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EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES PAGANOS: UN NUEVO ORDEN IMPERIAL

miércoles 09 de julio de 2025, 17:16h
CAOS I. El águila y la cruz
CAOS I. El águila y la cruz
Cuando el lector se enfrenta a las páginas de Caos. El águila y la cruz (Olé Libros 2023) del historiador y poeta Gregorio Muelas (Sagunto 1977), quizá resuenen en su interior los ecos marciales y la atmósfera de temor que generaban los desfiles de las legiones romanas, impronta tantas veces visualizada en las grandes producciones del cine norteamericano.

Ahora bien, cuando el húngaro Miklós Rózsa recibió el encargo de componer la banda sonora de Quo Vadis (1951) y más tarde la de Ben-Hur (1959), al no existir notación melódica alguna de la época, se vio obligado a reconstruir su propia interpretación de la música romana. Pues, como recuerda el profesor de Comunicación Audiovisual Roberto Cueto en Cien Bandas sonoras en la historia del cine, el pentagrama resultante no traducía un sonido “realista”, ya que la música y su riqueza tímbrica no podían sonar así al ser ejecutadas por una orquesta moderna de grandes proporciones. Algo similar ha efectuado Gregorio Muelas en esta primera entrega de la saga Caos, una ficción histórica sobre un periodo convulso de un Imperio romano más dividido que nunca a causa de las guerras civiles entre los tetrarcas. Un trabajo riguroso que ha venido a cubrir determinados pormenores de aquellos acontecimientos tal y como debieron suceder de acuerdo a la escasa documentación existente. En palabras del autor, “si tuviera que escribir un ensayo con la historia comprendida entre los años 310 y 315 d.C. no ocuparía más de veinte páginas”. A pesar de ello, la sagacidad de Muelas en su calidad de investigador, ha sabido aprovechar la valiosa información proporcionada por la numismática y la estatutaria. Los agujeros negros de la historia, desconocidos y misteriosos, han sido cubiertos gracias a su plausible imaginación capaz de rellenar más del 80% de los huecos existentes en este agitado capítulo del mundo antiguo. Es por ello que, a partir de su fondo fidedigno, la novela histórica debe servir a la voluntad de reconstruir el pasado, como manifiesta el crítico literario Kurt Spang “un híbrido, mezcla de invención y de realidad”.

La estructura narrativa de Caos. El águila y la cruz se inicia con un Praefatio en el que Firminiano, hijo de Saguntum, actúa como narrador omnisciente y alter ego del autor, retomando el relato –el cuerpo de la novela en sí– por encargo del emperador Constancio II sobre la vida y hechos más notables del emperador Constantino. Una fórmula que recuerda en cierta manera a la larga epístola dividida en capítulos de Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, recurso ya utilizado en L´Espill, de Jaime Roig y posteriormente en El Lazarillo de Tormes, creaciones dirigidas a un superior, aunque las obras citadas tomen la forma de una conversación literaria, circunstancia no presente en Caos. Al principio sorprende la independencia que adquiere cada capítulo con respecto al siguiente, y así sucesivamente, sin que aparentemente exista un hilo conductor. Son como teselas que van completando un mosaico de hechos vinculados a sus respectivos personajes, guardando una cronología alterada por algunas analepsis, o flashbacks, y trufada de misivas o cartas entre los personajes, que informan sobre el desarrollo de diferentes campañas y asedios.

La lectura de Caos ofrece escenas de enorme visualidad, espacios y ambientes en íntima fusión con los personajes, algunos de ellos impregnados de exquisita sensibilidad, como los relacionados con Crispo, hijo de Constantino, en su educación militar en el País de los téncteros, que se extendían más allá de Barbaricum “tierras que se encuentran fuera del control administrativo imperial, pero que forman parte del mundo romano.” Era la irreductible Germania que el joven soñaba conquistar para su padre:

“El viento, ligeramente frío y húmedo, ensortijaba el cabello de Crispo. En aquellas tierras parecía que el otoño solo era un avance del invierno. El joven se ajustó la piel del cuello y descendió hasta la puerta de la torre. En la explanada de la fortaleza reinaba la calma.”

El narrador omnisciente descubre el pensamiento del joven Crispo en tierras bárbaras, donde se forja la formación del inexperto soldado asombrado ante lo desconocido en aquellos confines del Imperio. Parajes inhóspitos, donde a pesar de las grandes victorias, no había lugar para el vino de las celebraciones: “Y volverán, tenlo por seguro (le decía Constantino a su hijo), vienen haciéndolo desde que irrumpieron por primera vez en nuestras fronteras”. En escenas como esta, Muelas resalta, no solo la curtida sensatez del emperador, sino también la afectuosa relación paterno-filial entre el progenitor y su vástago.

“La mente de Crispo trató de viajar por encima de las frondosas copas de los árboles, muy por encima, casi al borde de las nubes, para contemplar aquella tierra extraña. Pero su conocimiento del mundo era todavía pequeño y, si este era tan grande como su tutor le narraba, no tendría tiempo de conocerlo por muy lejos que su voluntad le llevara.”

Caos proporciona cuadros de costumbres en las estancias palaciegas sobre la vida cotidiana de los poderosos auxiliados por sus sirvientes, como en el caso de la emperatriz Fausta. Un espacio social que permite una reflexión sobre cómo el ser humano modela su actitud, el entorno y este a su vez determina su experiencia, originando situaciones de alto valor simbólico. Una interacción que nos recuerda la distinción entre el espacio geométrico –la privacidad del cubiculum de la seductora Fausta, segunda esposa de Constantino­– y el espacio antropológico generado:

“Dos ornatrices la ayudaron a desvestirse y luego le prepararon un baño con esencia de flores de nardo y de lirio. Antes de volver a vestirla con una subucula corta y sin mangas, le untaron el pecho, las piernas y los pies con ungüentos. Finalmente, perfumaron su largo cabello, de color castaño oscuro y peinado con un recogido en lo alto, con Mendesium, el famoso perfume elaborado en la ciudad de Mendes, en el delta del Nilo. A continuación, se miró en el espejo de vidrio laminado con plomo: estaba perfecta.

Despidió a las dos ornatrices y se tendió en el lectus hasta que llegase su esposo. Este no tardó mucho.”

Una escena similar se origina cuando Begonia asiste a su señora en la lectura de las biografías de Plutarco: “La clepsidra que tenía sobre la mesa donde desplegaba los rollos de su biblioteca medía escrupulosamente el tiempo.” Sin olvidar la gastronomía de los banquetes en el triclinium octogonal del palacio en una velada preparada por Fausta para propiciar el éxito de Constantino en una difícil y peligrosa campaña. Un boato de excesos, viandas y manjares que reunían a la mesa a los miembros de la familia imperial; ostentación rechazada por la frugalidad de Helena, cristiana y madre de Constantino. Bandejas de suculentas aves de corral, pescado y muchos crustáceos, aderezado todo con salsas y especias:

“Pero el plato estrella era el porcus troianus, un cerdo relleno de salchichas con salsas aromáticas y verduras, que provocó las carcajadas de todos al inspirar un chiste de Anibaliano, que trazó un ingenioso paralelismo con el legendario caballo de Troya.”

Junto a las curiosas escenas costumbristas de Caos, el autor focaliza también su atención en las competiciones de aurigas, como las que se narran con gran precisión en el Circo Máximo de Roma. El afán de los asistentes era tal que el ensordecedor griterío podía escucharse a varias millas de distancia, a la espera de la aparición del emperador en aquel recinto de masas. Las constantes intrigas entre los tetrarcas se visibilizaban incluso en momentos de gran expectación:

“Pero Majencio no sospechaba que la noticia de la derrota de Ruricio Pompeyano en Verona y la subsiguiente marcha de Constantino sobre la capital había empezando a propagarse por las calles de la ciudad, sembrando el desconcierto en unos y el pánico en otros. Tanto era así que cuando el emperador accedió al palco, acompañado de Maximila, el jaleo comenzó a disminuir ostensiblemente hasta tal punto de hacerse algo parecido al silencio.”

Un silencio también palpable, solo interrumpido por el rechinar de las ruedas del carruaje que conducía a Valeria, hija de Diocleciano y a su hija Prisca al cruel destino que les espera:

“Querida hija, vivimos en un mundo en el que el valor de la justicia depende de la voluntad de quienes la imparten. ¿Acaso crees que gran Constantino es menos ambicioso que Licinio?”

El universo de ambiciones trazado por Muelas entre Constantino y Majencio disputándose el poder sobre Roma en Occidente, tiene en la batalla de Puente Milvio de Roma su punto de inflexión. La agilidad de la trama, las detalladas posiciones y tácticas militares de la contienda entre ambos bandos son narrados mediante escenas de gran naturaleza fílmica: “¡Empujad! ¡Empujad! Gritaba Lucio Rufino. –¡Un último esfuerzo! ¡La victoria están cerca! ¡Por el Dios de los cristianos! El ala, compactada por el fervor de su emperador, chocó como lo haría un fuerte oleaje contra un espigón de madera.” La narración de la batalla está contemplada desde varios ángulos de las líneas de infantería, lo acaecido en el puente de piedra, en el de barcas y en el cuadrado pretoriano, como lo haría una retransmisión de varias cámaras cinematográficas en una pretendida simultaneidad. Incluso se diría que alguna de ellas captadas por un dron: “Vista desde el Monte Olimpo o desde el cielo, el campo de batalla semejaba un enorme tablero donde las distintas piezas habían sido dispuestas para iniciar un juego sangriento.” En realidad, un enfrentamiento que concede sentido al título de la obra: los defensores del águila y los cultos paganos contra los seguidores de la cruz, o la verdadera fe:

“Constantino, sentado sobre un ostentoso carro escoltado por un cuerpo de infantería de su guardia imperial y por una unidad de caballería pesada de los clinabarii, hizo su entrada triunfal por la Porta Flaminia. Antes de atravesar el arco, le impresionó su enorme altura y agradeció de nuevo al Dios cristiano la ayuda prestada para vencer al usurpador sin necesidad de poner sitio a la mayor ciudad del mundo.”

Mientras tanto, las disputas entre Lucinio y Maximino por controlar el Imperio en Oriente seguían a las puertas de Bizancio, ciudad de “fuertes muros, construidos por orden del gran Septimio Severo”, fortaleza que fue derribada tras días de duro y valiente asedio de sus ciudadanos. Los partidarios de Licinio pagaron caro su empecinamiento. Aunque a Bizancio, la futura Constantinopla, la ciudad de Constantino, la que más adelante se convertiría en Estambul, la historia le reservaría todavía en el futuro muchos asedios y disputas. Una urbs donde todavía son visibles las huellas de Oriente y Occidente, que el Nobel Orhan Pamuk rastrearía en su obra Estambul. Ciudad y recuerdos reivindicándola como ciudad literaria soñada por Nerval, Flaubert o De Amicis, puente de culturas más que de abismos interculturales.

Desde la perspectiva de la construcción del relato, el filósofo e historiador Michel de Certeau señala que “tout récit est un récit de voyage”. El término viaje, entendido como itinerario o recorrido, puede crear alguna controversia, pues supone no sólo el traslado físico del individuo a través de una ruta, sino también el desplazamiento imaginario como proyección de ciertas conductas y actitudes del ser humano. Gregorio Muelas introduce al lector en el túnel del tiempo, como aquella máquina de rayos catódicos de una popular serie estadounidense de televisión en los sesenta en la que unos científicos viajaban a través de diferentes épocas de la humanidad. O, sin ir más lejos, la serie española “El Ministerio del tiempo” aunque con distintos objetivos al relato de Muelas. Un viaje al mundo antiguo que la pericia del autor consigue en detalladas descripciones dotadas de un notable barniz lírico y estructuradas en un elaborado fraseo, además del conseguido perfil de los personajes, especialmente el de Crispo, su ambición y su espíritu militar, pero también el lado tan humano del joven enamoradizo.

Mediante Caos. El águila y la cruz, Gregorio Muelas consigue un relato literario, con elogiosa intención didáctica, no solo por el riguroso retrato histórico trazado, sino también por la abundancia de términos latinos, traducciones, topónimos, denominaciones geográficas, algunas explicadas minuciosamente en notas a pie de página. Profusión de datos que vislumbran la imagen monocroma de una época pasada, deteriorada y oscura, un espíritu en blanco y negro que Muelas ha conseguido colorear como en los modernos avances digitales de hoy. Lo que no ha conseguido el autor ha sido devolvernos la esperanza en la opacidad de la condición humana. Sus luces y sombras son las mismas que las del mundo actual, pues la ambición, la política, el poder, la violencia, la pasión, la grandeza y la aventura actúan de igual manera en códigos de espacio y tiempo distintos. Nada ha cambiado desde que siempre existió.

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