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"Para morir iguales", de Rafael Reig

Por José Manuel Gómez Luque
lunes 21 de mayo de 2018, 01:00h
Para morir iguales
Para morir iguales

Una novela sin concesiones. Difícil de olvidar la visión del mundo que nos ofrece.

En los primeros años 70 Pedrito Ochoa pasa su infancia en un hospicio de Madrid —en la actualidad convertido en un teatro de vanguardia—, ajeno al mundo exterior y con la guía de las monjas de la Safa. Al protagonista la fortuna le sonríe cuando se va a vivir con sus abuelos y empieza el bachillerato en un colegio para familias acomodadas. Pedrito decide hacerse rico y lo consigue. Sus amigos de la infancia y su amores lo acompañarán mientras crece y todo el país está impregnado por la euforia de la Transición. "Para morir iguales" cuenta en primera persona la vida de un miembro del llamado “baby boom” desde su infancia hasta el momento actual.

¿Por qué decide Pedro Ochoa contarnos su vida? Escribo con urgencia, pero ya no necesito ser comprendido, y mucho menos perdonado. Unas páginas antes nos ha revelado que había empezado a escribir el texto en 2014, tras una visita al teatro que había sido su colegio. Y más adelante, al contemplar un Study for Self-Portrait, de Francis Bacon, añade: No negaré que la pintura me dejó pensativo y ahora, cuando la recuerdo, tengo la sensación de que, al escribir sobre mí mismo, estoy haciendo algo parecido a lo que hizo el pintor: buscar un escondite donde nadie pueda encontrarme. Al estilo de El Lazarillo de Tormes, nos encontramos con una confesión de vida en la que todo se justifica desde el final. Y, ¿es posible que el narrador también se encuentre en la cumbre de toda buena fortuna? Más que posible, pero para hablar sobre eso hay que tener leída la novela.

Era difícil adivinar hacia dónde se iba a mover la literatura de Rafael Reig después de Señales de humo, la extraordinaria precuela del Manual de literatura para caníbales. ¿Regresaría a la Transición? ¿Volvería a “vivir” la literatura? ¿O acaso retomaría la base del noir, que tanto le gusta? Pues parece que, más ecléctico y transgresor según pasan los años, ha tomado el marco de la Transición (vinculado al crecimiento del protagonista, a su transición y maduración personal), lo ha entreverado con la literatura popular de José Alfredo Jiménez y ha aportado un mínimo caso policial que justifica y da coherencia a la narración. El resultado es una excelente novela que difícilmente se puede dejar de leer. La anécdota, a pesar de estar muy bien resuelta, queda en un segundo plano tras las voces superpuestas de autor y personaje, verdaderos ejes de la obra y punto de enganche de la lectura.

La Transición, tan presente en una buena parte de la obra de Reig, no está tanto vinculada al cambio político, sino al emocional y al crecimiento de Pedrito. El discurso sobre la Transición se hace desde una perspectiva personal en un personaje que hace un viaje inverso: su ascenso económico va vinculado a su descenso moral, en recuerdo de un proceso político que fue una oportunidad perdida de redención.

La literatura vivida, una vez más, la presenta Rafael Reig como una lucha de clases en la que los de abajo, los desharrapados, amedrentan a los pijos porque no tienen miedo a nada, porque nada tienen que perder. Los versos de José Alfredo Jiménez que abren cada capítulo (Olvídate de todo menos de mí, Y si me haces feliz, no te lo digo, Solamente la mano de Dios podrá castigarnos;/ las demás opiniones, mi cielo, me salen sobrando o Rompiendo mi destino/ para morir iguales) aportan el tono nostálgico y desgarrado de las rancheras. Y también el posicionamiento de Rafael Reig a favor de la literatura popular, lejos de los estereotipos deliberadamente cultos. Está claro para el autor que José Alfredo se aproxima más al corazón humano que Petrarca.

El llamado género negro, con relatos policíacos trufados de denuncia social, están presentes en la novelística de Rafael Reig desde el inicio de su carrera; baste recordar al melancólico detective Carlos Clot navegando por los canales de Madrid en Sangre a borbotones. En Para morir iguales, la investigación da la impresión de ser una trama de segundo nivel y, sin embargo, es uno de los motores del relato, que no tendría sentido sin ella. Parece una excusa. Y no lo es.

De entre los herederos de Galdós, hay dos destacados, nítidos. Almudena Grandes toma del autor canario el interés por explicar el presente a través de la historia próxima, la fuerza de los relatos, la galería de personajes. Rafael Reig toma el aroma: su escritura es militante, melancólica, tremendamente pesimista. Es difícil pensar en una obra de Reig sin su Fortunata y su Maxi. Y, como no podía ser de otra forma, en Para morir iguales podemos encontrar los correlatos de los personajes principales de la mejor obra de Galdós.

Una novela repleta de humor, ternura y sarcasmo. Es difícil no reír con las apariciones de la virgen. Ni acompañar a Pedrito en su historia personal, que es la de cualquiera de nosotros, no demasiado honestos, no demasiado buenos, y que recordamos la infancia como el territorio de la verdad.

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