Seres de teatro nosotros mismos comulgamos con sus actores, con sus muñecos, fuimos carne y papel maché, músculo y tiras de papel cobrando vida, reímos y lloramos, cantamos nuestro amor y nuestro exilio, el exilio de todos.
47 años más tarde, junto a Priscilla, fuimos a ver al Bread and Puppet, esta vez en Brooklyn, acompañados de dos de nuestras nietas de ocho y cinco años. Poeta y hombre de teatro, apretaba firmemente la mano de Priscilla; Priscilla sonreía mirando, los ojos brillantes, y escuchando la risa de nuestras nietas.
Frente a nosotros, un viejo bus, de él colgaba la escenografía: una cara sonriente y un telón donde se leía “Our Domestic Resurrection Revolution in Progress”, en el que se asomaban algunos agujeros. Total 50 años no es nada. Nada.
Antes de comenzar el espectáculo, los músicos del grupo nos hicieron escuchar “El pueblo unido”. “¡El pueblo, unido...!”, me levanté, con la agilidad de mis 81 años a cuestas, levanté el puño con la fuerza de mis 18, y canté, cantamos. No era uno, no éramos dos, éramos cientos, miles, nuevamente los exiliados del mundo, los de abajo, el canto de los niños de Gaza, el canto de mis nietas que me gritaban “¡Abu, Abu, el pueblo unido”!
Un viento huracanado se levantó, me arrancó de la Old Stone House en Brooklyn y me llevó junto a la carreta de Lope, al galpón de Atahualpa del Cioppo, a la Candelaria en Colombia y a mi grupo de teatro popular, El Teatro Experimental del Cobre en Chile.
Estaba de regreso, 50 años, no es nada. Caminaba por los caminos polvorientos del campo de mi país, entrábamos a nuestros camerinos, unos gallineros abandonados, y salíamos junto a “los que van quedando en el camino”, de Isidora Aguirre, a presentarnos alrededor de una fogata.
Cruzábamos entre los campesinos, nos sentábamos con ellos, éramos actores y éramos público, era su historia y nuestra historia, éramos.
Éramos Lope, Federico, Atahualpa, éramos historia pasada e improvisación en el presente. El humo salía de la madera para darnos color, sabor y lágrimas, lágrimas no de tristeza, de humo entrado en nuestros ojos impidiéndonos ver, o, mejor dicho, para que viéramos mejor desde otra perspectiva.
Uno de mis actores improvisó: “putas que es triste la historia”, dijo mientras se secaba las lágrimas. Lloramos de risa, los campesinos reían 50 años atrás, mis nietas reían 50 años después. La risa acompaña la tragedia, la risa es parte de la vida, la risa es parte de la “Revolution in Progress”.
Volver, volver, volver, volver a los caminos de Lope, de Federico, de Atahualpa, de García y Patricia, a caminar junto a Priscilla por nuevos caminos, de pasos lentos intentando seguir los pasos ágiles de nuestras nietas y de los nuevos integrantes del Bread and Puppet.
Total, 50 años no es nada, si se han vivido.
*Gustavo Gac-Artigas. Poeta, novelista, dramaturgo y hombre de teatro chileno. Miembro de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH), del PEN Chile y del PEN América. Miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) y académico de la Academia Tomitana y de la Academia Universalis Poetarum.