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Exposición de "Juan Muñoz. Todo lo que veo me sobrevivirá": la diferencia entre mirar y ser observado

Por Ángel Silvelo Gabriel
lunes 27 de marzo de 2023, 04:03h
Juan Muñoz. Todo lo que veo me sobrevivirá
Juan Muñoz. Todo lo que veo me sobrevivirá
Por mucho que nos miremos en un espejo la percepción de la vida que transcurre tras él nos está vetada de antemano, casi tanto como el reflejo que de nosotros mismos nos es devuelto. A pesar de ello, día a día luchamos contra esa volatilidad nuestra como ente físico que transita entre realidad y ficción a modo de mensaje onírico; un espacio indefinido que nos persigue por mucho que intentemos obviarlo.

Ahí, es donde el artista juega consigo mismo y con nuestros sentidos cuando trata de burlar al paso del tiempo y, a través de su obra, emite un falso reflejo de la inmortalidad que no existe. Como muy bien dejó dicho la poeta rusa Anna Ajmátova: «Todo lo que veo me sobrevivirá». Una cita que Juan Muñoz dejó escrita en su último libro de notas, previo a su mítica exposición en la Sala de Turbinas de la Tate Modern de Londres en el año 2001. Todo es fugaz, sí, lo que sin embargo no nos exime para, entretanto, tratar de engañar a la perversidad que se esconde tras el trasunto de nuestros días. Un espacio-tiempo gobernado por unas normas que buscan la diferencia existente entre el mirar y el ser observado, o entre el ser y el deber ser. Una confrontación parecida a lo que establecemos cuando nos miramos en un espejo sin ser conscientes de lo que en verdad ocurre al otro lado del mismo, o incluso detrás de nosotros. Ese espacio que se transforma en bidimensional (delante-detrás) es en el que se refugia la obra de Juan Muñoz para entablar una serie de axiomas que van desde el concepto del silencio como no respuesta, —y que él ha indagado a través del teatro—, al concepto de la espera como deseo —lo que nos muestra mediante sus obras cuando éstas parecen un foto fija a punto de moverse—. De este modo, sus esculturas y composiciones se convierten en refugios de tiempo y deseo, de miradas y silencios, de reflejos y sinuosidades, donde la soledad del ser humano abarca y abraza cada una de sus propuestas. Propuestas que en ocasiones se abalanzan sobre ese mundo en miniatura que nos propone el artista madrileño. Un universo a menor escala que le permite a Muñoz jugar con la sensación de supremacía del artista sobre el espectador, y por ende, de lo creado sobre lo observado.

La exposición de la sala Alcalá, 31 de Madrid, que se podrá ver hasta el próximo 11 de junio, es también una muestra de la fusión entre obra y espacio; un binomio que en este caso funciona a la perfección y dota a las esculturas y piezas expuestas de un nuevo protagonismo. Esta armonía que nace tanto de la elección de las obras como de su ubicación, le permite al visitante disfrutar mucho mejor de ellas, porque llega a convertirse en un elemento más de la exposición. Es a través de estos nuevos espacios abiertos, que interactúan entre el observador y las esculturas, donde se crea un juego cargado de adivinanzas y sus múltiples matices de un modo directo. Cuerpo y alma de un mismo relato que nos habla de la soledad que nos cobija y de esa gran mentira que nos convierte en autómatas cuando intentamos escapar de la realidad, como si estuviésemos condenados a no poder salir de nuestros cuerpos (normalizados en sus vestimentas, disminuidos en sus presencias físicas, sarcásticos en sus rasgos expresivos o implacables en sus posturas ante el otro). Cuerpo y alma de un mismo relato que también nos advierte de la diferencia existente entre el autómata y el humano, y sobre todo, entre mirar y ser observado.

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