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Luis de Góngora y Argote
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Luis de Góngora y Argote

La efímera belleza de la mujer en Luis de Góngora, I. (El “Carpe diem” barroco)

Luis de Góngora y Argote se mantiene tan presente a través de los siglos que siempre suscita las mismas discusiones acaloradas que provocó en vida. Algo muy hondo tiene que latir en el hombre y, sobre todo, en la obra, para que su vigencia sea permanente.
Luis de Góngora: Sonetos completos. Madrid, Editorial Castalia, 1992. Colección Clásicos Castalia, núm. 1 Ciplijauskaite Biruté, editora literaria.
Luis de Góngora: Sonetos completos. Madrid, Editorial Castalia, 1992. Colección Clásicos Castalia, núm. 1 Ciplijauskaite Biruté, editora literaria.

Mientras por competir con tu cabello [A1],

oro bruñido al sol [A2] relumbra en vano; *

mientras con menosprecio en medio el llano

mira tu blanca frente [B1] el lilio [B2] bello;

mientras a cada labio [C1], por cogello.

siguen más ojos que al clavel [C2] temprano;

y mientras triunfa con desdén lozano

del luciente cristal [D2] tu gentil cuello [D1]:

goza cuello [D1], cabello [A1], labio [C1] y frente [B1],

antes que lo que fue en tu edad dorada

oro [A2], lilio [B2], clavel [C2], cristal luciente [D2],

no solo en plata o vïola troncada

se vuelva, mas tú y ello juntamente

en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Luis de Góngora: Sonetos completos. Madrid, Editorial Castalia, 1992. Colección Clásicos
Castalia, núm. 1. Ciplijauskaite Biruté, editora literaria. [2002, Biblioteca Clásicos Castalia, núm. 21]

Texto comentado. Carballo Picazo, Alfredo: “En torno a Mientras por competir con tu cabello, de Góngora”. En El comentario de textos. Volumen I. Madrid, Editorial Castalia, 4.ª edición, 1987 [1973], págs. 62-78. Colección Literatura y sociedad, núm. 1.

Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: Luis de Góngora.

http://www.cervantesvirtual.com/portales/luis_de_gongora/

* No hay certeza absoluta de si en el segundo verso debe leerse “oro bruñido al sol”, o bien “oro bruñido el sol”. En el primer caso nos encontramos ante una hipérbole: el oro bruñido, sometido a los rayos del sol, no brilla tanto como el cabello -y con esta opción nos quedamos-. En el segundo caso, a la hipérbole se le añade la metáfora: el sol se esfuerza en vano por competir con el fulgor del cabello, lo cual es una hipérbole, montada a partir de la matáfora “oro bruñido”, identificada con el propio cabello y, de esta forma el nombre “sol” es el sujeto del verbo “relumbra”. Sea como fuere, ambas interpretaciones son igualmente válidas.

Apoyo léxico. Lilio. Lirio (con vacilación de consonantes líquidas l/r). Cogello. Cogerlo (con asimilación del poronombre, e igualmente con variación de consonantes líquidas l/r). Edad dorada. Metáfora de la juventud. Plata o Viola. La plata (por las canas) como metáfora de la vejez es un tópico, al que Góngora añade el color violeta, que asocia con el negro. Troncada. Truncada (con vacilación vocálica).

Aunque la fecha probable de composición de este soneto sea 1582, se publica con posterioridad, en 1605; y el tema del “carpe diem” adquiere los tintes típicos del desengaño barroco: la belleza de la juventud, a cuyo goce incita el poeta en el primer terceto (una juventud identificada con una hermosísima dama, cuyos atributos se comparan, en los cuartetos, con otros tantos elementos de la naturaleza no menos bellos: cabello rubio/oro/sol = luminosidad y colorido; frente/lilio = blancura y naturalidad; labios/claveles = color rojo, forma y sensación jugosa; cuello/cristal = transparencia, tersura, brillo), va caducando conforme llega la vejez y la posterior muerte inexorable; y ese pesimista y progresivo aniquilamiento de la vida se condensa en el verso que cierra el soneto, en una pavorosa gradación descendente: “en tierra” (algo tangible que se pisa), “en “humo” (algo volátil que arrastra partículas en suspensión), “en polvo” (algo que queda como residuo de cosas sólidas), “en sombra” (algo con apariencia de realidad), “en nada” (que es la negación absoluta de toda entidad). Adviértase, además, que todos los nombres son palabras llanas y, en el ámbito del verso, llevan acento rítmico en sílaba par, con lo que Góngora logra un perfecto endecasílabo garcilasiano.

La sintaxis gongorina presenta peculiaridades que la hacen especialmente compleja, entre ellas el empleo de correlaciones. Y este soneto es un claro ejemplo de correlación diseminativa-recolectiva. En efecto, los términos que hemos marcado seguidos de una misma letra -en cada línea horizontal- forman, una pluralidad de correlación (la A, la B, la C y la D); y cada una de estas pluralidades tiene un número de miembros -dos-, indicado por los índices empleados. Estas son, por lo tanto, las cuatro pluralidades bimembres, distribuidas en los cuartetos:

Pluralidad 1: cabello [A1], oro bruñido al sol [A2].

Pluralidad 2: frente [B1], lilao [B2].

Pluralidad 3: labio [C1], clavel [C2].

Pluralidad 4: cuello [D2], luciente cristal [D1].

Y al llegar al primer terceto, cada uno de los anteriores elementos diseminados se recolecta, si bien en un orden distinto al de su anterior aparición; y, en consecuencia, el esquema del sistema correlativo que figura en el poema sería el siguiente (de forma que todos los “elementos reales” -cuello, cabello, labio, frente- están recolectados en el verso 9 y, los “elementos imaginados” -oro, lilao, clavel, cristal luciente-, en el 11):

[D1], [A1], [C1], [B1]

[A2], [B2], [C2[, [D2]

Cabría preguntarse por qué en el primer terceto y, en concreto, en el verso 9, el poeta coloca los vocablos en los que concentra la belleza de la mujer en un orden distinto al que figuran en los cuartetos. Y quizá la respuesta sea doble, y haya que encontrarla, por un lado, en motivaciones de tipo fonético: al unir “cuello y “cabello”, la consonancia interna y la aliteración de /y/ intensifican el propio valor significativo de los vocablos; y, por otro, ambos vocablos, que se encontraban a final de verso (del 1 y del 8, respectivamente), pasan a ser los elementos centrales del verso 9; y los que antes eran elementos centrales (“frente” y “labio”, en los versos 4 y 5, respectivamente), ocupan ahora la parte final del verso 9. Rota así la posible monotonía en la construcción, en el verso 11 se reitera el orden en que anteriormente habían aparecido, rematando así la correlación diseminativa-recolectiva: oro/cabello, lilio/frente, clavel/labio y cristal luciente/cuello; de forma tal que cada término real evoca la comparación imaginativa de la que ha sido objeto. Y así queda recreado un mundo de belleza sensorial en el que el colorido y la luminosidad todo lo inundan: es el momento de incitar al goce de los atributos de la juventud de la mujer, que despuntan con su fuerte cromatismo (amarillo-oro, blanco, rojo, brillo...). Pero no hay que olvidar que todo ello está enmarcado por las temporalidad de la efímera duración, lo cual anuncia ese adverbio “mientras” reiterado en posición anafórica en los versos 1, 3, 5 y 7; y ese “antes que” del propio verso 10.

Y donde reside la originalidad de Góngora es en la irrupción del “tú”, en el verso 13: el mundo de belleza descrito en los cuartetos, así como la incitación al goce del primer terceto (en el que los versos 9 y 11 presentan el mismo esquema acentual: acentos en sílabas 1, 3, 6, 8, 10), tiene un tétrico final; y el lector sale del mundo ficticio y poético en que estaba instalado para participar de ese sobrecogedor nihilismo que supone el paso de la vida a la muerte, de forma que todos terminaremos por convertirnos -como esa dama hermosa en su juventud- “en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”, tal y como augura el verso 14. Y de ahí la oscuridad de este último terceto (plata/gris, viola/negro...), que contrasta con el colorido de los versos anteriores. Y de esta manera, el pesimismo con que Góngora afronta el “carpe diem” -y la “metaforización” de los rasgos femeninos más bellos- se aleja del vitalismo de Garcilaso de la Vega, más en la línea del “equilibrio” renacentista. Del “Marchitará la rosa el viento helado” se ha pasado a las violetas truncadas (“no solo en plata o viola truncada), unas flores rotas que son el símbolo inequívoco de la muerte. Es la amarga y dura realidad de la vida con la que Góngora nos enfrenta, al poner ante nuestros ojos, nuestro irremediable final, convertidos “en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”. Garcilaso de la Vega lo expresaba de modo más impersonal y aparentemente menos dramático: “todo lo mudará la edad ligera / por no hacer mudanza en su costumbre”. Pero Garcilaso era un poeta renacentista, y Góngora -que usa sus mismos recursos poéticos pero enormemente intensificados- es un poeta netamente barroco.

Quizá pueda resultar atractivo -por lo diferente de las personalidades- recordar un soneto de Lope de Vega, incluido en la comedia La discreta venganza, que tiene ciertas concomitancias -solo ciertas- con el de Góngora, y que el lector puede descubrir sin la menor dificultad. Es este:

El humo que formó cuerpo fingido,

que cuando está más denso para en nada;

el viento que pasó con fuerza airada

y que no pudo ser en red cogido;

el polvo en la región desvanecido
de la primera nube dilatada;
la sombra que, la forma al cuerpo hurtada,

dejó de ser habiéndose partido,

son las palabras de mujer. Si viene
cualquiera novedad, tanto le asombra,
que ni lealtad ni amor ni fe mantiene.

Mudanza ya, que no mujer se nombra,
pues, cuanto más segura, quien la tiene,
tiene humo, polvo, nada, viento y sombra.

Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes:

http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/la-discreta-venganza-comedia-famosa--0/html/

Universitat Pompeu Fabra (Barcelona). Todo Góngora.

https://arxiu-web.upf.edu/todogongora/index.html

[Universalmente reconocido como uno de los más importantes artífices de la poesía, la obra de Góngora confirma las palabras que en su día escribiera Herrera: "Es el soneto la más hermosa composición...". Son, sus sonetos composiciones maestras y muestra de la perfección condensad, y a través de ellos15 podemos seguir paso a paso la evolución del poeta, un verdadero revolucionario de la estética universal, cuyas creaciones obedecen a una nueva sensibilidad y a una renovada visión del mundo. Luis de Góngora y Argote se mantiene tan presente a través de los siglos que siempre suscita las mismas discusiones acaloradas que provocó en vida. Algo muy hondo tiene que latir en el hombre y, sobre todo, en la obra, para que su vigencia sea permanente. Con este libro, el lector se adentrará en su reino poético de los sonetos: los ciento sesenta y siete reconocidos y los cincuenta atribuidos; un documento de su época y la encarnación de una poesía que siempre permanecerá. Y con la edición de una de las más reconocidas autoridades en el autor: Biruté Ciplijauskaité].

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