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"El cantar de las caracolas", de Carmen Salas: espirales de vida

Por José Antonio Olmedo López-Amor
lunes 03 de enero de 2022, 08:45h
El cantar de las caracolas
El cantar de las caracolas

Cuando éramos niños, acercar nuestra oreja a la oquedad de una caracola era algo mágico, como también lo era recoger conchas de la orilla, construir castillos de arena o la fascinación que nos producía la serena contemplación del mar. El mar y la literatura han recorrido juntos un extenso camino en el que poetas como Pablo Neruda, Rafael Alberti, Alfonsina Storni o Juana de Ibarbourou han encontrado caladeros de náutica belleza.

Las caracolas, como azarosas y silvestres esculturas de ese piélago universal, representan esos poemas de nadie y para nadie que la naturaleza cincela, no sin imprimir en ellos, además de la espiral logarítmica como símbolo de la proporción áurea, cierta cota de misterio.

El sonido de las caracolas, «eco de mito» para Pedro Salinas, supone para Carmen Salas del Río (Cádiz, 1955) el hecho desencadenante de su creatividad y su memoria. Espoleada por la belleza enigmática de las caracolas que encontró en Aguamarga, un pueblo situado en el Cabo de Gata (Almería), la poeta concibió y comenzó a construir `El cantar de las caracolas´, este devocionario en el que inmortaliza su votiva inspiración.

Como dijo el poeta mexicano Octavio Paz: «el poema es un caracol en donde resuena la música del mundo y metros y rimas no son sino correspondencias, ecos de la armonía universal». En este sentido, poeta y caracola, como poema y eco, no son sino fractales idénticos derivados de una misma y original vibración: la vida.

Caracolas, recuerdos y vientos son los tres elementos poemáticos a los que aluden las citas de las portadillas de cada sección, tituladas: «El cantar de las caracolas»; «Horizontes» y «El mar y el viento». Así, la poeta nos dice que lo efable de sus cantares son las conchas marinas, causa original de los recuerdos: su consecuencia. El viento queda así entre lo físico y lo metafísico, actor dinámico en constante transformación que reconfigura tanto el paisaje exterior como el interior.

«Un camino de ida y vuelta», bello símil para definir la metafórica espiral de la vida, es el título con que José Gilabert sintetiza su prólogo. En esta antesala, somos advertidos del carácter sensorial de los poemas, de su vocación melancólica y naturaleza de ofrenda. Gilabert nos ofrece sin rodeos la clave para interpretar este poemario: «nos invita a la celebración de la vida que se construye también con lo que de ayer nos queda hoy». Por tanto, la poeta partirá de emociones guardadas para tratar de entender y resolver las contradicciones de su ahora.

Este planteamiento pondrá en valor la capacidad de sustento de nuestra propia vida interior. Como lectores, ser partícipes de una reconstrucción vital y personal nos invita, por un lado, a cuestionar nuestra memoria; y por otro, a inventariar, a reconfigurar nuestras certidumbres y advertir con ello la fragilidad de los recuerdos.

El primer poema que encontramos se encuentra fuera de los tres bloques principales que hemos nombrado al principio, lleva por título “Espiral de vida” y puede considerarse —en fondo y forma— como una síntesis propedéutica: «En mis sueños viajo / como fundida en una caracola / como un poema íntimo / que reconstruye el mito / del nacimiento de Venus». Hablante lírico en primera persona, predominio de combinaciones métricas imparisílabas y ausencia de rima, son solo algunos rasgos formales que estarán presentes durante todo el libro. En el plano argumental, encontramos la caracola como motivo de inspiración y germen de la fantasía. Caracolas como «rosas del mar»; «símbolos de femenina matriz»; objetos creadores de un secreto lenguaje: «Un lenguaje que mi bebé / parecía conocer / antes incluso / de aflorar a este mundo».

La poeta nos habla de la maternidad, del paso del tiempo, del amor. Muchos de sus motivos discursivos se encuentran incluidos en el mito de Venus, al que se cita en su poema inaugural. Según el mito, Cronos, dios del tiempo, arrancó y arrojó al mar los genitales de Urano, su padre, y ello provocó la fertilización de las aguas. El roce de la espuma engendró entonces a Venus, considerada la diosa del amor, la belleza, la lujuria, la fertilidad y madre del amor, quien con la ayuda del viento fue transportada hasta la costa de la isla de Chipre sobre una concha marina. Allí, fue llevada por Las Horas hasta el lugar de los Inmortales.

Este recurso a la mitología romana servirá como inicial punto de apoyo para actualizar un mito que aquí bebe de lo cotidiano, pero apunta a lo universal: «Soy alegría / si a tu vida me invitas. / Y la luz / si me hablas con verdad». Caracolas y libros comparten espacio en anaqueles, pero también protagonismo y significación en algunas historias que el hablante lírico evoca de su infancia. Es en ese tiempo mítico de la niñez donde algunos poemas despliegan esa ingenua ensoñación que vuelve imborrables algunos deseos: «Ven, corramos juntos hasta alcanzar / las olas, hasta la orilla / donde muere su vida / y comienza la nuestra».

Si en el primer cantar encontramos poemas al hijo, reflexiones sobre la soledad o fantasías juveniles en una suerte de miscelánea de sensaciones; en el segundo, y sin abandonar su aura romántica, asistimos al cuestionamiento de la identidad, a la apología de la amistad y la denuncia de la violencia en el ámbito doméstico del hombre hacia la mujer: «En la noche cerrada. // El grito de una mujer / que nadie oye»; «Es la lucha de ella / sola con su agresor. / El cobarde combate por un cuerpo». Como colofón, la autora incluye un canto a favor de la ecología, del respeto por la naturaleza y la vida animal.

El hablante lírico redunda en verbos de acción para subrayar la contundencia de una voz que es desbordada por su decir: «Soy», «recojo», «yo te doy», «ansío». Esta perspectiva homodiegética consigue introducir al lector en una experiencia inmersiva que le invita a sentirse identificado, y a su vez, supone un encuadre propenso a la autobiografía. La auscultación del yo en un presente continuo nos permite profundizar en la psicología del personaje protagonista, aunque dicha focalización interior deje en un segundo plano lo demás.

El tercer cantar, continuando las líneas troncales de los dos anteriores, resulta ser el más emotivo, quizás debido a su tono más elegíaco. Se intensifica la policromía en poemas como “El mar, la mar”, regresa sobre la ilusión infantil en “Quisiera ser sirena”, se llora la pérdida de seres queridos y esperanza la existencia de un mundo mejor. Queda patente el mensaje solidario de una poesía humanista cuya valía principal recae sobre su honestidad. El estilema de Salas del Río no concede espacios para los ángulos oscuros y todos los versos rezuman transparencia.

`El cantar de las caracolas´ es una buena muestra de la sensibilidad poética de su autora, el tercer poemario de Carmen Salas del Río, después de haber publicado `Manto del alma´ (Exlibris, 2016) y `Mirada del Tiempo´ (Esdrújula Editores, 2019), un libro al que le sigue `Salítremente´ (Olé Libros, 2021), su cuarta publicación, ya a la venta.

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Camen Salas del Río
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