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crítica teatral

08/06/2024@22:22:00

¿Qué tendrá la noche para que pensemos en ella desde el punto de vista del amor? Pero de un amor efímero, que se diluirá, posiblemente, con la llegada del alba, cuando las primeras luces matutinas dejen ver las cosas con mayor claridad.

Estación límite. Abismo de las discapacidades, y sinuosos caminos del desconcierto, de las trabas y las dificultades donde se hacen esfuerzos por salir de los rincones de la lástima, para reivindicar que, aunque se brinden pocas oportunidades, se puede tener autonomía, ansias de regir tu propia libertad, no quedarse quieto a verlas venir y que sean los demás los que solucionen todo.

Siempre y nunca, una y todas. Sin saber cuál es el papel que hay que realizar, si se hace bien, regular, si simplemente se acepta.

¿Quién le pone el anillo en un dedo a la dama que acaba de perder a su marido y a su suegro? Solo puede hacerlo un rey. Ese rey rastrero, vil, que es capaz de ofrecer su reino por un caballo cuando ya está casi derrotado.

Habría que diferenciar entre personaje y persona. Entre actor/actriz o ente corpóreo. ¿Cuándo se conforma el personaje? ¿Cuando el autor lo concibe en su cabeza, cuando le das palabras o cuando el intérprete lo asume por primera vez?

Daños colaterales. Viajar a través de la guerra y sus consecuencias. Estar inmerso en el dolor, en las heridas, en el quebranto. Tiempo gris y taciturno, húmedo, y desértico al mismo tiempo, en ruinas, en el borde la vida y de la muerte. Residuos de humanidad, ciénagas y tierra ensangrentada, Dios ausente, se recitan las plegarias del horror y desconsuelo.

Somos un simple garbanzo en medio de un cocido. Y, a pesar de ello, no nos amilanamos. Ponemos nuestra entidad, nuestra idiosincrasia, clara y limpia, al servicio de la comunidad.

¿De qué estamos hechos? De cenizas y recuerdos. De un cuerpo material que muere, y un alma inmaterial que vaga por el universo. Del eco de nuestra voz que el viento transporta a lo largo del tiempo. Sin olvidarnos del agua y la tierra como soportes del ser humano. Un ser humano que vive, siente, sufre y añora. De ahí surgen la nostalgia, la búsqueda y los recuerdos que en Deje que el viento hable se transforman en relojes que nos recuerdan la importancia del paso del tiempo, o el reconocimiento del sacrificio de una madre que posibilita al hijo hacer todo aquello a lo que ella renunció por él.

Ediciones Carena, Barcelona, 2023
Acercarse a la escritura de Francisco Morales Lomas es ahondar lisa y llanamente en la historia de la literatura actual. Hombre de letras en toda regla que propugna el humanismo solidario como señal identitaria, su implicación en lo literario se aplica desde todos los prismas posibles, creativos, teóricos, docentes, investigadores, ensayísticos, narrativos y dramatúrgicos. En esta experiencia singular y polifacética de abordar su mundo literario, el del teatro constituye un hito incluso rompedor con el resto de su obra, pues la ironía y el propio concepto de canibalismo, refuerza un teatro de brillantes resonancias, denuncias transgresoras y un repaso de la universalidad que sustenta su obra.

Lo que te depare la vida es solo cuestión de desearlo, pero también de ponerse a ello, aunque después no haya tal triunfo, se trastoquen los planes, si es que los hubiere, o no sea el final esperado, si es que esperábamos uno concreto.

Cuando una guerra comienza, sea cual sea la causa, (y lo peor es que no haya causas), se producen cambios, metamorfosis, se trastoca la forma de vida. Indefectiblemente desaparecen personas, surge el miedo, la precariedad de la subsistencia, el horror, el caos, la muerte.

¿Qué es verdad y qué es mentira en el arte? ¿Acaso el amor es la pieza angular sobre la que siempre tiene que girar el mundo de las ilusiones, aunque éstas sean falsas? ¿Las relaciones humanas sólo están gobernadas por las apariencias?

«No amamos a alguien si nunca hemos amado», nos dice uno de los personajes de esta magnífica obra de teatro donde la palabra es la verdadera protagonista. Palabra como hilo conductor por el que todo fluye: el amor, la ira, el alcohol... Palabra como varita mágica que lo alumbra todo y nos anuncia lo que está por llegar y padecer. Palabra como liturgia sagrada que el ser humano nunca debería perder, y también, como sinergia con la que dotar a la vida de sentimientos. La palabra, en definitiva, como ese delicado equilibrio en el que nos movemos como trapecistas sin red que nos acoja en la caída.

La historia de una tragedia. Dicen que padres e hijos nunca podrán separarse, aunque estén distanciados. Aunque haya miradas mudas y palabras altisonantes, fuera de tono, de las que luego hay arrepentimiento.

Ser homosexual es realizar una travesía con dificultades, en una huida hacia el desierto de la soledad, en muchas ocasiones. Incluso en nuestros días. ¡Qué sería en épocas pretéritas no tan lejanas!