www.todoliteratura.es
Fragmento del cuadro de Juan Ramón Jiménez retratado por Joaquín Sorolla hacia 1903
Ampliar
Fragmento del cuadro de Juan Ramón Jiménez retratado por Joaquín Sorolla hacia 1903

La poesía de Juan Ramón Jiménez: un legado eterno en la literatura española

La poesía de Juan Ramón Jiménez -que tan notable influencia ha ejercido en las posteriores generaciones de poetas españoles- no amarillea con el paso del tiempo y permanece viva, ajena a los vaivenes efímeros de las modas literarias.
Nueva antolojía
Nueva antolojía

El viaje definitivo

Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros

cantando.

Y se quedará mi huerto con su verde árbol,

y con su pozo blanco.

Todas las tardes el cielo será azul y plácido,

y tocarán, como esta tarde están tocando,

las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron

y el pueblo se hará nuevo cada año;

y lejos del bullicio distinto, sordo, raro

del domingo cerrado,

del coche de las cinco, de las siestas del baño,

en el rincón secreto de mi huerto florido y encalado,

mi espíritu de hoy errará, nostáljico...

Y yo me iré, y seré otro, sin hogar, sin árbol

verde, sin pozo blanco,

sin cielo azul y plácido...

Y se quedarán los pájaros cantando.

Juan Ramón Jiménez: Poemas agrestes (1910-1911). Tomado de ‘Corazón en el viento’.

La poesía de Juan Ramón Jiménez, tiene una época “sensitiva”, que alcanza hasta 1915 -con obras como Arias tristes, Jardines lejanos, Pastortales, Baladas de primavera... [escritas entre 1903 y 1907], y Elejías, La soledad sonora, Poemas májicos y dolientes, Laberinto, Sonetos espirituales... [escritas entre 1908 y 1915, y anteriores a Diario de un poeta recién casado, obra con la que comienza la época “intelectual”, que se prolonga hasta su abandono de España, en 1936-] ejerció su influencia en unos jóvenes poetas que aprendieron en Juan Ramón Jiménez toda una gama de recursos, explotados por algunos de ellos con innegable talento creador.

El poema reproducido es buen ejemplo de la belleza de la poesía juanramoniana. Está escrito en la etapa que Juan Ramón Jiménez pasa en Moguer, y destaca por su sencillez formal. El poeta evoca con profunda melancolía el paso del tiempo tras su propia muerte, una vez perdido el contacto con las cosas -entre ellas el paisaje- y las personas con las que ha convivido; y acepta con serenidad la situación de soledad en que se encontrará su espíritu, mientras la vida continúa su fluir con absoluta indiferencia.

Posee el poema una estructura circular: empieza y finaliza con los mismos versos, aunque organizados de diferente manera en las estrofas inicial (“Y yo me iré, Y se quedarán los pájaros / cantando.”) y final (“Y yo me iré, [...] / Y se quedarán los pájaros cantando.”). Y puede dividirse en tres partes perfectamente estructuradas: el transcurrir de la vida en su propio entorno, una vez que el poeta ya no forme parte de él (versos 1-7); la muerte de aquellos que le amaron y la renovación de la vida, en tanto que su espíritu vagará nostálgico, sin rumbo fijo, por su huerto (versos 8-14); y -a modo de síntesis- la pérdida de todo lo terrenal que la muerte lleva aparejada, mientras que la vida prosigue impasible y el yo del poeta queda sumido en la más dolorosa soledad.

El poema presenta una notable heterometría en el número de sílabas de los versos (desde un trisílabo -el 3-, hasta un verso de 18 sílabas el -13-), aunque mantiene la rima asonante /á-o/ en todos los versos pares. Las palabras esdrújulas a final de verso (“pájaros” -verso 1-, “plácido” -versos 5 y 14-, “nostáljico” verso -17-), o en otras posiciones (“espíritu” -verso 14-, “pájaros” -verso 18-), así como la abundancia de palabras agudas (verso 1: “yo/iré/quedarán”; verso 2: “quedará”; verso 5: “será/azul”; verso 6: “tocarán/están”; verso 7: “morirán”; verso 8: “hará”; verso 13: “rincón”; verso 14: “hoy/errará”; verso 15: “yo/iré/seré”; verso 17: “azul”; verso 18: “quedarán”), ayudan a difundir por el poema una musicalidad que aumenta el tono de contenida tristeza que lo recorre (y destacamos en concreto la combinación e palabras del verso 17: “sin cielo azul y plácido…”). Y hay, además, un par de encabalgamientos suaves, que no alteran el ritmo sosegado del poema: “bullicio […] raro / del domingo” (versos 10-11), y “sin árbol / verde” (versos 15-16).

Y frente a ese “Yo me iré”, el sentido de permanencia de todo lo que ha acompañado al poeta: el canto de los pájaros, el árbol y el pozo de su huerto, los atardeceres de “incendiado añil” propios de Moguer, el tañido de las campanas… A lo más a lo que el poeta puede aspirar, desde una perspectiva puramente poética, es a que su espíritu pueda andar vagando de aquí para allá. Y ahí radica, a nuestro entender, la clave del texto: en esa fusión Naturaleza-escritor que le proporciona una intensa paz interior, en una especie de “panteísmo místico”. [Experiencias de este tipo de encuentran en Platero y yo; por ejemplo, en el capítulo VI (“El loco”), o en el capítulo LXXXIII (“El canario se muere”)]. Y lo cierto es que para expresar esa carencia, en ese “viaje definitivo”, la preposición “sin” -que denota la falta de algo- es la más apropiada, y de ahí su reiteración en la enumeración de los versos 15-17, que concluye con unos puntos suspensivos de enorme carga evocadora: “sin hogar, sin árbol / verde, sin pozo blanco, / sin cielo azul y plácido…

Y como es habitual en Juan Ramón Jiménez, el cromatismo se hace presente a través de una delicada adjetivación: “con su verde árbol / y con su pozo blanco” (versos 3-4, que conforman un quiasmo “adjetivo/nombre+nombre/adjetivo); “cielo azul y plácido” (verso 5, que contiene una eficaz sinestesia); versos 13, el de más variada adjetivación: “en el rincón secreto de mi huerto florido y encalado”. Y si en los versos 3-4 figuraba la preposición “con” -juntamente y en compañía-, en los versos 15-17, al repetirse las mismas palabras, cambia la preposición -se pasa de “con” a “sin-”, porque cambian las circunstancias: “sin árbol / verde, sin pozo blanco, / sin cielo azul y plácido…”. De la importancia que el poeta concede a la adjetivación son buen ejemplo los versos 10-11: “y lejos del bullicio distinto, sordo, raro / del domingo cerrado” (podemos considerar “bullicio sordo” como un singular oxímoron; sobre todo, y por coherencia semántica, si consideramos que en “domingo cerrado”, el adjetivo significa “silencioso”).

Versión flamenca del poema de Juan Ramón Jiménez, incluido en la primara parte del homenaje flamenco machadiano: "Se canta lo que se pierde". Estreno en IES Antonio Machado de Soria. Intérpretes: Roberto Martín, Pepe Piñana y Pepe Martínez. Acto incluido en la Feria del Libro Expoesía del Ayuntamiento de Soria (2019).

https://www.youtube.com/watch?v=oBnaQRYQ8Vk

Comparado este poema con el que comienza con los versos “Yo me moriré, y la noche / triste, serena y callada, [...]”, incluido en Arias tristes (1903) y emparentado con la Rima LXI de Bécquer (“Al ver mis horas de fiebre / e insomnio lentas pasar,...”), se observa en este otro el empleo de un lenguaje sobrio, de una leve musicalidad y de una sencilla versificación, sin sonoridad estridentes. Reproducimos seguidamente el aludido poema, imbuido de un tono nostálgico y sentimental, neorromántico en definitiva.

Yo me moriré, y la noche

triste, serena y callada,

dormirá el mundo a los rayos

de su luna solitaria.

Mi cuerpo estará amarillo,

y por la abierta ventana

entrará una brisa fresca

preguntando por mi alma.

No sé si habrá quien solloce

cerca de mi negra caja,

o quien me dé un largo beso

entre caricias y lágrimas.

Pero habrá estrellas y flores

y suspiros y fragancias,

y amor en las avenidas

a la sombra de las ramas.

Y sonará ese piano

como en esta noche plácida,

y no tendrá quien lo escuche

sollozando en la ventana.

Juan Ramón Jiménez: Arias tristes (1903).
Madrid, Taurus ediciones, 1981. Tomo 2, pág. 112. Prólogo de Aurora Albornoz.

Puedes comprar sus libros en:

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios