Deseo comenzar por el final, y realizar una crítica historiografía rigurosa y correcta, como corresponde al Medievalista que soy, al capítulo que, el autor, define como Cronología: Fernando I NO es Rey de Castilla, entidad totalmente inexistente hasta Sancho II y referida solo al Condado de Burgos (‘imperando el conde Fernando en Burgos’). Asimismo: ‘Imperando el Príncipe Sancho en Burgos, y mi hermano el Emperador Alfonso en León’. Está claro que el autor no conoce el testamento de los Reyes de León, Sancha I y Fernando I, y sobre quien es la propietaria de los reinos, y quien divide los mismos por su auctoritas: «Fredenandus annos viginti septem regnavit: qui in vita sua cum uxore sua nomine Sancia, Regis Adefonsi filia, ad quam Regnum pertinebat, ipsum Regnum inter tres filios ejus, Sancium scilicet, Adefonsum, Garseam, divisit; et Sancio primogenito totam Castellam cum Asturiis Sanctae Julianae, et cum Caessaraugusta civitate, et cum omnibus suis appendentiis, (quae tunc Sarraceni obtinebant, unde tunc temporis ipsi Mauri tributum anuatim illi serviendo reddebant) in propium rediit. Adefonso vero Legionem cum Asturiis, et Regno Toletano, (quos tunc similiter Sarraceni obtinebant, sed tributum illi annuatim inde reddebant) tribuit». La Batalla de Golpejera, 1072, fue ganada claramente por Alfonso VI de León, las mesnadas leonesas eran mucho mejores que el resto de las peninsulares, aunque el soberano legionense se niega a perseguir a los castellanos en desbandada, su ética se lo prohíbe; Díaz de Vivar revierte la derrota aconsejando a Sancho II que al estar los leoneses y gallegos celebrando, poco atentos, la victoria, será fácil derrotarles. Pedro Ansúrez no desobedece al nuevo Rey de León, que es lo que Sancho II se siente y desea, ya que está en Toledo con Alfonso VI. Alvar Fáñez de Minaya es un caballero, obviamente legionense y fidelísimo tanto de Alfonso VI como de Urraca I (Imperatrix Legionis et Regina Tute Yspanie. Urracha Rex), Emperadores ambos de León, ya que es el Regnum Imperium Legionensis el que otorga naturalización, el resto de los territorios son dependientes legionenses. Alfonso “el Batallador” se intitula como: Imperator Legionis, y Rey de Aragón y de Pamplona. Alfonso VII “el Emperador” de León, no es Rey de Castilla, lo que está muy claro en la Chronica Adefonso Imperatoris, donde la titulación es, ¡SIEMPRE!, al 100% como Rey o Emperador de León. A su muerte, de forma inexplicable nace el Reino de Castilla, acrecentado a expensas de León, hasta en la Extremadura leonesa, léase sobre la vettona Plasencia. Yo entiendo que hay que introducir como sea a una Castilla inexistente en esa cuantía y en este momento histórico. A continuación, me aproximaré, justo y necesario, a la novela-histórica presente. “He contado, cantado y escrito de muchos. De reyes y de grandes guerreros, de condes y obispos y de damas. De tantos, de los de a caballo y de los de a pie, a los que alcancé a conocer y de cuyas hazañas supe y de sus cuitas también. Quise al hacerlo que las gentes supieran de ellos y quedaran en sus memorias, si no para la eternidad, que ella es patrimonio único de Dios, sí hasta que suenen en este mundo las trompetas del juicio final. Para nada nunca dije de mí, ni mi nombre en lugar alguno figura, ni nadie sabría nunca quién fui. Por ello hoy, al concluir la última de estas páginas a las que he dedicado los últimos años de mi vida, que ya siento concluir, he querido anotar mi nombre, quién y qué soy, y el mes, el de mayo, y el año, 1207, en que lo concluí. Tuve un hijo y sé dónde vive y está, pero yo no debo verlo y él no puede, ni deberá jamás, saber de mí. Soy ahora monje, y desde tantos años hace, que hasta llegue a ser abad. Pero antes, y durante otros tantos, fui juglar, que no son caminos, aunque así se crea, tan separados, pues ambos cantan y cuentan, y en pecados, clerecía y juglaresca van a la par”. El autor glosa, sí es verdad que, con amenidad, la vida de aquellos seres humanos que se dedicaron a contar, estimo que para la posteridad, las andanzas y las venturas y desventuras de muchos de los caballeros del Medioevo. En este caso se refiere la novela-histórica a Rodrigo Díaz de Vivar, el denominado como Cid Campeador; todo ello desde el punto de vista más jocoso de la cuestión a tratar. Por el contrario, los trovadores formaban parte del análisis culto de la sociedad, y fueron músicos de música culta o académica en las cortes más importantes de Europa, entre otras León, Navarra, Castilla, Borgoña, Aquitania, Aragón, Portugal, etc. La extraordinaria Edad Media fue una riquísima época de monarcas poderosos, de caballeros y damas, que concertaban o no con el trono. Esa sociedad rica y dinámica, por antonomasia, y que construía fortalezas, monasterios o abadías, basílicas y catedrales, y palacios, estaba asimismo conformada por mercaderes, campesinos, mercenarios o condotieros, ladrones y meretrices, entre otros personajes de mayor o menor enjundia. Los juglares serían los cronistas musicales de toda aquella parafernalia social, quienes recitando sus versos llenarían de luz y de color todo el Medioevo. El libro está conformado por tres generaciones de juglares, quienes a caballo entre los siglos XI y XII van a dar protagonismo a esta epopeya, ciertamente manipulada y enaltecida con exceso, ya desde las tierras de Castilla, y que se refiere a uno de sus, no está clara su nacencia en Vivar, siendo su padre magnate de la curia regia de los Reyes Sancha I y Fernando I de León, es decir Rodrigo Díaz de Vivar, aunque sí es verdad que el apellido Díaz es castellano, ya que sería Díez como legionense. Rodrigo Díaz es un conductor de tropas, como existen varios en la Edad Media, que al tener a un grupo de fieles seguidores deben servir al mejor postor, y esto no es peyorativo, ya que sus fideles lo suelen ser hasta la muerte. Por consiguiente, no existe crítica acre por mi parte al caballero citado, pero, sí es verdad que Geraldo Sempavor y Mercadier son más fieles, tanto al Rey Alfonso Enríquez de Portugal el primero, y a Ricardo I “Corazón de León” Plantagenet de Inglaterra el segundo. Rodrigo no lo es tanto al Rey-Emperador Alfonso VI de León. El autor es periodista, y se le nota en el sentido más positivo del término, amenidad y agilidad por igual en toda la obra. Estos tres juglares crean y son un grupo familiar indiscutible: el abuelo partiría desde San Pedro de Cardeña con las mesnadas de Rodrigo Díaz, acompañando al destierro al caballero, aunque no se especifica la causa, ya que el hecho está motivado porque el caballero de Vivar desoyendo las órdenes alfonsinas y la ética exigible a ello, utilizó el dinero de las parias, para armar a sus tropas y luchar contra cristianos, García Ordóñez y Pedro Ansúrez. El segundo alcanza la corte de Occitania, del conde Alfonso del Jordán, y, por fin, el nieto se convertirá en monje, llegando a ser abad. Detrás de todo ello se encuentra la crucial batalla decisoria en la Reconquista, y me refiero a la de Las Navas de Tolosa, con los Reyes Alfonso VIII de Castilla, Sancho VII de Navarra y Pedro II de Aragón, en el hecho épico mencionado apoyados por las tropas mandadas por el infante de León, Sancho Fernández, quién estaba comandando a las mejores tropas del Pleno Medioevo, que eran las del Reino de León. La segunda en importancia, como siempre que se refiere al Reino de León, absurdamente menospreciada, es la de Simancas entre Ramiro II “el Grande” de León y Abd A-Rahman III Al-Nasir, con victoria aplastante del Magnus Basileus de León. «Antonio Pérez Henares, con gran verosimilitud, amenidad y rigor, como es habitual en sus novelas, glosa la vida de los juglares que vivieron y transmitieron las andanzas, aventuras y desventuras del guerrero más famoso de su época: Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid. La Edad media era un tiempo de caballeros, reyes, damas, castellanos, comerciantes, campesinos, prostitutas, mercenarios, ladrones… y también de juglares, que fueron testigos y transmisores de batallas, romances, banquetes y todo aquello que llenaba el medievo de luz, color y música. Porque la Edad Media era un mundo mucho más luminoso del que nos han vendido. Fue una época de lírica y música, un tiempo de explosiones de color en iglesias, castillos y ciudades, una edad donde el juglar era el cronista, el portador de las buenas y las malas nuevas en salones nobiliarios, plazas de pueblos y ciudades, e incluso en las cortes de los reyes. Esta es su novela. Tres generaciones de juglares, a caballo entre los siglos XI y XII, protagonizan esta fascinante historia. Tres juglares que compusieron y dieron voz a la epopeya medieval más trascendental. Tres hombres que dieron vida al Cantar de mío Cid, el más importante hito en la historia de nuestra cultura, pero que también tuvieron vidas fascinantes llenas de aventuras, amores y traiciones, y recorrieron toda la Península, de Santiago de Compostela al reino moro de Murcia, y hasta la Occitania francesa». En suma, estamos ante una novela histórica importante, que rellena la historiografía cidiana, y que se debe leer y metabolizar, sin olvidar que es preciso conocer la cronística medieval. La novela-histórica debe tener un fondo histórico del 70%, para que el apoyo de lo novelístico sea suficientemente valorable, y esto es lo estimo que ocurre aquí. ¡Trabajo esforzado y que debe conocerse!, y por cierto ¡sí ovía buen señor! «In occasu saeculi sumus. ET. Errare humanorum est». Puedes comprar el libro en:
Noticias relacionadas+ 0 comentarios
|
|
|