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Gabriela Mistral y su lucha por la igualdad: Reflexiones sobre el papel de la mujer en la sociedad

Gabriela Mistral (1889-1957) es el pseudónimo de la chilena Lucila Godoy Alcayaga. Premio Nobel de Literatura en 1945, llevó a cabo una intensa labor poética, diplomática y docente.
Desolación
Desolación

La mujer fuerte

Me acuerdo de tu rostro que se fijó en mis días,
mujer de saya azul y de tostada frente,
que en mi niñez y sobre mi tierra de ambrosía
vi abrir el surco negro en un abril ardiente.

Alzaba en la taberna, honda la copa impura
el que te apegó un hijo al pecho de azucena,
y bajo ese recuerdo, que te era quemadura,
caía la simiente de tu mano, serena.

Segar te vi en enero los trigos de tu hijo,
y sin comprender tuve en ti los ojos fijos,
agrandados al par de maravilla y llanto.

Y el lodo de tus pies todavía besara,
porque entre cien mundanas no he encontrado tu cara
¡y aun te sigo en los surcos la sombra con mi canto!

Gabriela Mistral: Desolación. Nueva York, Instituto de las Españas (Universidad de Columbia), 1922.

Los cuatro libros de poesía que Gabriela Mistral publicó en vida llevan por título Desolación (Nueva York, 1922, un libro que incluye poemas en prosa, muy elogiado por la crítica), Ternura (Madrid, 1924; la sección “Canciones de niños” terminó difundiéndose en los ámbitos escolares), Tala (Buenos Aires, 1938, una de las obras más relevantes no solo de la poesía chilena, sino hispanoamericana) y Lagar (Santiago, 1954, una obra que marca el momento de mayor madurez poética de Mistral). Poema de Chile (Barcelona, 1967) se publicó a título póstumo.

La ausencia de retórica y el gusto por la expresión popular son las características mas relevantes de su estilo. En el ámbito personal destaca el afán por promover la justicia social para los más humildes, sus esfuerzos por construir una sociedad más justa, y en la que las mujeres no fueran objeto de desigualdades jurídicas o sociales; y, asimismo, sus inquietudes pedagógicas. El célebre poema “La oración de la maestra” sigue hoy plenamente vigente.

https://www.poesi.as/gm220150.htm

El poemario Desolación reúne poemas y prosas escritos por Gabriela Mistral en sus años de maestra en Los Andes (1912-1917) y, posteriormente, en Magallanes (1918-1920). La primera edición del libro tiene siete secciones, cinco en verso (Vida, La Escuela, Infantiles, Dolor, Naturaleza) y dos en prosa (Poemas en prosa y Cuentos). La aparición de la obra en Chile corrió a cargo de las Editorial Nascimento (1923 y 1926). El libro fue recibido por la crítica con encontradas opiniones: algunos críticos le achacaron oscuridad en la expresión, que dificultaba la comprensión del sentido de los poemas; otros, en cambio, subrayaron la belleza literaria de los poemas, en especial la de aquellos en los que el sentimiento personal del dolor en relación con sus circunstancias vitales adquiere una profunda dimensión moral, como ocurrirá en su obras posteriores.

Y de entre los sonetos incluidos en la obra hemos elegido para su comentario el que lleva por titulo “La mujer fuerte”, que viene a ser el emotivo reconocimiento, por parte de la autora, del papel que representan las mujeres en la sociedad y en su entorno personal en su doble vertiente de trabajadoras y madres; y todo ello a partir del impacto emocional, impreso ya para siempre en su memoria, que le produce haber podido contemplar, siendo niña, la fortaleza de una mujer campesina dedicada a las duras faenas agrícolas, sin desatender el cuidado de su hijo.

Empecemos por reflexionar sobre la estructura métrica del soneto, que ofrece muchas novedades en relación con el esquema tradicional. En primer lugar, la autora ha empleado versos alejandrinos (los sonetos de la época modernista no se apoyan necesariamente en el verso endecasílabo; tenemos, por ejemplo, el soneto “Verano”, de Manuel Machado, escrito en versos trisílabos). En segundo lugar, los ocho primeros versos no forman cuartetos, sino serventesios (rimas cruzadas), y estos no mantienen la misma rima consonante: ‘ABAB / CDCD’. Y, en tercer lugar, las rimas consonantes de los tercetos son poco habituales: ‘EEF / GGF’ (si bien hay libertad para disponer las rimas como se desee, siempre que se mantenga la consonancia). Y ya que de rima hablamos, no hay coincidencia de todas las letras a partir de la última vocal acentuada en los versos 9 (“hijo”) y 10 (“fijos”): como tampoco la hay en el primer serventesio entre los versos 1 (“días”) y 3 (“ambrosía”). En cambio, los alejandrinos fluyen con ritmo pausado y sereno, favorecido por la esticomitia que implica una coincidencia entre las unidades sintáctica y métrica, esta última marcada por la pausa versal que incluso los signos ortográficos de puntuación se encargan de recalcar. La puntuación, además, establece pausas internas que coinciden con la cesura, como sucede en los alejandrinos 5 (“Alzaba en la taberna, honda la copa impura”) y 7 (“y bajo ese recuerdo, que te era quemadura”). Tal vez haya cierta ambigüedad en la pausa interna, marcada por una coma, en el segundo hemistiquio del alejandrino 8: “caía la simiente de tu mano, serena”: aparentemente, el adjetivo estaría calificando a “simiente”, y no a “mano”, porque, en caso contrario, habría sobrado la coma; lo cual no parece lógico (“semilla serena”), por lo que concluimos atribuyendo el adjetivo, como predicativo, a esa “mujer fuerte” (y “serena”), que “sembraba con serenidad”). Y, volviendo a la rima, quizá el empleo del subjuntivo eventual “besara”, en el verso 13, y no del futuro hipotético (“besaría”) pueda venir motivado por la rima consonante en “-ara” con el verso 12 (“cara”). Este tipo de disquisiciones gramaticales, sin embargo, no deben desviarnos de fijarnos en el aliento poético que recorre el poema.

Abandonada la métrica, creemos conveniente precisar el valor significativo de algunas palabras en su contexto. Ambrosía (verso 3), algo que deleita el espíritu (“mi tierra de ambrosía” = “deleitosa”). Impura (verso 5), amoral e indecente (“copa impura”). Apegó. Juntó una cosa con otra encadenándola a ella (“te apegó un hijo al pecho”). Quemadura (verso 7), “quemazón”, padecimiento por la fuerza de una pasión que reconcome moralmente. Al par (verso 11), juntamente. Maravilla (verso 11), admiración (“al par de maravilla y llanto”). [Mujeres] mundanas (verso 13), [mujeres] de cualquier parte del mundo (“entre cien mundanas”). Aun (verso 14), incluso (al no llevar tilde); aunque también podría significar todavía (“¡y aun te sigo…”).

El poema adopta la forma de “apóstrofe lírico”: el “yo poético” dialoga con un tú físicamente ausente, pero presente en su recuerdo (verso 3: “que en mi niñez, y en mi tierra de ambrosía”); y aun cuando los verbos están en pasado, la evocación de esa “mujer fuerte” a la que se dirige adquiere caracteres más vivos y, además, esa imagen, evocada así con mayor fuerza expresiva -algo parecido a lo que Unamuno llamaba el “monodiálogo-, “atrae” al lector que “participa” en el poema de una manera mucho más directa. De ahí que sean frecuentes las formas gramaticales que delatan a la segunda persona.

Procedamos al análisis por estrofas. En el primer serventesio, la autora recurre a imágenes sensoriales para presentar la reciedumbre de una mujer apegada al trabajo agrícola. En primer lugar, destaca su “rostro”, por medio de un quiasmo que ocupa el verso 2: (nombre-adjetivo/adjetivo-nombre: “saya azul y tostada frente”); una frente bronceada en exceso por el sol bajo el que realiza su trabajo, tal y como recoge el verso 4, ahora con una bimembración (nombre-adjetivo/nombre-adjetivo: “surco negro, abril ardiente”). La dureza del trabajo y el tiempo en que se realiza se han trasladado al “surco”, calificado de “negro”, y al mes de “abril”, calificado de “ardiente” por el efecto del sol. Y la autora ya se sintió impactada, cuando niña, por esa “contemplación admirativa” en su propia tierra (versos 3-4: “que en mi niñez y sobre mi tierra de ambrosía / vi…”).

En el segundo serventesio aparece el padre de su hijo, que ha cambiado el trabajo por la taberna: mientras ella realiza la sementera con el hijo a cuestas, él se desentiende de sus responsabilidades paternas y laborales, sumido en la bebida: esa “honda copa impura” del verso 5 (con los adjetivos flanqueando al nombre) son la perfecta metáfora de un personaje nefasto, que contrasta con el “pecho de azucena” de la madre (verso 6, en delicada expresión metafórica), y que afronta con serenidad, y pese a sus circunstancias, las labores de siembra (verso 8).

Y si la siembra de los trigales fue en abril, en enero es la siega (estamos en el hemisferio austral). Y en este primer terceto, la evocación que sigue haciendo la autora es una mezcla admiración y llanto, de fascinación y dolor, sentimientos que le han despertado la abnegación y laboriosidad de esa mujer, ejemplo de fortaleza física y moral. El verso 10 (“y sin comprender tuve en ti los ojos fijos”) retrotrae momentáneamente el poema a la niñez de la autora y deja la puerta abierta a la nostalgia.

Y en el segundo terceto, la vía metafórica vuelve a ser el camino para obtener la máxima expresividad: la autora estaría dispuesta besar los pies de esa mujer, hundidos en el légamo propio de las tierras de labor (verso 12); y reconoce que la expresividad de su cara, en la que se concentran todas sus virtudes humanas, no tiene parangón (verso 13); y finaliza convirtiéndola en la musa de su canto poético (verso 14: “¡y aun te sigo en los surcos de la sombra con mi canto”). De esta manera, el terceto que cierra el soneto se convierte en un verdadero epifonema.

Y una observación final para patentizar la destreza técnica de Gabriela Mistral: el segundo serventesio está montado sobre varios hipérbatos que, obviamente vienen pedidos por el número de sílabas de los versos y por la combinación de rimas; unos hipérbatos que en modo alguno dificultan la comprensión del contenido ni le restan belleza poética.

Tras la lectura de este poema, quizá el lector ya no olvide a aquella mujer que le ha presentado Gabriela Mistral, y cuya imagen perdurará a través del tiempo (“Me acuerdo de…”).

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