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POESÍA 90. VOZ A UNA GENERACIÓN

Olé Libros publica la primera antología del grupo Poesía 90
Por José Antonio Olmedo López-Amor
lunes 13 de junio de 2022, 17:00h
Poesía 90. Voz a una generación
Poesía 90. Voz a una generación

En la Antigua Grecia, un ónfalo (en griego, ‘ombligo’) era un artefacto pétreo que se utilizaba en algunas liturgias religiosas que se celebraban en el oráculo de Delfos. Dicho betilo representaba nada más y nada menos que el centro del mundo. Y eso es, precisamente, lo que las páginas de Poesía 90. Voz a una generación (Olé Libros, 2022) representan para sus creadores: el sagrado lugar donde el cielo y la tierra se unen para ellos; su axis mundi; el panóptico enclave desde el que emitir el discurso umbilical que les posicionará frente al mundo y a sí mismos.

Con una espléndida imagen de cubierta diseñada para la ocasión, autoría de Javier Parra, este libro ofrece todo cuanto puede dar una compilación de poemas, un mosaico de voces por algo unidas, y también, algo más. No nos encontramos ante una antología al uso. Dos paratextos —de autoría colectiva— (Presentación y Manifiesto), ubicados en sus primeras páginas, dan buena cuenta de su naturaleza y motivaciones. Los poetas aquí convocados tienen el denominador común de haber nacido en la década de los noventa del pasado siglo, un periodo que comenzó con las todavía vibrantes resonancias en toda Europa y el resto del mundo por la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética. Para algunos, este derrumbamiento simbólico del comunismo dio paso a lo que se denominó «post Guerra Fría». No fueron pocos los conflictos bélicos que se desataron por todo el planeta mientras algunos de estos poetas eran tan solo unos niños: el genocidio de Ruanda; la guerra del Golfo; la batalla de Mogadiscio, en la que intervinieron los Estados Unidos con el pretexto de la guerra civil de Somalia. Una crisis financiera tuvo lugar en Asia (1997) y aumentó la pobreza en los países del sudeste asiático. Fueron tiempos de transición de un modelo autoritario no disimulado, a otro modelo más disimulado de autoritarismo llamado `democracia´. Se clonó a la oveja Dolly. Murió, o asesinaron, a Lady Di. Pusimos en órbita el telescopio espacial Hubble. Falleció Freddie Mercury, víctima del SIDA. Se produjo la liberación de Nelson Mandela. La banda terrorista ETA asesinó al concejal Miguel Ángel Blanco.

Pero los noventa también fueron unos años en los que Internet comenzó a infiltrarse en nuestras vidas. Bill Gates lanzó Microsoft 95; se estrenó Toy Story, la primera película realizada de manera íntegra por ordenador; y así, sucesivamente, de los noventa hasta hoy, todos conocemos a grandes rasgos las transformaciones sociales que de una u otra forma nos han cambiado: creación y expansión de las redes sociales; proliferación de mundos virtuales; inmediatez en la comunicación; pérdida de la privacidad; crisis económica del 2007; globalización; pandemia mundial, etc. Esta generación es de nativos digitales que han sido atravesados por el dogma hegemónico del capitalismo, la monetarización, el mercantilismo y su barbarie. Pertenecer a la aldea global es un privilegio que se obtiene vendiendo nuestra intimidad. El ciudadano perfecto para el Estado es aquel que gasta dinero que no tiene en comprar artículos que no necesita. Pocas personas son conscientes de que no compran cosas con dinero, sino con el tiempo de su vida que invierten en conseguir ese dinero. Internet se ha convertido en la herramienta más sofisticada de espionaje. No es extraño, pues, que la crítica sea un rasgo transversal en estos poemas.

Y qué decir de la posverdad. Vivimos en una era de sobreinformación que nos aboca de manera indefectible a la duda. Los libros de Historia se reescriben por radicales nacionalistas, gabinetes enteros de personas se dedican a inventar noticias falsas para confundir a la opinión pública y generar efectos en la sociedad. ¿Qué noción de identidad se puede manejar en un contexto en el que ya se anuncian posibles fusiones entre el ser humano y la máquina? A la par que la mentira avanza, lo hace también la Ciencia. Inteligencias artificiales, economías de mercado: cuando el oráculo que inspira las leyes son las fluctuaciones bursátiles, la poesía, la cultura es más necesaria que nunca.

Para la mayor parte del núcleo fuerte que conforma Poesía 90 este es un paso decisivo, un primer paso que supone el encauzamiento natural y evolutivo de un decir —hasta ahora— digital que se consolida y trasciende el ámbito de las redes sociales para quedar impreso para siempre: que no es poco. `Decir´, porque callar en tiempos convulsos es un signo de complicidad, de asunción y acatamiento. Todo esto es justo lo contrario de aquello que se espera de una nueva promoción que llena de vitalidad, ímpetu por conocer y la necesidad de ser escuchada, alza la voz sin ser invitada al conciliábulo porque prefiere pedir disculpas a pedir permiso.

Hecho poético como palimpsesto, un templo construido con las ruinas de otro templo en un ejercicio anastilósico de supervivencia es lo que encontramos en algunos textos: «El que escribe escribe desde el momento de nacer, / porque yo también soy / las primeras palabras que leí / y las primeras voces que escuché» (Marc Caballer). Vida y escritura entrelazadas. En la experiencia intrauterina también se filtran las palabras. La conciencia de ser hijos disconformes de su tiempo no impide a estos poetas valorar y conocer la tradición. Son conscientes de que de lo paratextual puede surgir una obra como fuente primaria que será estudiada, y no solo formará parte de la tradición, sino que contribuirá en cierta medida a transformarla: «Yo soy la fundición y la fábrica del hierro / que se materializa en el texto» (Marc Caballer). Por tanto, cuanto deviene de toda reflexión nos llega envuelto en esperanza.

Del desacuerdo pasamos a la decepción y de la decepción, a la desobediencia: «Las cadenas cada día oponen más resistencia, / me lo advirtieron / pero yo no quiero ser mariposa ni ave. / Quiero ser yo» (Irene Castelló). La rebeldía es innata en toda promoción que se precie. Según nuestra percepción cartesiana del mundo, es necesario dejar algo atrás para avanzar. ¿A qué nos enfrenta el poema realista? A la incomprensión de los que acatan y obedecen, a su sanción como herramienta correctiva del sistema: «Siguen los silbidos, / las quejas: / si es el precio que tengo que pagar por ser libre, / tengo una fortuna que ofreceros» (Irene Castelló). Pero una vez más, el mensaje es perseverar en nuestra voluntad: la singularidad que nos hace únicos y se opone al pensamiento único.

Este libro constata que es posible fomentar el pensamiento crítico a través del arte, certifica que la autocrítica, el cuestionamiento interior, el autoconocimiento y la purga de nuestros prejuicios nos autorizan de alguna manera a excarcelar nuestras incertidumbres quizás para que otros, por contraste, descubran sus propias certidumbres o su ausencia: «Ja que sóc jo flor de les mortes, / l'ànima enemiga de la làpida / l'altra cara dels monstres / d'una història silenciada» (Marc Estrellat). Pero no siempre el resultado de enfrentar las injusticias cristaliza en algo diplomático: «Dame una limosna / para comprar una pistola / y matar al rey» (Marc Estrellat). La voz anárquica y expeditiva forma parte del acervo popular y, por ende, encuentra su espacio en esta antología.

La clase gobernante ha diseñado una arquitectura perfecta que le permite evadir impuestos de manera impune, legislar a favor del capital, complejizar la estructura burocrática para opacar toda ventana que pueda traslucir su insana codicia. Entre sus herramientas de control y distracción de la población se encuentra Internet, perfecto `caballo de Troya´ que sigue divulgando una falsa noción de libertad, privacidad y divertimento, mientras potentes superordenadores continúan etiquetando y empaquetando datos: «La inteligencia y la fuerza eran nuestras, / pero nos dejamos engañar y vencer» (Christian Ferrando). Esta hamartía es transfigurada en algunos poemas de manera metaliteraria («Deshaciéndose despacio en el espacio / el papel. / Queriendo ser cielo en el anhelo / de que ninguno lo haga rehén», Christian Ferrando), recurso que gamifica la problematización del neoliberalismo y su implantación en sociedades infantilizadas que no lo rechazan.

La adquisición de la madurez conlleva la pérdida de la inocencia. Aumentamos nuestros conocimientos, y con ellos, aumenta nuestro pesar. Desposeídos de nuestra pureza, el tiempo de la niñez se convierte en un pasado más consistente para el alma que el voluble y cruel presente: «Quiero decirle que el futuro no es más que una promesa / que no hay prisa en traspasar el umbral / que el único momento verdadero es este: / la patria eterna de su infancia» (Fabiola Flores). Hallamos trascendencia filosófica en hechos cotidianos que nos hablan acerca de la utopía del artista, de su obstinado permanecer entre ideales, mientras la realidad va destejiendo su trama y va dejándolo más y más desnudo, aunque su fe en la belleza y lo inefable impide por momentos su derrota: «Pero hoy sueña —mientras friega los platos— con descubrir la imagen como aquel que un día soñó con descubrir el fuego» (Fabiola Flores).

Así surge la interrogación existencial, el diálogo con nosotros mismos, con la versión que no conocemos. Las preguntas subrayan dudas, pero también dan pie a digresiones: «Què sóc sinó l'olor d'una pulcra decepció, / un rumb trastornat, / un estel confós i palpitant?» (Beatriz Marrodán). Someter la conciencia a examen arroja luz a esos ángulos muertos en los que puede ocultarse aquello que nos incrimina. El fantasma de la muerte sobrevuela entonces como corolario de la vida, surge el reproche, el miedo: «¿Qué es el tiempo, sino un largo trayecto / que nos guía hacia una muerte inevitable?» (Beatriz Marrodán). Afrontar nuestra imagen en el espejo nos exige valentía, entereza para no salir huyendo después de conocer nuestras limitaciones, nuestras taras.

Entre la hybris y la heurística, los sujetos poemáticos develan los mecanismos que hacen girar el mundo, pero también, el volcánico magma que aguarda en el corazón de los jóvenes: «Nos quieren arrancar las raíces, / pero hoy se abren las cicatrices» (Clara Romany). Su decir se abre paso abriendo cunetas, desenterrando fosas y escupiendo toda su indignación. Del silencio a la música. Del hartazgo a la acción libertadora. Porque la palabra sigue siendo esputo y canto. Hay una sensibilidad no impostada que impera omnipresente y deja huella, una forma de ver que no se resigna a asumir lo que no encaja por sistema: «Estaré lista para nacer de nuevo. / Porque hay gatas que pueden ser ave fénix. / Resiliencia. / Silencio» (Clara Romany).

Este libro es un grito de non serviam dirigido a los custodios del poder, a los letraheridos; páginas iniciáticas que inauguran una senda que se promete también honda y prospectiva, pues muchos de los poemas nos hablan de la identidad: ese frágil concepto —sancta santorum— hoy amenazado y sitiado por la cultura de masas. Hay una vocación de abrazo en los poemas, pero también, en el hecho de incluir a poetas que no forman parte del grupo: Rosa Berbel, Sergi Bretó, Juan Diego, Alfonso Fernández, Iria Fariñas y Félix Moyano. Es una lección de humanidad que no pasa desapercibida. La poesía nos educa en la tolerancia —según Brines— y también nos ayuda a hacer comunidad.

Poesía como reducto para canalizar el flujo expresivo y su naturaleza artística, pero también, para albergar todo el caudal disidente que desatado por el desencanto y la decepción, brota —aun de manera subliminal— y se escucha de manera constante y en segundo plano como el murmullo de un río subterráneo.

Este colectivo recoge el epígrafe et in arcadia ego que utilizó Poussin para nombrar uno de sus cuadros, pero no lo interpreta como un memento mori, sino como un mantra o grito de guerra: «también yo en la Arcadia estoy». Así, la tradición se reconfigura y empuña para que los jóvenes artistas —al igual que la encina en su apogeo— reivindiquen su parte de los bosques. Este banquete está lleno de hambre. Esta ilusión de luz nos calienta e ilumina. Este odre —sin ninguna duda— está lleno de vida.

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