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"¡Fernán González! El hombre que forjó Castilla", de José Ángel Mañas

La Esfera de los Libros. 2022
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
viernes 10 de noviembre de 2023, 15:14h
¡Fernán González!
¡Fernán González!
Es magnífico como se modela a voluntad la Historia en muchas y variopintas ocasiones, aunque sea desde el rico mundo de la novela histórica, y en lo que se refiere a los Reinos de León y de Castilla, siempre es desde el lado castellano. Este preámbulo viene a cuento en relación con el subtítulo, ya que el conde Fernán González nunca FORJÓ Castilla, ya que este nombre solo existe entre los agarenos, como Al-Qila o ‘los Castillos’, y en el caso de Fernán González no es más que uno de los múltiples condes existentes entre los ríos Carrión y Arlanza, y según su diplomatura, que poseo, firma como conde de Burgos, y todos ellos magnates del Rey-Reino de León. Su diplomatura total es: ‘Imperando o mandando el conde Fernán González en Burgos, y mi señor el príncipe Ordoño o Vermudo o Ramiro en León’.

Difícil pudo forjar lo que, en su época, nunca fue. Pero, aceptemos la narración novelada histórica sobre este magnate tan paradójico, y que estuvo preso en la fortaleza de la urbe imperial legionense, por orden del Rey más conspicuo de la primera mitad del siglo X en Europa, Ramiro II “el Grande o el Invicto” de León, ‘Magnus Basileus’; por intento de sedición o de alta traición. El autor ha nacido en la urbe de Madrid, reconquistada dos veces, y siempre, por dos monarcas de León: primero por Ramiro II y luego por Alfonso VI; lo que los matritenses suelen olvidar o ignorar. Es obvio, que si la independencia de Fernán González, García Fernández, Sancho García y García Sánchez hubiese existido en su consciencia, hubiesen forjado una corona, sobre todo cuando hasta Alfonso V los monarcas del Regnum Imperium Legionensis tuvieron muchas vicisitudes y problemas, desde: García I, Ordoño II, Fruela II, Alfonso IV, Ramiro II, Ordoño III, Sancho I, Vermudo II y Ramiro III, entre otros de mayor o menor enjundia cronológica.

«Fernán González, enfrascado en sus pensamientos, se preguntaba por qué le seguían sus hombres. Los más veteranos lo habían secundado en mil batallas y durante años habían acudido a su llamada para defenderse de las aceifas casi cada verano. Lo habían acompañado en incursiones contra los musulmanes para expandir el territorio castellano al sur del Duero, en un juego constante de avances y repliegues a costa de la muerte de muchos compañeros. Habían visto al conde victorioso en Simancas y humillado por el rey de León. Y pese a tantas vicisitudes, pese a tantos altos y bajos, los foramontanos seguían confiando en él. Las gentes de la belicosa Castilla le guardaban una lealtad inquebrantable. Y él no se engañaba: era por eso por lo que el rey Ramiro le quería a su lado. ‘Tiene miedo de que Castilla se rebele’. Esta es la novela de Fernán González, el conde de las manos fuertes, el hombre que forjó Castilla en el siglo X».

José Ángel Mañas expresa cuestiones que ya son inaceptables y anhistóricas, verbigracia que el Fuero Juzgo era muy formalista, y él indica que los burgaleses preferían la justicia natural, ¡cómo es posible! Utiliza al sobrepasado abulense Sánchez-Albornoz como paradigma, cuando indicó que Castilla era un islote de gente libre en un contexto de feudalismo duro. Ningún medievalista aceptamos que existiese un feudalismo duro o blando, entre otras razones de mayor o menor importancia, porque los Reyes-Emperadores de León tienen que apoyarse en las gentes corrientes, para evitar estar sometidos a las veleidades de una nobleza muy complicado, por ello aparecen las foralidades. No existe ningún desgajamiento de una inexistente Castilla del inexistente Reino Astur-Leonés, por eso mismo. En cuanto a que Ramiro II era un ‘macho cabrío’, palabras textuales pucelanas del autor, nada más lejos de la realidad. En ninguna circunstancia le quitó su trono a su hermano Alfonso IV “el Monje”, sino que este monarca legionense renuncia, motu proprio, al trono para irse, probablemente por un síndrome ciclotímico o depresivo, al monasterio de Sahagún, dejando el trono a su hermano; unos meses después cambia de idea y genera una guerra civil, que pierde, y es castigado, lamentablemente, por la ley por Alta Traición. En ninguna circunstancia existe con Fernando III “el Santo”, infante leonés y Rey de Castilla y de León, la ‘anhistórica Corona de Castilla’, por la muy simple cuestión de que los dos reinos se legislan por cortes independientes hasta casi Pedro I “el Justiciero o el Cruel”. En la página 11 sigue con sus errores históricos: la titulación de la dinastía ástur es: Asturorum Regnum; luego Ovetao Regnum y por fin Regnum Legionis o Regnum Imperium Legionensis.

En ningún texto o crónica aparece la palabra Asturias. Inclusive la norma escrita no les gustaba a esos castellanotes apartadizos, porque exigía un mínimo de civilización. Olvida el autor, asimismo, que los jueces de las fazañas orales los nombraba el soberano de León. Deseo, a pesar de los pesares, indicar que la agilidad de los diálogos es evidente, y la evolutiva narrativa es aceptable. Estimo, modestamente, que la novela-histórica, y a mí en mayor o menor cuantía, me sirven todas, debe tener un mínimo del 50% de historia correcta y verídica; pero eso en unas Españas preñadas, todavía, de un concepto falso sobre Castilla, es algo problemático y difícil, pero a todo se llegará. El capítulo relativo a Alfonso IV “el Monje” sobre ‘El dilema del buen conde’ me parece de una inteligente adecuación a un lenguaje positivo, y a un pensamiento pragmático con respecto a lo que pensaría el monarca legionense sobre lo que le esperaba.

-Será porque fue el único castellano que estuvo a mi lado cuando murió Oneca -dijo Alfonso. Y el recuerdo de aquella muerte volvió a avivar un rescoldo de la llama todavía pesarosa que inflamaba su pecho y que ni el paso del tiempo ni la oración sanaban-. Además, anhela ser conde hereditario de Castilla. Su madre le envenena la mente con eso y yo conozco bien a la gente así. Hazles creer que les das lo que ambicionan y se convierten en tus esclavos. En mi última carta le hice concebir esperanzas…, eso le pondrá de nuestro lado. -Yo solo os prevengo que en todos los documentos en los que ha estampado su firma en nombre del rey siempre ha sido invocando el nombre de Ramiro -repuso Ansur con prudencia”. Asimismo, deseo destacar el momento en el que el Rey Monje ha sido cegado, por orden expresa del Magnus Basileus, en el castillo del conde de Burgos. Y: “Y fue en ese momento cuando el Monje volvió su rostro, con las cuencas vacías de los ojos ensangrentadas, y exclamó con una voz en que se entremezclaban el dolor y la furia a partes iguales: -¡Dios te maldiga, Fernán González! ¡Dios te maldiga a ti y a todos tus descendientes y que, por tu traición, no permita que tu linaje se acerque nunca al trono!”. Se debe leer este libro. «Obiit Almansur et sepultus est in infero. ET. Qualis artifex pereo!».

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