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Iván Navarro Lluesma
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Iván Navarro Lluesma

"Necesaria subjetividad" o la imposibilidad de la verdad universal

jueves 17 de marzo de 2022, 22:00h

Iván Navarro Lluesma (Valencia, 1987) es psicólogo, por la UNED, y socio de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP), de Valencia. Entre sus aficiones, se encuentra la fotografía, pasión que le ha llevado a participar en varias exposiciones. Su vocación por la escritura, así como su formación como psicólogo, lo habilitan para plantear a través de la poesía una crónica sobre la forja de una conciencia contemporánea, no exenta de reflexiones metafísicas. "Necesaria subjetividad" (Cuadranta, 2021) es su primer poemario.

Necesaria subjetividad
Necesaria subjetividad

La verdad absoluta, nos indica el autor ya desde una nota inicial, es una utopía. Lo más cercano a ella con que el ser humano se debe contentar es con nuestra verdad, la emanada de nosotros, tan poliédrica e imperfecta, como cierta, pero no universal, sino particular. Esos fragmentos de casi verdad que, manifestados por diferentes personas a través de su experiencia y puntos de vista, componen un puzle gigantesco nada fácil de completar, representan una realidad —tal vez, la única— individual, propia y, por ello, parcial.

Armado de un lirismo narrativo que posee en muchas ocasiones la contundencia del aforismo: «La luz de las farolas ordena las sombras», Navarro Lluesma construye un escenario urbano inundado de decadencia, un entorno de cotidiana soledad, deseo e imperfección, que no es otra cosa que la imagen especular de su mundo interior: «Una laguna es un silencio, / un espacio apartado de aguas, / una carencia húmeda de memoria».

¿Qué diferencia a un secreto, de un pensamiento? La otredad. El poeta es consciente de que el lenguaje nos permite ser: «No soy sino cuando hablo, / porque discursar implica discurrir, / y solo cuando se transcurre / se es, pero al instante ya no se es», pero hablar sin dirigir nuestro discurso a un interlocutor impide que lo dicho se complete, imposibilita el diálogo: «Me doy cuenta de que necesito de otros / para que mis historias prohibidas sean un secreto». Si hablar es emitir música, dialogar es conmover a quien la escucha. Pero ese binomio comunicativo no es solo necesario para decir y crear o modificar la realidad con ello, también es indispensable para amar.

El amor aparece en el escenario de `Necesaria subjetividad´ a la manera de un deus ex machina, una fantasmagoría que todo lo ilumina y nos subyuga, la alteridad que reconfigura el caos y nos propone turbación, pero también, redención: «Cómo escribir y hablar de ella / sin idolatría, / sin elevarla, / sin añadirle nada para que la complete». Así, una mosca, un barbero o el tema de la salud mental, no son más que pretextos para proponer el laudo de nuestra mirada, el determinismo de lo efable sobre la trémula duda: «La mirada es un acto / posiblemente un significante / que trasciende a los ojos y que culmina / en el espacio que deja / para dar lugar a otro acto».

Mirada creadora en azaroso vagar, el acto de dormir, un sueño o el soplido del viento son actores poemáticos que demuestran nuestra volubilidad. Las efímeras certezas se disipan y el ojo vuelve a lo observado, relativo: «Existen diferentes tipos de marrón / la tonalidad depende del exceso o del defecto», todo depende del sujeto cognoscente.

El subjetivismo que plantea Navarro Lluesma en este libro no debe interpretarse como una doctrina ética cuyo fin moral aspire a la realización de un estado objetivo, ya sea la degustación del placer o la búsqueda de la felicidad, sino como una perspectiva epistemológica que circunscribe el conocimiento, únicamente, al individuo que lo concibe o discierne. Verdad y moral quedan, pues, supeditadas al arbitrio individual de nuestra percepción, limitando con ello toda posible trascendencia. En este sentido, el verso libre, cauce elegido para vertebrar el discurso lírico, se imbrica de manera coherente con su continuo fluir. El poemario no está escindido en diferentes secciones, se desarrolla sin interrupciones, y el uso de la primera persona resulta apropiado para su tono confesional: «He aprendido a des-hacerme, contigo / a diluirme entre los imperativos, / a componerme / de nuevo».

Sin prólogo, epílogo ni citas, Navarro Lluesma erige su particular escultura al yo. A golpe de verdad va cincelando el torso de un dios antropológico cuyo escepticismo abarca el mismo ámbito que sus sentidos. El mundo se desmorona, las verdades absolutas solo sirven para crear dogmas con los que intentan controlar a la masa aborregada. La mentira se yergue como pandemia silenciosa y solo a través de una necesaria subjetividad podemos construir un escudo fiable, podemos proponer una noción de discernimiento no basada en intereses generales ni discursos mediados. La palabra poética potencia nuestro poder intelectivo y se resuelve viva y cuestionadora, reveladora y grave, pues solo así podemos sobrevivir a la orfandad de lo cierto: «Las palabras se enredan en el sueño / en la última caricia de la piel, / la que formó la mía; / en la última palabra que se fue / cuando río, hasta desembocar».

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