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Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona
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Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona

Entrevista a Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona, autor de “Memorial de transiciones (1939-1978)”

“La constitución del 78 se debe modificar”

Por Javier Velasco Oliaga
miércoles 04 de marzo de 2015, 08:21h

Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona
acaba de publicar sus memorias bajo el título de “Memorial de transiciones (1939-1978)” en Galaxia Gutenberg. El que fuera ministro de Educación en los gobiernos de UCD de Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo Sotelo ha reunido todos sus recuerdos sobre la Transición en un voluminoso libro donde mantiene que la Transición no fue una sola sino varias transiciones que fueron modificando el panorama político español para llegar a la democracia.

El detonante de la Transición fue la muerte de Francisco Franco pero antes, en los años sesenta se produjeron numerosos cambios que fueron cruciales para convertir a España en un país moderno y demócrata. “Se produjeron varias mini transiciones en esos años del franquismo que dieron lugar a que en los setenta se produjese la democratización de nuestras instituciones”, señala el ex ministro y ahora escritor en una conversación que mantuvimos con él a raíz de la publicación de parte de sus memorias.

De maneras pausadas y reflexivas, Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona , miembro del famoso grupo Tácito que publicaba sus artículos en el extinto YA, mantiene que los gobiernos europeos y sobre todo el alemán fueron determinantes en lo que hoy conocemos como la Transición. “Las fundaciones Konrad Adenauer y Friedrich Ebert maniobraron para que en España hubiese una reforma del sistema, alejada de la posición rupturista del PCE”, explica. Esos movimientos hicieron posible la Transición y la posición del PSOE con su pizarra de Suresnes queda muy alejada de la realidad. Si hubo una pizarra, esa fue la diseñada por los alemanes”, afirma tajante. La historia, muchas veces, no es como nos la cuentan.

“Después de la muerte de Franco había tres posiciones políticas claras. La primera era la continuista, que estaba claro que no iba a prosperar sin el dictador; la segunda, la reformista, que propugnábamos nosotros desde la UCD y una tercera, la rupturista, que abogaban los socialistas y comunistas y que querían un referéndum sobre el sistema político e, incluso, sobre la autodeterminación de algunas comunidades”, explica en tono profesoral.

Sobre el tiempo que vivimos cree que estamos en “un tiempo de cambios y la Constitución de 1978 se debe modificar”, afirma sin asomo de dudas, lo cual es un síntoma de que se está cambiando acertadamente. Si los tiempos están cambiando, un síntoma ha sido la abdicación del rey Juan Carlos I. Es hora de “meter la ganzúa en el candado de la Constitución” para mejorarla y ponerla al día porque cree que España sigue siendo “un país a medio hacer”. Ésta es una de las pocas críticas que hace a nuestro sistema político.

Cree que “la Transición fue un éxito en todos los aspectos, pero al cabo de 37 años no se puede vivir de las rentas. La Constitución debe reformarse con un consenso parecido al que se hizo en los años setenta”. Quizá con las autonomías se les fue un poco la mano y se debería cambiar por un estado federal tipo Alemania, pero lo que está claro, en su opinión, es que “un proceso soberanista sería un suicidio”, tanto para las comunidades que optasen por esa vía como para España y sostiene que “el País Vasco ha cambiado estos últimos años a una senda de la sensatez, dando prioridad al desarrollo y a la lucha contra el paro”.

Sin embargo, hay instituciones que no terminan bien de funcionar. “El Consejo General del Poder Judicial es un organismo fallido”, alega y lo mismo ocurre con la justicia, que en su opinión no está a la altura de la Administración ya que tiene pocos medios para realizar su trabajo y está demasiado politizada. “El número de jueces es bajo”, sentencia con razón.

La educación, que él conoce muy bien por haber sido ministro del ramo, es otra de sus preocupaciones. “Tiene el síndrome del penelopismo, tejiendo y destejiendo leyes cada vez que se cambia el signo del gobierno. Para saber si una ley educativa es adecuada se necesita que esté en vigor, al menos, 10 ó 15 años”, sostiene con la autoridad que le da haber estado varios años al frente del ministerio.

“Los que están poniendo en solfa a la Transición se equivocan. No fue un proceso final y acabado sino que se puede seguir avanzando”, apunta. Lo que ha intentando con su libro “Memorial de transiciones (1939-1978)” es contar lo que realmente pasó ciñéndose a sus recuerdos, pero no sólo políticos, sino también en el contexto en el que ocurrieron. Le interesa la “identidad de las personas” que participaron, que para él está no en lo que no hacen, sino en lo que se comparte con la familia y con los amigos, en este caso, los que realizaron ese proceso.

Para ello, parte en el libro de sus recuerdos de la posguerra y de sus experiencias en la universidad. “El franquismo tuvo varias fases. La primera, nada más acabar la guerra, fue una fase predominantemente militar y acabó en 1942. Desde ese año hubo una cobertura totalitaria donde Franco demostró ser muy pragmático al no entrar en guerra a lado de los alemanes. La tercera fase, hasta 1959, tuvo un predominio católico donde el pacto con Estados Unidos y el Concordato con la Santa Sede fueron decisivos. Los años sesenta fueron del desarrollismo, de apertura al exterior; los turistas tuvieron mucho que ver y los años setenta dieron paso a una pre transición donde el tardofranquismo dio pie a lo que sería la Transición”, pormenoriza con detenimiento.

De sus años en la universidad, finales de los cincuenta, está muy satisfecho. Allí fue donde se comenzó a fraguar lo que sucedería años después. “Allí estaban los protagonistas de la Transición de todas las ideologías. Yo opté por la democracia cristiana y el partido de Joaquín Ruiz-Giménez pero “los católicos españoles de aquella época tenían muchas concomitancias con el integrismo y Tarancón no quiso un partido secularizado”, recuerda. Aquello llevó al fracaso en las primeras elecciones democráticas y las deudas hicieron que el partido desapareciese, integrándose algunos, como Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona, en la extinta UCD. “Ruiz-Giménez era una persona desprendida y pagó, en su medida, las deudas del partido, como hicieron muchos miembros de aquel partido”, puntualiza.

El autor se define como un observador activo de la vida política española sin adscripción política actualmente. Lleva sin militar en ningún partido desde 1982. Es una persona independiente y ponderada. “Dentro de los partidos no se puede opinar en libertad”, certifica sin ironías. Aunque la utiliza para escribir sus recuerdos, incluso con un cierto tono de sorna y se nota cuando habla de sí mismo en el libro. “Me tomo una cierta distancia para hablar de mí mismo”, alega.

Piensa que es necesario escribir dos grandes biografías en este país. La primera es la de Adolfo Suárez y otra la de Felipe González. “Las que se han escrito lo han hecho con un tufillo hagiográfico”, sentencia. Ambos fueron los dos grandes transformadores de la sociedad en que vivimos. Juan Antonio cuenta, y no para, muchas anécdotas de la Transición y también de su suegro Gerardo Diego, “una persona apolítica que tenía mal concepto de los políticos”, finaliza. Algo que le ocurre a la gran mayoría de los españoles.


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