícil? ¿Documentarse o escribir todo lo que uno sabe sin que parezca un tratado destinado a los cadetes de la armada?

Documentarse es divertido si el tema agrada. Eso no cuesta trabajo. El problema es que los tecnicismos se vuelven muy familiares porque los interiorizas y convives con ellos durante tiempo, de modo que acabas usándolos casi inconscientemente, sin darte cuenta de que no pueden inundar una novela destinada a gente que jamás ha oído hablar de un codaste o de un akateion. Por suerte hay un proceso de revisión en el que te alejas de la esfera diegética, recuperas perspectiva y analizas el texto con frialdad. Ahí es donde se aligera de terminología dura y se deja la justa para ambientar, sin peligro de expulsar al lector. Yo no quiero estorbar. No pretendo que leas la novela y te impresiones con mis conocimientos. Ni históricos, ni bélicos, ni náuticos. Lo que busco es que veas a Artemisia moviéndose sobre el Némesis, ordenando al piloto meter caña a estribor para embestir a ese trirreme enemigo. Que sientas lo que ella siente, sepas por qué lo hace, te veas a ti mismo haciéndolo…

Tiene gracia seguir a Artemisia en su navegar por islas del Mar Egeo que hoy son conocidísimos destinos turísticos…

Lo mejor es que yo mismo no había prestado mucha atención a esos sitios «en el presente», pero en el proceso de documentación y durante la escritura he tenido que recorrer las costas, las bahías, los cabos de Paros, Quíos o Kálimnos. Virtualmente, se entiende. Aunque con eso vale. O incluso es mejor, porque te sirves de la imaginación para convertir un puerto turístico de hoy en un nido de piratas de hace 2.500 años. La literatura es maravillosa. ¿Cómo puede haber gente que no lee?

Cuando volvemos sobre personajes femeninos de la antigüedad nos sorprende cómo, teniendo los hombres las riendas de todos los poderes, algunas mujeres consiguieron abrirse paso… ¿por qué rendijas?

¡Gracias por esta pregunta! Porque me gustaría aclarar algo respecto de los personajes históricos y los personajes ficticios, tanto en el pasado como ahora. Lo que yo no voy a hacer es irme al siglo V a. C., coger un personaje histórico sobre el que se escribieron cinco párrafos, traerlo al presente, añadirle 500 páginas y pretender que todo eso es lo que pasó de verdad o podría haber pasado, pero, oh, los cronistas no lo cuentan y aquí estoy yo para hacer justicia. Pues no: lo que yo he hecho es ficcionar. Esta vez tomo como modelo a una mujer que (tal vez) existió pero que apenas aparece en una o dos crónicas, y me invento otra que llena una novela entera. Artemisia I de Caria —el personaje histórico— no se abrió paso en absoluto, la pobre. Ni una rendija le dejaron. ¿Quieres saber de alguna mujer potente sobre la que se escribiera en el siglo V a. C.? Una a la que no le bastaban rendijas, sino que entró por la puerta grande en nuestro código moral. Una que no aparece en ninguna crónica histórica, pero su legado determina nuestra noción de la justicia al servicio del ser humano. Pues ahí tienes a la Antígona de Sófocles. Total: mucha crónica, mucho rigor y mucha desmitificación, pero al final son siempre la ficción, el mito y la imaginación los que salvan el día. Y Némesis es ficción, que conste. No historia.

Te sirves de un mecanismo, ya utilizado, la aparición de un manuscrito… ¿Por qué el “truco”, si me permites la expresión, sigue valiendo?

Tienes razón. Resulta que el recurso del manuscrito encontrado siempre aporta un plus de verosimilitud, sobre todo porque —casi invariablemente— implica a un narrador en primera persona, con lo que el lector, digámoslo así, se ahorra un intermediario entre él y la diégesis. En ese sentido, más que truco sería una técnica narrativa. De todos modos, en este caso era lo adecuado. El material primigenio con el que conté para dar vida a esta novela me invitaba a usar el recurso porque, literalmente, era un manuscrito encontrado (o una parte muy pequeña de él). Y eso es cosa que no oculto en ningún momento, así que incluso existe un homenaje a Umberto Eco, cinturón negro de manuscritos encontrados, símbolos y laberintos. Te habrás fijado: la introducción se titula «Naturalmente, otro manuscrito».

Te sirves, además, de un jovencísimo Heródoto…

O él se sirve de mí, si lo pensamos bien. Heródoto no fue siempre el halicarnasio exiliado que era cuando escribió su versión final sobre la guerra entre griegos y persas. Ese tipo acogido por los atenienses, entrado ya en años, resabiado y probablemente resentido con su tierra natal. Antes de eso, mucho antes, existió otro Heródoto. Uno joven, más inocente. Tuvo que haber un tiempo en el que vivía a gusto en Halicarnaso. Un tiempo en el que, de propósito o no, recopiló algunos de los conocimientos que después volcaría en su gran crónica. Y ese fue el tiempo en el que coincidió con una Artemisia que era una veterana comandante naval.

Si no me equivoco, te iniciaste con una novela actual, Casus Belli, pero, desde entonces, sólo has transitado escenarios centenarios, cuando no milenarios… ¿Estás atrapado en la historia?

Te responderé con lo que un personaje de Némesis, una noble persa llamada Sadukka, le dice a Artemisia: «A lo mejor Troya fue un cadáver corroído por gusanos, con enjambres de moscas posándose sobre la sangre seca, los ojos reventados, el rictus de dolor… Solo que ahora, tantos siglos después, nosotras vemos el esqueleto venerable, cubierto de polvo, con la espada sujeta por la mano huesuda. El tiempo vuelve épico hasta lo más vulgar».

Respecto a tus protagonistas, ¿qué es mejor? ¿Encontrar un diamante en bruto, un personaje no explotado, o sacar brillo a uno ya conocido?

Es indiferente en ficción, y creo que depende más de la habilidad del autor que del brillo del personaje histórico. Te pongo un ejemplo reciente con Pérez-Reverte. Existen pocos personajes históricos más «explotados» literariamente que el Cid. Nada menos que desde el siglo XII (como mínimo), y ahí tienes el juego que ofrece aún. Pero las características que dan lustre al Cid de Pérez-Reverte relumbran también cuando reviste con ellas a un personaje sacado de la manga como, pongamos por caso, Diego Alatriste.

Con este libro te incorporas al catálogo de HarperCollins Ibérica. ¿Qué busca el escritor en la editorial? ¿Qué busca la editorial en el escritor?

HarperCollins Ibérica confía en mí para que la novela se lea mucho, supongo. Yo confío en ellos para lo mismo. En fin, todo esto suele depender del momento, del autor y de la editorial. Harper Collins está montando un equipo de novelistas históricos muy atractivo, con ganas de plantar bandera en el género. Era difícil resistirse. Y yo me encontraba en un momento en el que necesitaba un cambio, y parece que encajaba en ese equipo naciente. A todo eso hay que unir factores económicos, por supuesto. Y expectativas, deseos, miedos, frustraciones… Yo no me veo autopublicando y esas cosas: necesito una editorial con la que trabajar, y esta tiene muy buena pinta.

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