León Felipe: Un poeta errante en búsqueda de la autenticidadDel poeta León Felipe y de lo supone su poesía inicial recogida en Versos y oraciones de caminante, en sus dos partes (1920 y 1929) ya nos ocupamos en esta misma publicación digital el pasado 22 de septiembre:
Autorretrato (¡Qué lástima!)
¡Qué lástima que yo no pueda cantar a la usanza de este tiempo lo mismo que los poetas de hoy cantan! ¡Qué lástima que yo no pueda entonar con una voz engolada 5 esas brillantes romanzas a las glorias de la patria! ¡Qué lástima que yo no tenga una patria! Sé que la historia es la misma, la misma siempre, que pasa 10 desde una tierra a otra tierra, desde una raza a otra raza, como pasan esas tormentas de estío desde esta a aquella comarca.
¡Qué lástima 15 que yo no tenga comarca, patria chica, tierra provinciana! Debí nacer en la entraña de la estepa castellana y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada: 20 pasé los días azules de mi infancia en Salamanca, y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña. después… ya no he vuelto a echar el ancla, y ninguna de estas tierras me levanta ni me exalta 25 para poder cantar siempre en la misma tonada al mismo río que pasa rodando las mismas aguas, al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa.
¡Qué lástima 30 que yo no tenga una casa! Una casa solariega y blasonada, una casa en que guardara, a más de otras cosas raras, 35 un sillón viejo de cuero, una mesa apolillada y el retrato de un mi abuelo que ganara una batalla. ¡Qué lástima que yo no tenga un abuelo que ganara 40 una batalla, retratado con una mano cruzada en el pecho, y la otra mano en el puño de la espada! Y, ¡qué lástima que yo no tenga siquiera una espada! 45 Porque…, ¿qué voy a cantar si no tengo ni una patria, ni una tierra provinciana, ni una casa solariega y blasonada, ni el retrato de un mi abuelo que ganara 50 una batalla, ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada? ¡Qué voy a cantar si soy un paria que apenas tiene una capa!
Sin embargo… 55 en esta tierra de España. y en un pueblo de la Alcarria hay una casa en la que estoy de posada y donde tengo, prestadas, 60 una mesa de pino y una silla de paja. Un libro tengo también. Y todo mi ajuar se halla en una sala muy amplia y muy blanca 65 que está en la parte más baja y más fresca de la casa. Tiene una luz muy clara esta sala tan amplia 70 y tan blanca… Una luz muy clara que entra por una ventana que da a una calle muy ancha. Y a la luz de esta ventana 75 vengo todas las mañanas. Aquí me siento sobre mi silla de paja y venzo las horas largas leyendo en mi libro y viendo cómo pasa la gente al través de la ventana. 80 Cosas de poca importancia parecen un libro y el cristal de una ventana en un pueblo de la Alcarria, y, sin embargo, le basta para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma. 85 Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa cuando pasan ese pastor que va detrás de las cabras con una enorme cayada, esa mujer agobiada 90 con una carga de leña en la espalda, esos mendigos que vienen arrastrando sus miserias, de Pastrana y esa niña que va a la escuela de tan mala gana.
¡Oh, esa niña! Hace un alto en mi ventana 95 siempre y se queda a los cristales pegada como si fuera una estampa. ¡Qué gracia tiene su cara en el cristal aplastada 100 con la barbilla sumida y la naricilla chata! Yo me rio mucho mirándola y la digo que es una niña muy guapa… Ella entonces me llama ¡tonto!, y se marcha. 105 ¡Pobre niña! Ya no pasa por esta calle tan ancha caminando hacia la escuela de muy mala gana, ni se para en mi ventana, 110 ni se queda a los cristales pegada como si fuera una estampa. Que un día se puso mala, muy mala y otro día doblaron por ella a muerto las campanas. 115 Y en una tarde muy clara, por esta calle tan ancha, al través de la ventana, vi cómo se la lllevaban en una caja 120 muy blanca... En una caja muy blanco que tenía un cristalino en la tapa. Por aquel cristal se la veía la cara 125 Lo mismo que cuando estaba pegadita al cristal de mi ventana... Al cristal de esta ventana que ahora me recuerda slempre el cristalito de aquella caja tan blanca. 130 Todo el ritmo de la vida pasa por este cristal de mi ventana… ¡Y la muerte también pasa!
¡Qué lástima que no pudiendo cantar otras hazañas, 135 porque no tengo una patria, ni una tierra provinciana, ni una casa solariega y blasonada, ni el retrato de un mi abuelo que ganara 140 una batalla, ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada, y soy un paria que apenas tiene una capa… venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia! 145
León Felipe: Versos y oraciones del caminante [I] (1920)y [II] (1929), [y Drop a Star (1933)]. Madrid,Editorial Alhambra, 1979. José Paulino Ayuso, editor literario.Añadamos ahora las palabras del propio León Felipe, cuando en 1944 -y con motivo de la muerte de Enrique Díez Canedo, que es quien le introdujo en los ambientes literarios, aclara su posición poética en el contexto de la poesía española de la época-, cuando comenzaba a publicar, manifestando su equidistante apartamiento de modernistas y vanguardistas: “Yo llegué al templo nacional de la de Poesía española cuando se apedreaba en las calles a los últimos sacerdotes simbolistas. Llegué tarde, cansado y por unos extraños atajos pedregosos. No sé si será útil contar esto algún día. Útil para el archivo de los poetas descarriados y malditos. No entré por la puerta tradicional. En realidad, por entonces, 1918-1920, comenzaban a derrumbarse todas las puertas y a abrirse grandes boquetes en las viejas paredes sagradas, por donde se colocaban los jóvenes poetas revolucionarios. Tampoco entré por estos boquetes. Llegué en un mal momento. Cuando la pelea era más encarnizada. Y creo que las piedras de ambos bandos me alcanzaron a mí en la frente. Yo no venía a defender a nadie ni pertenecía a ninguna cofradía. Por entonces no tenía ningún creado. Ni político ni religioso. Pero hablaba con un dolorido acento castellano de derrota que luego he visto que era más universal que castellano. Quiero decir que la derrota era menos nacional, menos doméstica y menos individual de lo que yo sentía”. (Referencia en la Revista de la poesía y el pensamiento Litoral, núms. 67-69, 1977. Homenaje a León Felipe). Este “Autorretrato” que seguidamente vamos a comentar, con sus 145 versículos, sirve para dar una idea de la talla poética de León Felipe, al margen de partidismos ideológicos. Apoyo léxico y referencias contextuales. ¡Qué lástima! Expresión quejumbrosa que excita la compasión o causa disgusto. A la usanza. Según el modo o costumbre que está en boga durante algún tiempo o en un determinado país. Voz engolada. Voz que tiene resonancia en el fondo de la boca o en la garganta. Romanza. Fragmento musical de carácter sentimental escrito para una sola voz -o un instrumento- que se distingue por su estilo melódico y expresivo. Estepa. Tierra muy extensa sin cultivo y de poca vegetación. Tonada. Composición métrica para ser cantada. Casa solariega. La. casa más antigua y noble de una familia. Blasonada. Ilustre por el escudo de armas del linaje familiar. A más de. Locución adverbial que denota aumento o adición. Mesa apolillada. Mesa carcomida -con la madera roída- y, por tanto, deteriorada. Paria. Persona considerada inferior, que queda excluida de los beneficios y derechos de que gozan los demás y, por tanto, está discriminada. Estar de posada. Estar alojado en una hostería o casa de huéspedes. Ajuar. Conjunto de objetos propios de una persona. Vencer las horas. Matar el tiempo: ocuparlo en una actividad cuyo fin es evitar el aburrimiento. Cayada. Palo o bastón curvo por la parte superior, especialmente el de los pastores para prender y retener las reses. Pastrana. Localidad de la provincia de Guadalajara, declarada conjunto histórico-artístico en 1966. De mala gana. Con resistencia y fastidio. Hacer un alto (en el camino). Efectuar un una parada. Barbilla sumida. Mandíbula inferior algo más hundida de lo normal. Que. Conjunción causal equivalente a porque. Doblar las las campanas. Tocar a muerto. Soñar de una forma determinada para indicar el fallecimiento de alguien. Al través de. Por intermedio de. Forzado. Obligado por las circunstancias. Este poema -como todos los de Versos y oraciones de caminante- fue leído en el Ateneo de Madrid por León Felipe cuando contaba 36 años, en 1920 (y escrito en 1917); y ya se recogen en él algunos de los rasgos esenciales de su poesía: un extraordinario manejo del verso libre -o versículo- que, pese a su heterometría, imprime al poema un ritmo sostenido, ya que no se ha prescindido de la rima (/á-a/ en todos los versículos pares, un total de 72); una organización sintáctica basada en paralelismos que, junto a las reiteraciones léxicas y semánticas, colaboran en el mantenimiento del citado ritmo poético y, además, cohesionan estructuralmente el poema (la repetición anafórica de esa expresión de lamento -“¡Que lástima”, en los versículos 1, 8, 15, 30, 39, 44 y 134- constituye un elemento básico para la progresión temática); un léxico de enorme sencillez, que imprime a la comunicación un carácter coloquial y en ocasiones íntimo (su léxico está sacado de las palabras cotidianas que todos empleamos, alejadas de la verbosidad elocutiva -repárese, por ejemplo, en los versículos 94 -“y esa niña que va a la escuela de tan mala gana.”- a 133 -“¡Y la muerte también pasa!”-); una desnudez formal que rehúye los virtuosismos retóricos y huecos; y, sobre todo, ese aliento poético transido de humanismo que convierte las pequeñas cosas cotidianas de la vida en materia literaria de sorprendente emotividad. [El poeta Luis Cernuda define esta tendencia de la poesía de León Felipe con toda precisión: “Es León Felipe un poeta severo, que desdeña el halago de la palabra y la magia del verso.” (Cf. Estudios sobre poesía española contemporánea. Barcelona, Ediciones Guadarrama, 1970; pág. 120; reeditado por la editorial sevillana Renacimiento, en 2019). La opinión de Cernuda es aplicable, en cierto modo, a su propia poesía. Cernuda es partidario de la claridad de la expresión, la justeza en el poema, evitando tanto “lo pedantesco” como “lo ingenioso” y “la bonitura y lo superfluo” -son sus palabras-, todo en beneficio de la “la línea del poema, [del] dibujo de la composición”; es decir, que su poesía está desprovista de adornos literarios].
El retrato que de sí mismo efectúa León Felipe ha prescindido de sus rasgos físicos -en todo caso afirma que no tiene una “voz engolada” (versículo 5) con la que poder entonar “esas brillantes romanzas / a las glorias de la patria.” (versículos 6-7)-, para concentrarse exclusivamente en aquellos rasgos psicológicos más definitorios de su personalidad; y, desde luego, el paso del tiempo ha demostrado que León Felipe ha sido capaz de poner en pie en este poema lo que podríamos llamar “el retrato de su alma”, conscientes de que pocas veces se logra una conexión tan profunda entre la “vida interior” del poeta y su creación literaria. Y por si hubiera alguna duda, León Felipe explicita este íntima comunión en los versículos 81-85: “Cosas de poca importancia / parecen un libro y el cristal de una ventana / en un pueblo de la Alcarria, / y, sin embargo, le basta / para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma.”. El propio León Felipe divide su poema en seis partes: versículos 1-14 (primera), versículos 15-29 (segunda), versículos 30-54 (tercera), versículos 55-94 (cuarta), versículos 95-103 (quinta) y versículos 134-145 (sexta). Las partes primera, segunda, tercera y sexta comienzan precisamente con el versículo “¡Qué lastima!”, en entonación exclamativa (versículos 1, 15, 30 y 134). La cuarta parte se inicia con el versículo “Sin embargo...”, que en sí mismo no es sino un conector discursivo de tipo adversativo o contraargumentativo (y con el mismo valor que no obstante, al contrario, ahora bien, en cambio), realzado por los puntos suspensivos; lo cual supone, en cierto modo, un cambio de perspectiva en relación con lo hasta aquí dicho por el poeta. Las partes cuarta y quinta “se ligan” con la palabra “niña” (“y esa niña que va a la escuela de tal mala gana. // ¡Oh, esa niña! Hace un alto en mi ventana”), que se convierte en el “centro de interés” de esta quinta parte. Y la sexta y última parte, a modo de resumen, vuelve a retomar el versículo “¡Qué lástima!”, y de esta forma se prepara el “cierre” de un poema presidido por la congruencia estructural y que deja para los últimos tres versículos el clímax de la carga temática: “y soy un paria / que apenas tiene una capa... [y que] venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia.” (versículos 143-145). En las partes primera, segunda y tercera, el poeta muestra su situación de desarraigo vital, al sentirse “separado” del medio donde se ha criado, sin que existan vínculos afectivos con él: se encuentra fuera de tiempo (“¡Qué lástima / que yo no pueda cantar a la usanza / de este tiempo lo mismo que los poetas que hoy cantan!”; versículos 1-3), alejado de los planteamientos estético-literarios de dicho tiempo y, por tanto al margen de los ámbitos modernistas (“¡Qué lástima / que yo no pueda entonar con una voz engolada / esas brillantes romanzas / a las glorias de la patria!”; versículos 4-7); y lo que tal vez sea más dramático, sintiéndose apátrida, como si hubiera perdido no ya solo sus vínculos jurídicos, históricos y afectivos con su tierra natal (“¡Qué lástima / que yo no tenga una patria!”; versículos 8-9), sino con su “patria chica”, en referencia al pueblo e incluso región en que ha nacido (“¡Qué lástima / que yo no tenga comarca, / patria chica, tierra provinciana!”; versículos 15-17). [Como señala Jaime Ferrán, “León Felipe descubre en sí mismo al extranjero, al extraño. [...] Se considera extraño a cuantos valores tenía -y proclamaba- el español del momento. Un extranjero en su propia patria, exiliado de una tierra que le ha rechazado y a la que rechaza con violencia.” (cf. “El camino de León Felipe: de la Alcarria al mundo”. I Congreso de Caminería Hispánica, celebrado en Madrid/Pastrana en julio de 1992. Actas: Volumen 2, 1993 (Caminería histórica y literaria), págs. 453-462. [email protected] (Libros de Guadalajara)]. El poeta se limita a decir: “Debí nacer en la entraña / de la estepa castellana / y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada;” (versículos 18-20): el pueblo de nacimiento del poeta se llama Tábara (en Zamora; y nació el 11 de abril de 1884). Y continúa aportando datos de su niñez: “Pasé los días azules de mi infancia en Salamanca.” (versículo 21). [Diego Núñez, Miguel Ángel: “Salamanca y salmantinos en la vida de León Felipe“. 4 de septiembre de 2018. Eldiadezamora.es http://eldiadezamora.es/art/14540/salamanca-y-salmantinos-en-la-vida-de-leon-felipe Hernández Alejandro, Paula: “Las huellas de León Felipe en Sequeros, donde vivió seis años”. 17 de septiembre de 2018. El Norte de Castilla (edición de Salamanca). https://www.elnortedecastilla.es/salamanca/huellas-leon-felipe-20180917084124-nt.html]. Y, en efecto, León Felipe llegó a la provincia salmantina cuando contaba tres años y, en concreto, a Sequeros, donde su padre había obtenido el nombramiento de notario. Y llama la atención el empleo del adjetivo “azules” para calificar los “días de su infancia”, quizá porque en él se mezclan la añoranza de la inocencia perdida y su apego a lo castellano, que -diga el poeta lo que diga- lleva en lo más íntimo de su ser [Otro poeta que asocia la “infancia” con los “días azules” es Antonio Machado, que pasó sus últimos días exiliado en Colliure, “ligero de equipaje, casí desnudo” -como había profetizado en su “Retrato”, de 1907-. Su hermano Juan “rescató” de un bolsillo de su gabán, en un papel hecho un gurruño, el último verso inacabado del poeta andaluz: “Estos días azules / este sol de la infancia”, donde asoma toda la nostalgia de una infancia ya tan lejana; precisamente “cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar.”]. Y seguidamente alude al lugar donde pasó su juventud: “Y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña.” (versículo 22): en Santander el poeta acabó el bachillerato. Y frente a los “días azules de la infancia”, la “juventud sombría”, adjetivo este último que ahora, además de aludir al clima cántabro, encierra la frustración del adolescente que, por imposición paterna, de ve obligado a cursar una carrera por la que no siente ninguna vocación, y que le aparta de sus anhelos artísticos (estudió en las universidades de Valladolid y de Madrid, y en esta última se licenció en Farmacia). Por aquel entonces, el poeta no queda aferrado a ningún lugar en concreto (“Después... ya no he vuelto a echar el ancla”; versículo 23); y nada motiva su ánimo para echar raíces (“y ninguna de estas tierras me levanta / ni me exalta” (versículos 24-25). Y los versículos que siguen, 26-29, (“para poder cantar siempre en la misma tonada / al mismo río que pasa / rodando las mismas aguas, / al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa.”) recuerdan vagamente el futuro “Romance del Duero”, que Gerardo Diego incluye en Soria. Galería de estampas y efusiones (Valladolid, Libros para amigos, 1923), obra que tendrá otras ediciones ampliadas, la última de 1947. [Para entender nuestra sugerencia habría que leer completo el “Romance del Duero”, en el que Diego subraya el “desarraigo” que existe entre la ciudad (Soria) y su río (el Duero) -prácticamente se dan la espalda-. Y hay cuatro versos que entresacamos del célebre romance: “Quién pudiera como tú, / a la vez quieto y en marcha, / cantar siempre el mismo verso / pero con distinta agua.” (versos 17-20)]. Y tras unos años de vida un tanto bohemia y errática, el poeta recala temporalmente en un pueblo de Guadalajara: Almonacid de Zorita. En efecto, allí llegó, procedente de Balmaseda -de 1916 a 1918 ejerció en esta ciudad vizcaína como boticario-, en 1919; allí permaneció un año llevando la botica del pueblo; y allí terminaron de surgir los poemas de Versos y oraciones de caminante; en una casa de huéspedes (“en una casa / en la que estoy de posada”; versículos 58-59), y sin pertrechos personales (“en donde tengo, prestadas, / una mesa de pino y una silla de paja. Un libro tengo también.”; versículos 60-62); de hecho, es “un paria / que apenas tiene una capa.” (versículos 53-54; 143-144). Especialmente emotiva es la descripción de la sala -que constituye todo su “ajuar” (versículos 62-63)-, por lo delicado de la adjetivación: es una sala “muy amplia / y muy blanca / que está en la parte más baja / y más fresca de la casa.” (versículos 64-67), bien iluminada por la luz exterior (“Tiene una luz muy clara / esta sala / tan amplia / y tan blanca....” (versículos 68-71), y con una ventana “que da a una calle muy ancha.” (versículo 75); y ahí acude el poeta “todas las mañanas” (versículo 76), y se sienta sobre su “silla de paja” (versículo 77), para matar el tiempo con la lectura de su libro (versículos 78-79) y también “viendo cómo pasa la gente / al través de la ventana.” (versículos 79-80), así como el monótono discurrir de la vida cotidiana, centrada en unos personajes habituales: el pastor de cabras (versículos 88-89), la mujer con la carga de leña (versículos 90-92), los mendigos que proceden de Pastrana (versículo 93), y la niña que va a regañadientes a la escuela (versículo 94); unos personajes que despiertan la simpatía en la mirada solidaria del poeta, reflejada en la adjetivación descriptiva, en la fuerza metafórica del léxico y en el magistral empleo del demostrativo que, con su valor deíctico, sitúa a esos personajes ante los ojos del lector: es “ese pastor”, que lleva “una enorme cayada”; “esa mujer” que camina “agobiada” por la carga de leña a sus espaldas; son “esos mendigos que vienen arrastrando sus miserias” -la metáfora para humanizar la pobreza es de una intensidad sobrecogedora-; y es “esa niña” que acude a la escuela “de tan mala gana”. Y la contemplación de estas escenas -que se producen de modo simultáneo al aumento del clímax poético- es suficiente para satisfacer las pulsiones anímicas del poeta: “Cosas de poca importancia [...] / y, sin embargo, le basta / para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma.” (versículos 81 y 84-85). [En ello insiste Jaime Ferrán: “Si León Felipe se había instituido en el otro por antonomasia, frente a los valores falsos que había visto a su alrededor, ahora un paisaje, un libro y, sobre todo, la niña que pasa, le devuelven al mundo, al aceptar en ella al otro, los otros de los que se había separado, a los que había rechazado. Y esa niña le señala -sobre todo, al abandonarle- el camino de la solidaridad, la nueva inserción en su patria recién encontrada.” (cf. “El camino de León Felipe: de la Alcarria al mundo”, op. cit.)]. Y, ciertamente, el clímax de la progresión temática va aumentando gradualmente hasta la irrupción de “esa niña” (versículo 95), pegada a los cristales de su ventana (versículo 96) como si de una estampa se tratara (versículo 97, que encierra un símil enormemente plástico)-, de cara graciosa (versículo 99), y “con la barbilla sumida y la naricilla chata” (versículo 101) precisamente porque “tiene la cara / en el cristal aplastada” (versículos 99-100); una niña “que va a la escuela de muy mala gana.” (versículo 94). El tono exclamativo de los versículos -una ecfonesis, desde la perspectiva de la Retórica- (“¡Oh, esa niña! [...] ¡Qué gracia / tiene su cara / en el cristal aplastada / con la barbilla sumida y la naricilla chata!”) no hace sino trasmitir al lector las fuertes emociones que siente el poeta al contemplar a esa niña llena de vida, con la que diariamente intercambia el mismo dialogo (él le dice “que es una niña muy guapa...” -versículo 103-, y ella, antes de marcharse, le llama “¡tonto!” -versículos 104-105-). Impresiona la escasez de materiales lingüísticos -y retóricos- con los que el poeta ha logrado acercar al lector la imagen tierna de una niña, cuyo féretro terminará pasando por delante esa ventana en la que ambos intercambiaron juegos infantiles: ecfonesis, símil, leve hipérbaton, construcción bimembre “nombre+adjetivo”, diminutivo con valor afectivo,puntos suspensivos con valor evocador, diálogo en estilo indirecto heterometría y rima asonantada /á-a/ en versículos pares... Y todo ello obtenido con una sencillez extremada. Y cuando el poema alcanza el versículo 106, se produce un brusco cambio anímico en el poeta, que se va a enfrentar con otra realidad mucho más dura, pues del aquel emotivo “¡Oh, esa niña!” (del versículo 95), pasa al no menos emotivo “¡Pobre niña”, movido por la conmiseración. Porque la niña ha caído enferma, y la próxima vez que el poeta la vea desde su ventana será en su féretro, mientras doblan por ella las campanas; y se topará con su rostro a través del cristalito que el féretro tiene en su tapa (versículos 106-124). Y parte del contraste -que produce cierta convulsión en el lector- se logra a través de la fórmula sintáctica “ya no... ni”, por medio de la cual se repiten versículos anteriores, pero ahora teñidos de negatividad, porque lo que antes ocurría -en vida de la niña- no puede volver a suceder (pónganse en parangón los versículos 94/108, 95/109-110, 96/111, 97/112). Pero el “choque emocional” es todavía mayor cuando el poeta compara el “cristalito en la tapa” del féretro (versículo 124), a través del cual “se la veía la cara” a la niña (versículo 125) con el cristal de su ventana, al que se encontraba “pegadita” cuando con él jugaba (versículos 127-128). Y el cortejo fúnebre pasa “por esta calle tan ancha” (versículos 107 y 117, reiteración parcial del versículo 74), “y en una tarde muy clara (versículo 116, en relación semántica con los versículos 72 y 75). Y el poeta insiste -por tres veces- en la blancura del féretro -en clara alusión, como sinécdoque o, si se prefiere, como símbolo bisémico, a la blancura de su alma, a su inocencia de niña (“en una caja / muy blanca ... / En una caja muy blanca” (versículos 120-123); “el cristalito de aquella caja / tan blanca” (versículos 129-130). [Como la sala “tan blanca...” por donde “Una luz muy clara / entra por una ventana / que da a una calle muy ancha.” (versículos 72-74), y donde el poeta se sentaba todas las mañanas para ver pasar ante sus ojos la vida provinciana (versículos 75-80)]. Los versículos 131-133 encierran esa irreprimible melancolía del poeta al contemplar impotente cómo “la muerte también pasa” -y no solo “todo el ritmo de la vida”- al través del cristal de su ventana. Y entramos, por fin, en la sexta parte del poema, cuyo análisis requiere un comentario previo al tipo de estructura formal que el poeta ha seguido hasta alcanzar el versículo 134 y que, aunque parece simple, realmente no lo es. León Felipe, una vez madurada una idea y expresada con palabras coloquiales, a base de repeticiones léxicas que se extienden a los versículos siguientes las ha ido encadenando como si se tratara de eslabones que se enlazan entre sí, empleando para ello la construcción sintáctica -reiterada bajo la forma retórica de anáfora- “¡Que lástima / que yo no tenga [...]!”. El resultado final obtenido es sorprendente, porque la estructura sintáctico-semántica recuerda el estilo de los salmos bíblicos, tan llenos de lamentaciones. [Algo de esto ya comentaba Leopoldo de Luis en referencia a la técnica constructiva del poema: “es ir lanzando una idea para retomarla en los versos siguientes con repeticiones frecuentes a modo de cantata o letanía. (cf. “Aproximación a la vida y obra de León Felipe”. [Cuatro conferencias]. Madrid, Instituto de España, 1984. Conferencia IV, pág. 69)]. Veamos con detalle este desarrollo poemático:
“¡Qué lástima / que yo no pueda entonar [...] / esas brillantes romanzas / a las glorias de la patria!”. [Aquí se ha introducido, excepcionalmente, la variante “que yo no pueda”]. “¡Que lástima / que yo no tenga una patria!”. (versículos 4-7 y 8-9).
“como pasan / esas tormentas del estío desde esta a aquella comarca.”. “¡Qué lástima que yo no tenga comarca, [...]!”. (versículos 13-14 y 15-16).
“al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa.”. “¡Qué lástima / que yo no tenga una casa!”. (29 y 30-31).
“[¡Qué lástima / que yo no tenga] / [...] el retrato de un mi abuelo que ganara / una batalla.”. “¡Qué lástima / que yo no tenga un abuelo que ganara / una batalla,”. (versículos [30-31], 37-38 y 39-41).
“y la otra en el puño de la espada.”. “Y, ¡qué lástima / que yo no tenga siquiera una espada!”. (versículos 43 y 44-45).
Y a partir del versículo 46, y tras la conjunción causal “Porque...” (seguida de la pausa que exigen los puntos suspensivos), se inicia una interrogación retórica que se prolonga hasta el versículo 52, y con la que, en realidad, el poeta está afirmando implícitamente que no tiene nada que cantar (“si no tengo ni...”); y es entonces cuando comienza una enumeración de todo aquello de lo que poeta carece, anteriormente señalado: “una patria” (versículos 9/44), “una tierra provinciana” (versículos 17/47), “una casa / solariega y blasonada” (versículos 31-32/48-49), “el retrato de un mi abuelo que ganara / una batalla” (versículos 40-41/50-51), “un sillón viejo de cuero” (versículos 36/52), “una mesa” (versículos 36/52), “una espada” (versículos 45/52). Y lo realmente importante es la novedad de los dos versículos con los que culmina la enumeración, ahora en forma afirmativa-exclamativa: ¡Qué voy a cantar si soy un paria / que apenas tiene una capa! Y aquí cambia de perspectiva el poema, ya en el versículo 55, anunciada por ese “Sin embargo...”, otra perspectiva que ya hemos analizado en sus múltiples reiteraciones léxico-semánticas, y que constituyen las partes cuarta y quinta del poema (versículos 55-133). Porque la sexta parte es la repetición de los versículos 46-54 -que, a su vez, concatenan otros anteriores, una vez que el poeta afirma que no tiene “otras” hazañas que cantar (versículo 135), porque “no tiene... ni...”; y a vueltas con la concatenación: versículos 136/46, 137/47, 138/48, 139/49, 140/50, 141/51, 142/52, 143/53, 144/54. Y así se prepara el grandioso último versículo: el poeta se siente forzado a cantar las pequeñas cosas cotidianas e intrascendentes (“venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia!”), versículo que en sí mismo encierra una fuerte carga de ironía... [En palabras de Domingo Fernández Díaz, “En su último lamento que cierra la estructura del poema, el poeta, en efecto, se nos muestra en completa afinidad con sus humildes personajes. Él también es, como ellos, un indigente carente de todo tipo de bienes, un descastado, “un paria que apenas tiene una capa”. De ahí que de modo sutil nos exponga su compromiso, “forzado” por las circunstancias, de asumir como tema de su canto la causa del hombre y su destino, o dicho con su fina ironía, “cosas de poca importancia.” (cf. “El poema autorretrato de León Felipe”. Boletín de la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes. [raex-es]. Tomo XIX, 2011, págs. 261-276)]. https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/3836081.pdf [León Felipe (Tábara, Zamora, 1884-1968, México). Hijo de un notario, vivió en distintas ciudades, hasta que la familia, en 2893, se instaló en Santander. Farmacéutico en Santander y varios pueblos, trabaja como actor profesional en compañías que recorrían España, y fue la revista "España" donde publica sus primeros poemas. En su voz personal, alejada de las tendencias poéticas del momento. Volvió a su vida itinerante y, tras una estancia en Guinea, marchó a México y luego a Estados Unidos, donde estudió en la Universidad de Columbia y, más tarde, da clases en distintas universidades. Publica allí el segundo libro de Versos y oraciones de caminante" (1930), y tradujo a Waldo Frank y W. Whitman, autor que, junto con la biblia, va a tener una influencia determinante sobre su poesía, tanto en la forma como en el aire profético y denostador. Al estallar la guerra civil se encuentra en Panamá, país al que dirige su poema "Good by Panamá" tras regresar a España. Aquí publica y lee en varios recitales su poema "La insignia" (1973), canto a la lucha y a la unidad de los grupos republicanos. Exiliado en México, residirá allí hasta su muerte. La guerra, la derrota, el exilio, mitificados desde una actitud de rebeldía y vindicación, pero también la condición humana, se hacen presentes en sus libros]. Puedes comprar sus libros en:
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