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crítica teatral

07/12/2022@16:00:00

El sujeto del siglo XVII tenía una visión (barroca) de los roles que les tocaban a hombres y mujeres, a ricos y pobres, a nobles y plebeyos, a artistas y artesanos, a soldados y a monjes, a juristas y pícaros, a Lope y a Cervantes.

¡No quiero callarme! Tampoco quiero gritar, pero sí que se me reconozca y se me escuche. Miren: puede que no seamos personas totalmente integradas porque nuestra discapacidad nos lo impide, pero no por nosotras, por esta sociedad discriminatoria que se cree, engañosamente, perfecta.

¡Estás en la luna!, pídeme la luna, quedamos a la luna y cuarto, “la luna vino a la fragua con su polisón de nardos” (F.G.L.), hay un toro enamorado de la luna, “tres cosas no pueden ser ocultadas por mucho tiempo: el sol, la luna, y la verdad” (Buda) y aquí es donde aparece Cristina Medina, enviada especial y espacial a esta luna teatral donde, con risas, chascarrillos y chistes, nos hará pasar un rato cómico diciéndonos cuatro verdades que, después, nadie tomará en serio.

Cuando sea mayor tengo la esperanza de compartir con mis amigos, con mi gente, los intereses, las inquietudes, las emociones que un día nos movieron y se impregnaron en nuestro sentimiento. Cuando sea mayor quiero tener una casa compartida, ver amanecer junto a vosotros, pronunciar vuestros nombres y que alguien me responda.

Ítaca, territorio de conquistas imposibles perdidas en el devenir de los tiempos. Ítaca, objetivo y fin de una guerra que nunca reclamó Penélope para sí. Ella, que se alzó sobre las cenizas del deseo consumido en el tiempo y fue auxiliada por la palabra esperanza. Fidelidad de diosa. Tenacidad de mujer, madre y esposa. Conjeturas de una vida que reivindican una respuesta a su interminable espera.

El desaliento, la apatía, o el célebre desasosiego, fiel acompañante del poeta portugués Fernando Pessoa que le obligaba a caminar solo por el mundo son la cara oculta de una soledad que él remarcaba diciendo: «La literatura es mi forma de estar solo en el mundo».

Los Teatros del Canal han acogido el estreno absoluto de “Paloma negra (Tragicomedia del desierto)”, la tercera pieza como director de escena del dramaturgo jienense Alberto Conejero y la segunda con su compañía Teatro del Acantilado. Así, de vuelta de girar con éxito con “La geometría del trigo”, quien fue Premio Nacional de Literatura Dramática 2019 estará a la Sala Verde del Canal, hasta el 21 de febrero, una tragicomedia musical que, si bien toma su título de una ranchera, tiene en su corazón La Gaviota de Chejov.

La obra “Amiga”, de la dramaturga y directora teatral rusa Irina Kouberskaya, se estrenó hace un par de años y sigue representándose en el Teatro Tribueñe con gran éxito de público. El texto está basado en un fragmento de la vida de la escritora rusa Marina Tsvetáyeva, la poeta rusa no tuvo precisamente una vida fácil y eso se refleja en el texto de la obra que tiene un fuerte contenido trágico.

Llega a “La Luna” a través de su abuelo, Fernando Fernán Gómez y de Emma Cohen, a la casa que los cobijó y en el que dejaron, no solo documentos, cartas, fotos, grabaciones, discos, proyectos,… también la esencia de esta pareja emblemática en el mundo de la cultura, si es que podemos hablar de ese concepto denostado en este país que poco la valora.

No están dormidos. No son muñecos de trapo. Son figuras de porcelana y, como tales, no podrán morir, aunque sí, quizás, romperse. Romperse por fuera y que se les rompan los corazones. Porque los tienen. Permanecerán atentos a las canciones, a los sueños que pasan de largo, a los recuerdos que nadie les preguntará. Pero estas dos figuras, él y ella, tendrán la oportunidad de encontrarse, de soñar, de acercarse, de sentir su existencia como algo real, aunque sea efímera.

“Nunca nadie te va a querer en la vida porque estás gorda”, así de crudo, así de real, así de sincero y escabroso. No es estar gorda o gordo, es SER gordo. Es algo evidente y que todos ven, que no puedes ocultar. Desde bien niña. Desde antes de tener conciencia de qué significaba tener kilos de más. Al principio no pasaba nada, simplemente no podías entenderlo, hasta que te das cuenta de que las demás se echan novio y tú no, de que las demás se ríen y tú no, de que sus padres las cogen en brazos y a ti no. Por fin, la protagonista, la gorda, se pone en el lugar de los gordos. De los obesos, de los sebosos, de los gordinflones, de los bola de sebo.

Buscar el éxito sin encontrar recompensa alguna es como encaminarse al abismo con los ojos vendados. Una apuesta difícil de entender para el que la pierde, y a la que no le sirve de nada que te des cuenta de tu falsa verdad cuando ya estás muerto o acabado. Ambos, estados inútiles para su propósito. El éxito y su tiranía precisa de esclavos, tan ciegos como autoritarios, pues siempre necesitarán de esa inconfesable e inquebrantable cerrazón que le hace ver —a quien la sufre— su propio jardín siempre verde y lleno de flores por más que el resto le digan que es un secarral que, por no tener, no tiene ni semillas sembradas con las que poder invocar el milagro de la esperanza. No hay vida sin esperanza, ni falso éxito sin su mentira, porque como se nos recuerda en un momento de la obra: «Hay que romperse el cuello para ver las estrellas». Inútil esfuerzo el de aquel que no sabe dónde se encuentra el cielo ni la posibilidad de iluminar un camino que no tiene salida, y sobre el que solo da vueltas y vueltas hasta desgastar del todo las suelas de sus zapatos.

Se está representando en el Teatro Fernando Fernán Gómez de Madrid la obra “Los hermanos Machado”, con texto de Alfonso Plou y dirección escénica de Carlos Martín. Una producción de Teatro del Temple, empresa zaragozana que produce obras de teatro tanto clásicas como contemporáneas con un gran acierto.

El estreno absoluto de Torquemada se produjo el 18 de diciembre y estará en la cartelera teatral hasta el 4 de enero en la Sala Negra de los Teatros del Canal. La obra ha sido dirigida por Juan Carlos Pérez de la Fuente sobre un texto de Ignacio García-May a partir de las cuatro novelas de Galdós sobre el usurero Torquemada que no él inquisidor.

"La importancia de llamarse Ernesto o la importancia de ser honesto", es una obra de imprescindible para todos los amantes del teatro de Oscar Wilde.