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"Agripina. La primera emperatriz de Roma. La biografía de la mujer más extraordinario de Roma", de Emma Southon

Ed. Pasado y Presente. 2019
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
viernes 14 de octubre de 2022, 17:00h
Agripina
Agripina

Una nueva joya historiográfica nos ofrece esta prestigiosa editora, sobre un personaje esencial en la Historia del SPQR. Además estamos ante una fémina, que sabe el lugar que ocupa en la historia de varones y, por ello tratará de pelear para sobresalir. Su sexo le imponía unas condiciones limitantes, que está claro que ella no estaba dispuesta a aceptar; aunque es prístino, históricamente hablando, que hubo más mujeres romanas que intentaron sobresalir del lugar tan extraño y sumiso que ocupaban; verbigracia: Livia, Antonia la Mayor, Octavia, Fulvia, Mesalina, Popea, Drusila, y tantas otras en esta dinastía Julio-Claudia tan estrambótica.

Trató de asaltar el estatuto viril y por ello sería, pura y simplemente, asesinada, y para agravar más la cuestión por su propio e imperial hijo Nerón. Esta emperatriz sería hermana, sobrina, esposa y madre de emperadores; dentro de esa dinastía tan desequilibrada, que presentaba incestos y asesinatos múltiples, acompañados de conspiraciones pretorianas varias.

«Dijeron de ella que era una tirana, una asesina y la mujer más perversa de Roma. Se abrió paso en el espacio político de los hombres y demandó ser reconocida como igual y líder. Pagó su audacia siendo asesinada por su propio hijo y vilipendiada por la historia. Fue hermana, sobrina, mujer y madre de emperadores. Fue emperatriz por derecho propio y una pionera audaz y temeraria en el mundo romano. La historia de Agripina, la primera emperatriz de Roma, es la historia de un imperio en su momento más sangriento, extravagante, caótico e inmisericorde».

Agripina “la Menor” nacería en el mes de noviembre del año 15 d.C., y pasaría a mejor vida en el mes de marzo del año 59 d.C. Su primer nombre sería Julia Agripina. Su devenir vivencial abarcaría el gobierno de cuatro emperadores, a saber: Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón. Es relativamente fácil seguir su estela, ya que la información sobre ella está unida, indisolublemente, a la de los Julio-Claudios. Para los romanos las mujeres eran irrelevantes. No obstante, existen tres fuentes donde se la nombra, una son los ANALES de Tácito, escrita hacia el año-116 d.C., donde se escribe dentro de la unión marital con su esposo Claudio. El segundo texto es el de VIDAS DE LOS CÉSARES escrito por Suetonio, cuya redacción se cifra en torno al año-121 d.C. Y, el tercer texto es el nominado como HISTORIA ROMANA por Dión Casio, del año-230 d.C., y escrito en griego. El problema estriba en que estas crónicas pertenecen a 50 y 180 años después de la muerte de la emperatriz.

Además, todos ellas son fragmentarias; por consiguiente los textos de Suetonio son los más interesantes de todos, ya que dentro de las biografías imperiales, las mujeres aparecen muy difuminadas, y solo entran en la escena cuando subrayan, con alguno de sus actos, el papel protagonista del emperador de turno. Es sorprendente lo que indica, por ejemplo, Tácito en relación a su trabajo como historiador, que debe ser moralizante e instructivo en el análisis de los hechos históricos, loando los comportamientos virtuosos y condenando los crueles y desvergonzados; aunque también indica que escribirá ‘sin rencor ni favoritismos’; asimismo se refiere a la época de la dinastía Julio-Claudia como ‘emponzoñada y manchada de adulación’. No obstante, Tácito, narra cada hecho histórico manipulándolo y desfigurándolo, adaptándolo al relato narrativo global henchido de degradación y dentro del declive moral del estado del SPQR. Y, como es de esperar, en este relato, la emperatriz Agripina “la Menor” es el símbolo, por antonomasia, de todo lo malo de la dinastía imperial Julio-Claudia. Por el contrario, Suetonio, al ser el secretario privado del emperador Adriano tiene acceso, sin el más mínimo problema a todo tipo de cartas y documentos, lo que enriquece la labor historicista del historiador actual, y que sigue sus huellas historiográficas.

«Esto significa que todos podemos leer la carta de Augusto a Livia en la que intenta decidir si su nieto Claudio está incapacitado mentalmente o solo tiene un aspecto repugnante, algo que me parece estupendo. Por otro lado, también le gusta dejar caer en el texto cada pequeño detalle que ha oído, leído o meditado acerca de los protagonistas de sus biografías y presentar rumores, cartas, experiencias personales, fragmentos obtenidos de otras historias y pintadas leídas sobre las paredes como si fueran el mismo tipo de hechos factuales, a menudo sin especificar qué es cada uno».

Conforme uno va leyendo y profundizando en esta extraordinaria biografía de la emperatriz, se tiene una mayor certidumbre sobre el valor personal y político de aquella mujer, que sufrió el oprobio de la historiografía posterior, quizás por ser una mujer de la familia Julio-Claudia. Muchas veces, y esta era, en ocasiones, la forma de escribir en la Antigüedad, se realizan acercamientos jocosos y anecdóticos sobre el personaje a tratar, que nos dejan perplejos e irresolutos; aunque, un servidor, que es historiador profesional de Antigua y, sobre todo, del Medioevo, considera que los hechos personales o característicos del individuo de esa época son ejemplarizantes e interesantes, en relación a cómo era el sujeto a estudiar o narrar. Verbigracia, estimo que es de mucho interés, para el estudio de la idiosincrasia del emperador Calígula, saber, por el historiador Suetonio, que dicho alocado emperador: ‘A su caballo Incitato (…) se dice que había decidido otorgarle también el consulado’, aunque Suetonio escribió su obra unos 80 años después de la muerte del hijo de Germánico; pero, curiosamente, Dión Casio refiere que ese emperador lunático y demente: ‘Juraba por la fortuna y salud del animal y llegó a prometerle que lo nombraría cónsul. Y con toda seguridad habría cumplido su promesa si hubiese vivido más tiempo’.

¿Con que aserto nos quedamos?, pero es obvio que en el centro del dato histórico está la verdad de aquel emperador tan extravagante y, qué en realidad, no respetaba ni al senado, ni al consulado. Agripina existe, por consiguiente, si sus acciones tienen algún tipo de efecto sobre las vidas y las haciendas de los varones que la rodean. En suma, un libro fuera de serie y, editorialmente, muy valiente y que merece lo mejor de lo máximo. «Roma locuta, causa finita. ET. O tempora, o mores».

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9788494820878
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