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Roberto Sacchi
Roberto Sacchi

Entrevista a Rubén Sacchi: “No creo en la perfección, sí en el estilo”

Rubén Sacchi responde ‘En cuestión: un cuestionario’ de Rolando Revagliatti
Por Rolando Revagliatti
viernes 22 de enero de 2021, 18:06h

Rubén Sacchi nació el 29 de noviembre de 1955 en la ciudad de Lanús, donde reside, provincia de Buenos Aires, la Argentina. Además de poeta y ensayista, es periodista y fotógrafo; así como Director de Cine y Video, egresado del Instituto de Arte Cinematográfico. Fue codirector del periódico “La Balsa” y director de las revistas “Impulsos”, “Restos del Naufragio”, “Lilith” y “Septiembre”. Integra el Frente Cultural Septiembre, el colectivo CRECIDA (Coordinadora Regional de Espacios Culturales Independientes de Autogestión) y el Grupo de Escritores Voces del Viento. Dirige la plataforma http://desmenuzartemejor.blogspot.com/. Su obra poética se difundió entre 1977 y 2018 en los plegables de poesía “Sextavar 3”, “Sextavar 4”, “Orígenes 3”, “Poesía Estúpida” y “Brotes”. Poemario publicado: “La memoria del agua” (2019).

Rubén Sacchi
Rubén Sacchi

¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?

RS: Debía tener cuatro o cinco años. Inventé un mundo debajo del piso de mi dormitorio. Pasaba horas con la oreja pegada a las tablas de pinotea escuchando lo que allí pasaba… ¡y te puedo asegurar que oía cosas sorprendentes!

¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?

RS: Todo depende de las circunstancias. Al primer interrogante, detesto la lluvia, y más las tormentas, cuando debo salir temprano por la mañana; si se trata de estar en la cama, no hay nada más bello y adormecedor que su repiqueteo en las chapas de zinc.

La sangre no me inquieta, mientras se mantenga en las venas; con la velocidad tengo algo contradictorio: no me agrada, pero me seduce.

Hay quienes dicen que las contrariedades son desafíos y están quienes las buscan para probarse. Yo las veo como una probabilidad más en el devenir cotidiano, no me agradan, pero están para asumirlas.

“En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?

RS: No creo en musas inspiradoras. Es cierto que hay veces en las que surgen ideas que nos parecen geniales, casi de la nada, pero se quedan en eso si no se trabajan. Creo en la predisposición, en la voluntad de crear el texto, en una ardua labor cuando el cerebro estalla en ideas. El hecho creativo no es permanente y hay que prepararse para los tiempos en blanco.

¿De qué artistas te atraen más sus avatares que la obra?

RS: Entro a los artistas por su obra, si me cautiva intento conocer al autor, lo que hace de su vida algo secundario. En algunos casos, su vida es tan interesante como su obra.

¿Lemas, chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?

RS: “Más vale cámara en mano, que cien volando” (de cuando estudiaba cine).

¿Qué obras artísticas te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado, seguís quedando, en estado de perplejidad?

RS: Me estremecieron las ruinas de Tiahuanaco, en Bolivia, y la pintura de René Magritte.

En música, la de Spinetta, Janis Joplin y King Crimson.

Muchos libros, pero destaco la novela “Desgracia”, de J. M. Coetzee.

No recuerdo que alguna obra me haya dejado perplejo. Siempre le termino encontrando la vuelta, aunque la respuesta, al final, sea que es un bodrio y eso ¿sería arte?

¿Tendrás por allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras contar?

RS: Cierta vez, en 1979, estábamos con mi compañera de entonces en el Bar Los Pinos (sitio que se llevó la modernidad, ubicado en Avenida Corrientes y Rodríguez Peña). Yo llevaba mi morral repleto de revistas “Lilith”, que solía publicar todo lo que la dictadura decidía prohibir. Venía, además, del Pasaje Obelisco Sur, donde había hallado un viejo ejemplar de “A disposición del Poder Ejecutivo”, de Samuel Schmerkin y había arrasado con un saldo obligado del libro “Alarido”, del poeta Tomás Rodríguez Arias; una docena de ejemplares, mínimo. Digo saldo obligado porque era un libro de poesía urgente, que quemaba, y era peligroso conservarlo. Recién habíamos encargado sendas ginebras, cuando uno de esos famosos vehículos color verde con que la multinacional Ford había dotado a los grupos de tareas clava los frenos en medio de la avenida y tres sujetos entrajados bajan y se dirigen, sin escalas, a nuestra mesa. Lo irrisorio no fue el viaje del que participamos sin ánimo de elegirlo, que incluyó interrogatorio y simulacro de fusilamiento en una plaza porteña, tampoco nuestra tardía liberación bajo la orden de ¡Corran!, que no acatamos, sino que todo ese despliegue no incluyó la requisa del morral, que nos acompañó pegado a la luneta trasera y me fue devuelto luego de un rápido vistazo que, evidentemente, buscaba armas o algún otro tipo de prensa. Hoy, sobreviviente, puedo reírme.

¿Qué te promueve la noción de “posteridad”?

RS: Es algo muy vago. La humanidad es, en términos históricos, una especie joven y, al paso que vamos se extinguirá pronto. Como noción general, se me antoja la nada. En lo finito personal, mis nietos, tal vez algún bisnieto que aún me nombre.

“¿La rutina te aplasta?” ¿Qué rutinas te aplastan?

RS: Si fuera tan fácil como cantaba Joan Manuel Serrat: “Si la rutina te aplasta/ dile que ya basta/ de mediocridad”, pero la supervivencia impone rutinas. Observo a mis gatos: ellos practican una vida cargada de rutinas vitales. Aplasta la oficina, achata, mata.

¿Para vos, “Un estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió: “…un estilo es una manera y un amaneramiento”.

RS: No creo en la perfección, sí en el estilo. Es como la manera en que caminás o agarrás los cubiertos para comer, lo forjás durante toda tu vida y si lo querés torcer conscientemente es una impostación. Si lo hicieras de manera inconsciente, solamente estarías evolucionando tu estilo.

¿Qué sucesos te producen mayor indignación? ¿Cuáles te despiertan algún grado de violencia? ¿Y cuáles te hartan instantáneamente?

RS: La injusticia es la madre de casi todos. La inequidad, la explotación y tantos otros son formas de la injusticia. Todos me despiertan violencia porque son reaccionarios. Lo instantáneo del hartazgo, va de la mano del grado en que se manifieste. Dije casi todos porque también existe la estupidez, quizás la más difícil de solucionar.

¿Qué postal (o postales) de tu niñez o de tu adolescencia compartirías con nosotros?

RS: Los paseos a las ciudades de Luján y La Plata con mis padres y hermano; andando en sulki a pedal por la Plaza Villa Obrera, de Lanús; mi perra Damita; la cuadra donde me crié; el bar “La Mia Citta”; las movilizaciones políticas de los 70.

¿En los universos de qué artistas te agradaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué artistas hubieras elegido o elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo?

RS: Estoy en la obra de Karl Marx, como sujeto histórico. Fuera de eso, en el paisaje de “Rayuela”, de Julio Cortázar, “del lado de allá”, porque del de acá, conozco bastante. En la pseudo fantasía de Haruki Murakami.

El silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo te resultan? ¿Cómo recompondrías lo antes mencionado con algún criterio, orientación o sentido?

RS: Son sustantivos que dicen mucho en sí mismos, pero con una diversidad tremenda. Cada uno actúa de manera diferente de acuerdo a la circunstancia que lo ocupa. La cualidad de buenos o malos los acompañan acorde a esa circunstancia. No sé si sería posible una recomposición, todo puede ser un disparador y todo una consecuencia. Hay, tal vez, dos categorías en el grupo; una que considero más maleable en tanto depende de mi voluntad, en la que entran el fervor y la intemperancia, quizás también la desolación, si se toma como sentimiento.

¿A qué artistas en cuya obra prime el sarcasmo, la mordacidad, el ingenio, la acrimonia, la sorna, la causticidad… destacarías?

RS: Me vienen a la cabeza Darío Fo, Federico Fellini y Antonio Dal Masetto y caigo en la cuenta de que los tres son italianos. No creo en las casualidades.

¿Qué apreciaciones no apreciás? ¿Qué imprecisiones preferís?...

RS: Las que se refieren a las cosas vanas. Las que surgen de la propia humanidad.

¿Viste que uno en ciertos casos quiere a personas que no valora o valora poco, y que en otros casos valora a personas que no quiere? ¿Esto te perturba, te entristece? ¿Cómo “lo resolvés”?

RS: Lo segundo es difícil que me ocurra, puedo valorar hechos o acciones de esa persona puntualmente, pero no su integridad. Lo primero puede darse y es producto de la cotidianidad. Lo que nos rodea, lo habitual nos parece dado por naturaleza. Cuando identifico el error, que obviamente es perturbador y triste, trato de modificar mi actitud de valoración.

¿El mundo fue, es y será una porquería, como aproximadamente así lo afirmara Enrique Santos Discépolo en su tango “Cambalache”?

RS: Discépolo obviaba el es, porque iba de extremo a extremo. El mundo es maravilloso, pero el ser humano se afanó en que sea una porquería. No es toda la especie, pero son millones que, si no es por acción, es por omisión que logran este resultado.

Por la fidelidad y entrega a una causa o proyecto, ¿qué personas (de todos los tiempos y de todos los ámbitos) te asombran?

RS: No me asombran, me inspiran respeto y admiración. Por suerte son muchísimos, pero me quedo con tres locales: el Che Guevara, Mario Roberto Santucho y Agustín Tosco. Que aún viven: Nora Cortiñas. Lo cierro ahí para que sea una que sepamos todos, pero tenemos una parva de próceres y 30 mil ejemplos más, entre muchísimos otros.

¿Qué te hace “reír a mandíbula batiente”?

RS: A veces, las cosas más absurdas. Los Tres Chiflados y Los Simpson me matan de risa.

¿Cómo afrontás lo que sea que te produzca suponerte o advertirte, en algunos aspectos o metas, lejos de lo que para vos constituya un ideal?

RS: Debiera ser frustrante, pero ya estoy acostumbrado.

El amor, la contemplación, el dinero, la religión, la política… ¿Cómo te has ido relacionando con esos tópicos?

RS: En ese orden: El más bello de los inventos; un alimento indispensable; el más horrible de los inventos; el poder más grande basado en el miedo; la ciencia de la razón. Con todos me llevo bien, menos con el dinero y la religión, pero convivo con ellos.

¿A qué obras artísticas —espectáculos coreográficos, films, esculturas, música, pinturas, literatura, propuestas teatrales o arquitectónicas, etc.— calificarías de “insufribles”?

RS: Como mi bien más escaso es el tiempo, trato de informarme antes de abordar una obra y no derrocharlo. Me sucede que, como ejerzo el periodismo cultural, alguna vez he visto alguna obra teatral abominable y leído algún libro que merecía seguir siendo árbol, pero sus títulos son olvidables. No me atrapan los films ni las obras teatrales musicales; abomino de la cumbia moderna y de esa música electrónicamente repetitiva; de la arquitectura lineal actual, tan impersonal, poco me agrada.

¿Qué calle, qué recorrido de calles, qué pequeña zona transitada en tu infancia o en tu adolescencia recordás con mayor nostalgia o cariño, y por qué?

RS: La cuadra de la calle Sitio de Montevideo, entre Luján y Deheza, de Lanús, donde me crié; el trayecto a través de la Plaza Villa Obrera hasta la escuela Nº 1, “Juan Bautista Alberdi”, donde cursé la primaria. Allí transcurría casi todo mi día, casi como que vivía en la calle. En la plaza eran los árboles para trepar, el pasto para jugar a la pelota, los juegos, dos manzanas de absoluta libertad, en fin, todo eso que ahora ya no queda.

¿Cómo reordenarías esta serie?: “La visión, el bosque, la ceremonia, las miniaturas, la ciudad, la danza, el sacrificio, el sufrimiento, la lengua, el pensamiento, la autenticidad, la muerte, el azar, el desajuste”. Digamos que un reordenamiento, o dos. Y hasta podrías intentar, por ejemplo, una microficción.

RS: Podría intentar algo así: Bosque, miniaturas, ceremonia, danza, visión, pensamiento, lengua, autenticidad, azar, desajuste, ciudad, sufrimiento, sacrificio, muerte. Es un orden posible y es la historia de la humanidad que se está contando sola.

“Donde mueren las palabras” es el título de un film de 1946, dirigido por Hugo Fregonese y protagonizado por Enrique Muiño. ¿Dónde mueren las palabras?

RS: Buena pregunta. Pueden morir en diferentes lugares, creo que la canción “Nocturno”, de Rafael Alberti y Paco Ibáñez, hace una buena síntesis de esos sitios.

¿Podés disfrutar de obras de artistas con los que te adviertas en las antípodas ideológicas? ¿Pudiste en alguna época y ya no?

RS: Disfruto de las obras indistintamente de la ideología del artista salvo que, para forzar una idea, ese autor sacrifique la calidad, como le está pasando a Mario Vargas Llosa, de quien fui lector empedernido. Adoro a Jorge Luis Borges y a Salvador Dalí, por dar dos ejemplos.

¿Cómo te cae, cómo procesás la decepción (o lo que corresponda) que te infiere la persona que te promete algo que a vos te interesa —y hasta podría ser que no lo hubieras solicitado—, y luego no sólo no cumple, sino que jamás alude a la promesa?

RS: El valor de la palabra se depreció mucho. Me cae mal, pero aprendo quién es esa persona, a veces la vida es larga y las situaciones pueden reproducirse.

No concerniendo al área de lo artístico, ¿a quiénes admirás?

RS: A Ho Chi Minh.

¿Tus pasiones te pertenecen o sos de tus pasiones? Pasiones y entusiasmos. ¿Dirías que has ido consiguiendo, en general, distinguirlos y entregarte a ellos acorde a la gravitación?

RS: Todo lo que se genera en nuestro cerebro nos pertenece, pero no todo es manejable. Diferencio perfectamente pasión y entusiasmo; también elijo el peso de mi compromiso, aunque tengo mis arrebatos.

¿Qué artistas estimás que han sido alabados desmesuradamente?

RS: La respuesta incluye una gran dosis de subjetividad, ya que depende de los intereses del receptor. En el ámbito local, Los Chalchaleros y, para buscar algo muy universal, The Rolling Stones. Otro ejemplo, aunque en otra expresión, es Quentin Tarantino.

¿Acordarías, o algo así, con que es, efectivamente, “El amor, asimétrico por naturaleza”, tal como leemos en el poema “Cielito lindo” de Luisa Futoransky?

RS: Creo que sí, en nada que supere lo individual los aportes son equivalentes. Sin embargo, teniendo en cuenta que el amor funde a quienes lo experimentan, pasa a ser un todo absolutamente simétrico a sí mismo.

¿El amanecer, la franca mañana, el mediodía, la hora de la siesta, el crepúsculo vespertino, la noche plena o la madrugada?

RS: Para escribir: el crepúsculo y la noche. Todo lo demás para el resto de las cosas.

¿Qué dos o tres o cuatro “reuniones cumbres” integradas por artistas de todos los tiempos y de todas las artes nos propondrías?

RS: Las combinaciones son tantas, que me es imposible decidirlas. Estaría genial ver a Luis Alberto Spinetta junto a Jimi Hendrix o a Carlos Gardel junto a Astor Piazzolla. Saliendo de la música, J. M. Coetzee y Osvaldo Soriano darían una buena charla. Aprovechando la cuarta, un recital de Marcos Silber y Juancito Gelman.

Seas o no ajedrecista: ¿qué partida estás jugando ahora?

RS: Similar a la de Max von Sydow en “El séptimo sello”, el film de Ingmar Bergman.

*

Cuestionario respondido a través del correo electrónico: en las ciudades de Lanús y Buenos Aires, distantes entre sí unos 13 kilómetros, Rubén Sacchi y Rolando Revagliatti..

Rubén Sacchi
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