La humanidad desaparecerá el día en que un hombre no sea capaz de tender la mano a otro ser humano que pide ayuda, y ese día se aproxima peligrosamente como lo vimos en la 80.ª Asamblea General de las Naciones Unidas ayer 22 de septiembre y hoy 23 de septiembre en Nueva York.
Ayer, una mayoría de naciones pidió el alto el fuego en Gaza, y se pronunciaron por la solución de dos Estados, por la liberación de los rehenes, por sacar a Hamás de toda decisión en el Estado palestino, por desarmarlo. Por dos Estados viviendo en paz, y en esa paz se juega nuestro futuro.
Nada justifica la muerte de un niño, el asesinato masivo de una población. El Holocausto debe desaparecer, no de la memoria del mundo, del presente y del futuro.
El alimento no debe ser utilizado como arma, es más dañino que un arma de destrucción masiva. No solamente siembra muerte, siembra odio.
Multipliquemos los panes y los peces, alimentemos a la humanidad y no usemos el pan para hacer que el hambriento salga de su refugio, no se cubra, para así asesinarlo.
No es maná el que cae del cielo, es la muerte. ¡Genocidas!
El agua limpia debe humedecer los labios del sediento y no serle negada a los desposeídos; en Gaza, hoy, un niño bebe agua contaminada, mezcla de pólvora y sangre.
El agua, nuestra agua, el agua cristalina, se transforma hoy en arma de muerte.
Combatamos la ignorancia, devolvamos el futuro a nuestros hijos: educar es enseñar a ver el futuro sin miedo, a no temer al diferente, a aprender a sembrar versos, a que la palabra exprese el grito de la mujer golpeada, del niño con hambre, del ser sin un techo, de los condenados de la tierra.
En Gaza están alimentando a los niños, no su cuerpo como la decencia exige; están alimentando las mentes con el odio.
Caminante no hay camino...
Los caminos de la tierra se llenan de los pies descalzos de los olvidados de la historia marchando los caminos del hambre en busca de la felicidad. No cerremos las puertas al futuro. Ayer, en algún momento, también marchamos, no lo olvidemos.
Calcemos las ojotas de la esperanza y nuevamente emprendamos la marcha, esta vez en busca de la justicia.
Las palabras no están vacías, tienen significado, incluso cuando quieren despojarlas de sentido, hablan, denuncian, cantan, hacen emerger un grito de dolor, la risa de un niño; alumbran bajo el humo de las bombas. Las palabras no nos llegan vacías, si sabemos leerlas.
Hoy escuché al presidente de los Estados Unidos para continuar escribiendo. Me faltaron las palabras y tuve que consultar el diccionario de la RAE: “vergüenza ajena: la que uno siente por lo que hacen o dicen otros”.
Eso es lo que siento mientras escribo.
Trump hablaba de su visión del mundo, un mundo creado a su imagen y semejanza, un mundo al servicio de los multimillonarios, del capital, de la ganancia, de la avaricia, del mundo inhumano de un rey Midas. Y dictando cátedra, invitaba (¿imponía?) al mundo a someterse a su dictado.
No era Naciones Unidas, era el mundo que YO quiero; quien acepta mis reglas, entra al paraíso, de lo contrario...
Frente al mundo, y para que no quedara duda alguna de sus intenciones, Midas abrazó la posición del genocida frente a una inmensa mayoría de los países que piden el reconocimiento de Palestina como Estado y buscan la solución de dos Estados para detener los asesinatos en Gaza. Incluso hoy, cuando 4 de los 5 integrantes permanentes del consejo de seguridad de NU que tienen derecho a veto se pronuncian por la solución de dos Estados, Midas abrazó al genocida, con lo cual la resolución no pasa.
La ley cambió de manos, Trump quiere una nueva Naciones Unidas, una que sirva a sus intereses y siga su modelo.
Durante ese discurso de una hora, una niña nacía en Israel, una niña condenada a vivir con miedo por un crimen que no cometiera.
¿Hannah?
Otra niña nacía en Gaza, condenada a vivir sin futuro por un crimen que no cometió.
¿Fátima?
¿Jugarán juntas algún día? ¿jugarán tomadas de la mano en Tierra Santa? ¿jugarán con sus hijas o mis nietas formando una ronda universal?
Hoy se define en Naciones Unidas el mundo que queremos. Por favor, no ensuciemos la conciencia de la humanidad.
Y en una nota muy personal, gracias a Naciones Unidas por permitirme escribir este artículo al arrancarme de una cárcel de Chile hace 52 años.
Marchemos, no guardemos silencio.
Hasta el silencio tiene significado.
*Gustavo Gac-Artigas. Poeta, novelista, dramaturgo y hombre de teatro chileno. Miembro de la Sociedad de Escritores Chilenos de Chile, del PEN Chile y del PEN América. Es miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) y académico de la Academia Tomitana y de la Academia Universalis Poetarum.