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"María de Magdala", de María Teresa Álvarez

La Esfera de los Libros, 2023
viernes 06 de junio de 2025, 17:16h
María de Magdala
María de Magdala
La escritora e historiadora, de novela-histórica, se acerca a uno de los personajes evangélicos más paradójicos y crípticos, rodeado de todo tipo de detalles, y que siempre ha sembrado deseos de lo que pudo ser en los cristianos de toda condición. Quizás Pablo de Tarso o Pedro de Cafarnaúm estuviesen en su contra, para tratar de borrarla de la historia. Pero, sea lo que sea, no existe ningún dato verídico y canónico sobre su relación amoroso y marital con el Hijo de Dios, y si así hubiese sido los evangelistas no lo hubiesen ocultado, cuando hasta el primero de ellos, Pedro o Cefas está documentado que tenía mujer y, consiguientemente, suegra curada por el propio Cristo, según narración fehaciente del propio texto evangélico; tal como se indica en algunos otros textos novelados, menos rigurosos que este.

En esta elegante y sensible obra se dan las claves de cómo llegó a formar parte del grupo de los seguidores de Cristo, con otras mujeres, ya que no existía discriminación entre hombres y mujeres dentro de los que estaban próximos a Jesús de Nazaret. El texto indica que Jesús se apareció, específicamente, a ella, lo que no es evangélicamente cierto, ya que es ella la que lo descubre cuando comprende que el cuerpo del Crucificado, muerto por orden del prefecto del pretorio, Lucio Poncio Pilato, no está en el sepulcro de José de Arimatea. No obstante, es de agradecer esta estupenda narración, que rescata a esta interesante mujer de los tiempos de Cristo. Está claro, desde mi modesto punto de vista, que los gnósticos han hecho mucho daño a la figura del Hijo de Dios. Existe una confusión con respecto al personaje de María, ya que existen tres posibles: la mujer de la que saca siete diablos, la adúltera defendida por Cristo y, a lo mejor, María de Betania.

En el año 1969, el Sumo Pontífice de los católicos, Pablo VI, reivindicó su importancia en la historia evangélica y del cristianismo posterior, y ya no se lee el evangelio de San Lucas en su festividad, en el que se refería sobre ser la mujer pecadora. No obstante, hoy se considera que María Magdalena era una de las importantes seguidoras de Cristo, la discípula amada, y Juan de Zebedeo sería el discípulo amado. Todas las mujeres que siguen a Jesús de Nazaret tienen bienes suficientes, y con ellos ayudan al sostenimiento necesario del grupo. Sí es verdad que recibe la primigenia información sobre la Resurrección de Cristo, y así se lo comunicará al resto de los discípulos. El hecho historiográfico que ha vilipendiado el nombre histórico de esta mujer, se produjo en el siglo VI cuando el papa Gregorio I Magno, canonizado luego, decidió, motu proprio, equiparar la figura de la mujer de Magdala con la de la prostituta arrepentida. Así nació la idea de pecadora para María Magdalena. El calendario litúrgico de la iglesia católica la calificó como ‘Santa María Magdalena, penitente’. El problema de esta mujer se encuentra reflejado en lo difícil que es acercarse a alguien del que casi no existen documentos que acrediten su existencia, por lo que este hecho da pie a que su vida sea recreada desde el punto de vista de la imaginación literaria.

«Ha sido difícil y a la vez muy hermoso meterme en la piel de María de Magdala, una mujer a la que siempre he admirado y respetado. Ella fue testigo de la resurrección del Señor y la encargada de comunicárselo a los demás. En esta novela la he imaginado como una mujer fuerte, inteligente y valiente que deseaba ser protagonista de su propia existencia en una sociedad en la que las mujeres no significaban nada. Tras el encuentro con Jesús, el amor de su vida, todo su interior se trastocó y de su horizonte existencial desaparecieron las sombras. Somos muchas las mujeres que hoy, en pleno siglo XXI, la consideramos un modelo a seguir».

El Papa Juan Pablo II en su Encíclica ‘Mulieres Dignitatem’ escribe sin ambages que: “Antes que los apóstoles, María Magdalena fue testigo ocular de Cristo resucitado, y por esta razón fue también la primera en dar testimonio de Él ante los apóstoles”. El 10 de junio de 2016, el Papa Francisco elevaba al grado de fiesta, la celebración de Santa María Magdalena en el calendario romano. Las mujeres que acompañan a Cristo sí son algo e importante en el grupo de sus seguidores, y la madre de los hijos de Zebedeo o la relativa a Juana una esposa de un alto funcionario de Herodes, más si cabe. En ese momento de la Historia Antigua existen muchas mujeres que deciden, y en igualdad de condiciones con los varones, se pueden indicar, obviamente, las mujeres entre los espartanos o entre los cartagineses, y en ambos casos sus constituciones, por este hecho igualitario, son criticadas por Aristóteles. Entre los pueblos prerromanos de Iberia existen gentilidades donde la mujer es quizás, en ocasiones, superior al varón. Deseo citar el caso de los cántabros y de los ástures transmontanos y, sobre todo, cismontanos o augustanos (hoy ocuparían las tierras legionenses de León y de Zamora), recibiendo su nombre del río Ástura o Esla. Escribe Estrabón (Geografía, 4-18): “Entre los cántabros y los ástures es el esposo el que aporta la dote a su esposa, y son las muchachas las que heredan y las que se ocupan de elegir las esposas para sus hermanos, lo cual supone una cierta ginecocracia o dominio de las mujeres. Éstas no son costumbres salvajes, pero no son completamente civilizadas”.

Santo Tomás de Aquino, el genial teólogo de la Orden de Predicadores, es decir los dominicos, la definía como la Apóstola de los apóstoles. La propia autora, de forma rigurosa e inteligente, indica su no creencia de que fuese pareja de Cristo, ya que entre otras razones de mayor o menor enjundia, existe una esencial e innegociable para todos los cristianos, y que es que Jesucristo es el Hijo Unigénito de Yahwéh-Dios, por lo tanto es Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, imposible matrimonio con una mortal, ese hecho no es aceptable para el Ego Sum Qui Sum, un Jesús de Nazaret que decía, sin circunloquios, que el Padre y Él eran una misma cosa. Y no tiene que ver esta teología y metafísica con la de los dioses griegos y romanos. María de Magdala mantiene toda una serie de conversaciones, sumamente esclarecedoras, con la hija, llamada Moria, de una amiga de la infancia, siendo este personaje inventado, pero muy inteligentemente delineado, el que va a narrar, de forma pormenorizada, las memorias de la mujer de Magdala.

El estilo de la escritora candasina, María Teresa Álvarez, es muy rico de imágenes literarias y muy elegante. Un ejemplo vale más que mil razones, mutatis mutandis: “En mis recuerdos de niñez, Moria, siempre está presente tu madre. Ella era un poco mayor que yo. Sus padres, tus abuelos, trabajaban en casa de mis padres y ella también lo hizo en cuanto cumplió los doce años. Su trabajo consistía, la mayoría de las veces, en acompañarme, en cuidarme, en ocuparse de mí. Yo era hija única y crecí rodeada de cuidados. Mi madre deseaba para mí, como todas las madres, lo mejor. Aspiraba a que yo fuera formada en religión. Ella me enseñó a leer. Y solo consiguió su anhelo, cuando mi padre, superado el dolor de no tener un hijo varón, le permitió que me enviara a la escuela de la sinagoga, donde recibí una educación no muy frecuente para las mujeres. Fui, por tanto, educada en la religión judía. Unas enseñanzas no muy rígidas, ya que, en Magdala, al igual que en toda Galilea, siempre hemos sido un tanto liberales…”. Estamos ante una novela-histórica importante y necesaria. «Rex tamen, atque idem egregius virtute bellica».

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