Pablo Neruda y su lenguaje metafórico: Un viaje sensorial hacia la primaveraEl poema "La rama robada" de Pablo Neruda evoca el paso del invierno a la primavera, simbolizado por una rama de manzano florida. A través de imágenes sensoriales, se destaca la belleza y el perfume de las flores, representando la llegada sigilosa de la primavera en un lenguaje rico y metafórico. La rama robada
En la noche entraremos a robar una rama florida.
Pasaremos el muro, en las tinieblas del jardín ajeno, dos sombras en la sombra.
Aún no se fue el invierno, y el manzano aparece convertido de pronto en cascada de estrellas olorosas.
En la noche entraremos hasta su tembloroso firmamento, y tus pequeñas manos y las mías robarán las estrellas.
Y sigilosamente, a nuestra casa, en la noche y en la sombra, entrará con tus pasos el silencioso paso del perfume y con pies estrellados el cuerpo claro de la primavera. Pablo Neruda: Los versos del capitán. Madrid, Visor Libros, 2007. Colección De viva voz, núm. 16.El eje vertebrador del poema de Neruda es fácilmente identificable: cuando los últimos rigores del invierno van cediendo, una luminosa y olorosa rama de manzano florido anuncia la llegada de la primavera. El allanar con nocturnidad “dos sombras en la sombra” (verso 6) “el jardín ajeno” (verso 5) para “robar / una rama florida” (versos 2 y 3), así como el regreso a casa (verso 16: “a nuestra casa”) con dicha rama florida no pasan de ser elementos anecdóticos, a partir de los cuales exhibe Neruda todo un torrente de imágenes que subyugan por su alto valor estético. Esa “cascada de estrellas olorosas” (verso 10) es la forma metafórica de referirse a las flores del manzano, tomando como fundamento la luminosidad para compararlas con las estrellas que brillan en el firmanento: y, por esta razón, las dos manos de las dos sombras lo que han hecho es robar estrellas (verso 14). Y a esas estrellas se las califica de “olorosas” (vereso 10), cuyo “perfume” (verso 19) penetrará en la casa, por tanto, “con pies estrellados” (verso 20). Color y olor son, pues, las notas distintivas de la rama florida, que pone una cromática y a la vez olfativa al “tembloroso firmamento” (verso 12) de la noche en sombra (verso 17). Estamos, pues, ante un lenguaje connotativo en el que predominan los valores emocionales de los vocablos, y siempre en función de las sensaciones e impresiones anímicas que Neruda pretenden provocar y transmitir. Y aunque el invierno no se haya marchado del todo y reinen las tinieblas de la noche, la primavera se va abriendo paso poco a poco, de manera “sigilosa”, con la claridad y el perfume de los que son indicio esa rama florida del manzano. El lenguaje metafórico empleado ha garantizado, así, la progresión temática. Y, por supuesto, detrás de este lenguaje literario existe un mínimo conocimiento botánico de lo que es un manzano, y al que, objetivamente, caracterizan “ramas gruesas; hojas sencillas, ovaladas, puntiagudas, dentadas, blancas, verdes por el haz, grises y algo vellosas por el envés; y flores en umbela, sonrosadas por fuera y olorosas”. Y a través de una de sus ramas floridas, Neruda nos sitúa ante una primavera que penetra por los sentidos, dando el salto del lenguaje discursivo al literario. Vayamos ahora a un libro en el que el poema en prosa modernista alcanza su mayor esplendor: Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez. Y confrontemos la información que nos porpociona el Diccionario de la lengua española (de la RAE) acerca de lo que es una granada -ejemplo de lenguaje discursivo empleado con todo rigor y, por tanto, transmisor de conocimientos- con el poema en prosa de Juan Ramón Jiménez titulado precisamente “La granada”, y en el que el lenguaje está empleado con una intencionalidad estética expresa y, en consecuencia, los valores connotativos de las palabras sirven para suscitar las más variadas emociones. Fruto del granado, de forma globosa, con diámetro de unos diez centímetros, y coronado por unn tubo corto y con dientecitos, resto de los sépalos del cáliz; corteza de color amarillento rojizo, delgada y correosa, que cubre multitud de granos encarnados, jugosos, dulces unas veces, agridulces otras, separados en varios grupos por taquiques membranosos, y cada uno con una pepita blanquecina algo amarga. [Es comestible, apreciado, refrescante, y se empleas en medicina contra las enfermedades de la garganta]. DRAE. Entrada “granada”, en edición actualizada.
¡Qué hermosa esta granada, Platero! Me la ha mandado Aguedilla, escogida de lo mejor de su arroyo de las Monjas. Ninguna fruta me hace pensar, como ésta, en la frescura del agua que la nutre. Estalla de salud fresca y fuerte. ¿Vamos a comérnosla? ¡Platero, qué grato gusto amargo y seco el de la piel, dura y agarrada como una raíz a la tierra! Ahora, el primer dulzor, aurora hecha breve rubí, de los granos que se vienen pegados a la piel. Ahora, Platero, el núcleo apretado, sano, completo, con sus velos finos, el exquisito tesoro de amatistas comestibles, jugosas y fuertes, como el corazón de no sé qué reina joven. ¡Qué llena está, Platero! Ten, come. ¡Qué rica! ¡Con qué fruición se pierden los dientes en la abundante sazón alegre y roja! Espera, que no puedo hablar. Da al gusto una sensación como la del ojo perdido en el laberinto de colores inquietos de un calidoscopio. ¡Se acabó! Yo ya no tengo granados, Platero. Tú no viste los del corralón de la bodega de la calle de las Flores. Íbamos por las tardes... Por las tapias caídas se veían los corrales de las casas de la calle del Coral, cada uno con su encanto, y el campo, y el río. Se oía el toque de las cornetas de los carabineros y la fragua de Sierra… Era el descubrimiento de una parte nueva del pueblo que no era la mía, en su plena poesía diaria. Caía el sol y los granados se incendiaban como ricos tesoros, junto al pozo en sombra que desbarataba la higuera llena de salamanquesas... ¡Granada, fruta de Moguer, gala de su escudo! ¡Granadas abiertas al sol grana del ocaso! ¡Granadas del huerto de las Monjas, de la cañada del Peral, de Sabariego, con los reposados valles hondos con arroyos donde se queda el cielo rosa, como en mi pensamiento, hasta bien entrada la noche. Juan Ramón: Platero y yo, XCVI. Madrid, Ediciones Cátedra,2006, 14.ª edición. Colección Letras Hispánicas, núm. 90.Michael P. Predmore, editor literario.[La Aguedilla a la que se refiere Juan Ramón es “la pobre locade la calle del Sol que me mandaba rosas y claveles”, y a cuyamemoria está dedicada la obra].
En su texto, Juan Ramón Jiménez ha realizado, a su manera, una descripción de la granada en la que predomina el uso connotativo de la lengua, con el que, más que precisar y definir lo que es una granada, se la evoca y se la sugiere, buscando provocar en el lector determinados sentimientos y sensaciones, y produciendo la impresión de belleza a través de un uso expresivo de la lengua. Es decir, que los valores connotativos de las palabras tienen mayor relevancia que los meramente conceptuales. Juan Ramón Jiménez centra su atención en la simiente de la granada, a la que describe con sensaciones experimentadas a través del sentido de la vista y del gusto. En efecto, recurriendo a un bellísimo lenguaje metafórico, de los granos de la granada afirma, acentuando las sensaciones cromáticas, que son “aurora hecha rubí”, “exquisito tesoro de amatistas”; y también alude -ahora destacando las sensaciones gustativas- a “la frescura del agua que la nutre”, al “grato gusto amargo y seco de la piel”, al “dulzor de los granos”. Además, en este capítulo se entremezclan el sentido de la vista y el del gusto para provocar imágenes tan sugestivas como las siguientes: “el exquisito tesoro de amatistas comestibles, jugosas y fuertes”, “¡Con qué fruición se pierden los dientes en la abundante sazón alegre y roja!”; y, en particular, como esta otra: “Da al gusto una sensación como la del ojo perdido en el laberinto de colores inquietos de un caleidoscopio” que observa extasiado el corazón de la granada, “que estalla de salud fresca y fuerte” y muestra “el exquisito tesoro de amatistas comestibles, jugosas y fuertes”. Frescura y viveza saludables le evocan al poeta el fruto de esos granados de los que su huerto carece, que “cuando caía el sol se incendiaban como ricos tesoros”, y de los que Aguedilla cogía su fruto para enviárselo. Como es habitual en Platero y yo, Juan Ramón Jiménez salpica su texto de una profusa adjetivación, en ocasiones rica en valores sinestésicos -por ejemplo: “¡qué grato gusto amargo y seco el de la piel!”, “abundante sazón alegre y roja”, “reposados valles hondos” -en los tres casos, con adjetivos a ambos lados del nombre, y pertenecientes a campos semánticos distintos-; o formando triadas -por ejemplo: “el núcleo apretado, sano, completo”, “amatistas comestibles, jugosas y fuertes”... Y en cuanto a las comparaciones -otro elemento básico en los textos descriptivos-, si por algo destacan es por fuerte sentido esteticista; por ejemplo: la piel de la granada “es dura y agarrada como una raíz a la tierra”; y sus granos son “el exquisito tesoro de amatistas comestibles, jugosas y fuertes, como el corazón de no sé qué reina joven” -comparación esta que añade una nota de refinamiento y exquisitez-; unos granos que dan al gusto “una sensación como la del ojo perdido en el laberinto de colores inquietos de un calidoscopio”; unas granadas “abiertas al sol grana del ocaso”, que forman parte de un paisaje de “reposados valles hondos con arroyos donde se queda el cielo rosa, como en mi pensamiento, hasta bien entrada la noche”.
********** [En El libro de las preguntas, de Neruda (Barcelona, Seix Barral, 2018. Colección Biblioteca abierta) encontramos la siguiente: “¿Y qué dijeron los rubíes / ante el jugo de las granadas?” (XIV). Y Federico García Lorca, en su Libro de poemas (Albolote (Grfanada), Editorial Comares, 2022. Facsímil), nos dejó este hermoso poema, compuesto en 1920, sobre la granada, titulado “Canción oriental”: https://www.poetasandaluces.com/poema/778/
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