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"1492. Fin de la barbarie. Comienzo de la civilización en América", de Cristian Rodrigo Iturralde

Unión Editorial (2ª edición). AÑO-2019
viernes 31 de octubre de 2025, 23:22h
1492. Fin de la barbarie. Comienzo de la Civilización en América
1492. Fin de la barbarie. Comienzo de la Civilización en América
El presente libro defiende, como es correcto, riguroso e inteligente, el concepto de hispanidad, y, además, para tener más valor, si cabe, lo hace un historiador argentino, es decir de la América Hispana. Comenzaré con un texto de Ernesto Sábato/Dialéctica de las Culturas/La Nacion/23/11/1991:(…) Pero si la Leyenda Negra fuera la única verdad de ese acontecimiento, no se explicaría por qué los indígenas no escriben sus alegatos en el idioma de los mayas o de los aztecas. Y por qué dos de los más grandes poetas de la lengua castellana, Rubén Darío y César Vallejo, ambos mestizos, no solo no sintieron resentimiento contra España, sino que la cantaron en poemas memorables. Y tampoco se explicaría por qué la cultura de esta América hispánica, que fue influida por los grandes movimientos intelectuales y literarios de Europa, no solo ha producido una de las más grandes literaturas del mundo actual, sino que ha influido sobre historiadores europeos”.

Desde hace un tiempo se están definiendo a los aborígenes hispanoamericanos como los pueblos originarios del continente. Esta forma sesgada de definición, algunas veces empleada sin la más mínima mala fe o doble intención, da a entender que los europeos llegados, sobre todo, desde las tierras de las Españas, fueron unos auténticos usurpadores de unas tierras, las americanas, que ya poseían sus legítimos dueños, en román paladino denominados como los indios. Lo paradójico del hecho estriba en que los indígenas americanos provenían de Asia, y cruzaron al continente en el que habitaban cuando llegaron los españoles, desde Asia y a través del Estrecho de Bering, sobre todo desde Mongolia y Siberia. Se estima que estos aborígenes americanos, cruzaron ese brazo de mar, aprovechando que no existía tal y que la tierra era ad hoc; probablemente lo hicieron, hace unos 15.000 años a.C. siguiendo a los animales de los que se alimentaban o con cuyas pieles se cubrían. Según este planteamiento de restitución, tras estos seres humanos, luego deberían ser los españoles los que estarían autorizados por la Historia, para reclamar todos los territorios de Hispanoamérica que formaron parte de su Imperio, incluyendo a California, Utah, Nevada, Florida, Texas, Montana, Nuevo México, etc., y, por supuesto, todas las tierras que están situadas desde el Río Grande hasta el Estrecho de Magallanes o la Patagonia. Sigamos con un texto, al efecto, sobre este asunto tan complejo, del filósofo Alberto Buela, 12 de mayo de 2010/Breve sobre indios e indigenistas: “La crítica al indigenismo inmediatamente nos demoniza, porque el indigenismo es un mecanismo más de dominación del imperialismo y cómo tal funciona. Su verborrea criminaliza a quien se opone. Su lenguaje busca despertar sentimientos primarios a dos puntas: se presentan como víctimas y criminalizan a quienes se le oponen o ponen simplemente reparos. Lo grave del indigenismo es que en nombre de las falsas razones de origen que dan ellos, nos quitan, al menos a los criollos americanos, nuestro lugar de origen. Y nosotros los criollos bajo la firma de gauchos, huasos, cholos, montuvios, jíbaros, ladinos, borinqueños, charros o llaneros somos lo mejor, el producto más original que dio América al mundo”.

En el momento de la llegada de Cristóbal Colón, y los sucesivos conquistadores de las Españas, las guerras entre los indígenas eran constantes, existiendo hasta la antropofagia habitual. En contadas ocasiones los españoles se vieron obligados a utilizar las armas, sobre todo las de fuego, que daban una más que relativa superioridad, por la gran dificultad de recarga de las susodichas. Muchas veces los indios estuvieron a favor de los clérigos europeos, que predicaban sobre un Dios muy diferente a aquellos dioses sanguinarios y vengativos, que precisaban de sacrificios humanos rituales para satisfacer sus cultos sanguinarios. Las conversiones y los bautismos fueron masivos y de buena fe. Los historiadores anglosajones, por ejemplo, como Philip Powell: “La conquista española de América fue marcadamente un logro más de la diplomacia que de la guerra. Tuvo que ser así, puesto que las fuerzas de exploración e invasión fueron tan pequeñas que, de otro modo, no hubieran podido sobrevivir y conquistar. Comparados con la perspicaz diplomacia española, las más famosas armas de fuego, caballos y espadas de acero fueron, a menudo, de menos eficacia”, y Constantine Bayle: ‘… los conquistadores españoles podrían haber dado una lección a muchas de las cancillerías europeas’, explican, sin ambages, cuales fueron los modos y maneras utilizados por los españoles para la conquista y colonización de Las Indias Occidentales, que quiero calificar de notable-sobresaliente.

En el comienzo del reinado del emperador Carlos V, las exploraciones y conquistas americanas se suspendieron, porque fue preciso discutir, con toda amplitud, si lo que se estaba haciendo era lícito, desde el punto de vista del cristianismo-católico, y tras arduas y complicadas recogidas de ingentes cantidades de documentación, con la Escuela de Salamanca/Reino de León a la cabeza, se llegó a la conclusión de que España y la Iglesia católica podían, sin circunloquios doctrinales de ningún tipo, mejorar muy mucho la calidad de las vidas de los indígenas americanos, y evitar la vida de opresión e injusticia probadas en que existían, por culpa de sus caciques, al resto de la población indígena. Se debe mencionar, verbigracia, el caso del Virrey del Perú, Francisco Álvarez de Toledo, que ocuparía dicho cargo entre el 30 de noviembre de 1569 y el 1 de mayo de 1581, quien publicó, con los muy duros testimonios de los propios indígenas en contra de la explotación incaica, las denominadas Ordenanzas del Perú, que serían aplicadas hasta 1786. Los enemigos de la labor de España en América omiten, de forma interesada, que solo las clases privilegiadas tenían derecho a la propiedad sobre las tierras. Sergio de Sanctis/Nueva Hispanidad/2001, historiador muy poco proclive al Imperio de España en Las Indias Occidentales escribe: “Cuando los españoles llegaron, la mayor parte de las tierras estaban sin cultivar… por esto los españoles no despojaron a los indios de sus tierras, sino que se limitaron a acaparar superficies incultas que fueron repartidas en concesiones reales… Es necesario subrayar que, en términos absolutamente legales, la comunidad indígena fue protegida durante la colonización, aún más, durante los siglos XVI y XVII tomó fuerza poco a poco una significativa orientación jurídica tendente a sancionar la inalienabilidad de la propiedad indígena, y a favorecer la restitución de las tierras comunitarias que habían sido objeto de expoliaciones por parte de los encomenderos”.

Otro de los hechos a analizar es el que se refiere a la indubitable importancia de la labor realizada para la protección de los indígenas, por la evangelización y labor cultural imprescindible de la Iglesia Católica en Las Indias. En todos estos aspectos existe un clérigo del Reino de León, como es fray Bernardino de Sahagún, que estudió y transcribió la cultura y la lengua de los mexicas. Inclusive existían enfrentamientos bélicos muy violentos entre los diferentes pueblos, verbigracia del actual territorio de los Estados Unidos Mexicanos, y Centroamérica, tales como: mayas, zapotecas, olmecas, totanecas, toltecas, tlaxcaltecas, tarascos, otomíes, chichimecas, tarahumaras, cholulas, tecpanecas, texcocanos, y los orgullosos mexicas en el cenit. En el territorio del futuro Virreinato del Perú existía idem, eadem, idem, y lucharían a sangre y fuego otros tales como: incas, nazcas, chovis, tihuanacos, moches, araucanos, entre otros de mayor o menor enjundia. Los indígenas no estaban en posesión de códigos de misericordia hacia los vencidos, ya que los prisioneros eran esclavizados, torturados o sacrificados para los pavorosos rituales indígenas.

«1492 marca sin duda un antes y un después en la Historia; muy particularmente para los indígenas americanos. Pues no hablamos ya propia y exclusivamente de la significación histórica y científica -y hasta metafísica y teológica- que supuso el descubrimiento de un nuevo continente en el siglo XV -cuatro veces más grande que Europa- sino la liberación de la mayor porción de su población oprimida inhumanamente bajo la tiranía de distintos reyes y caciques. Era aquel, el mundo precolombino, escenario de ejecuciones masivas de seres humanos donde la vida no tenía más valor que el de la fuerza del trabajo -los aztecas asesinaron a millones de personas en algo más de un siglo mediante los denominados sacrificios humanos-, de canibalismo generalizado -del que ni los niños se salvaban-, de una sociedad racista, sexista y clasista donde el pueblo llano, explotado vilmente por estratos privilegiados y sanguinarios ídolos, no tenía derecho alguno, sino interminables obligaciones. Era aquel, en suma, un continente viciado hasta el hartazgo, donde convergían entre sí prácticas aberrantes a tal grado, que al conocerlas, podrían herir hondamente la sensibilidad del lector: mutilaciones genitales, deformaciones de cráneos de niños y recién nacidos, la pederastia como hábito cotidiano, entre otras tantas. El presente libro contiene relatos e imágenes que muestran de una forma descarnada la realidad con la que se encontraron quienes fueron llamados a la Conquista y Evangelización de estas tierras bárbaras. Arqueólogos, antropólogos, etnólogos y un sin número de expertos han hablado y confirmado todo cuanto escribieron los cronistas americanos y reafirmamos aquí nosotros».

Sí es verdad, que se debe ser lo más ecléctico posible sobre la América Prehispánica, pero fríamente considerado el hecho histórico a narrar, eran civilizaciones, de ninguna manera primitivas, por lo que sorprende su nivel de crueldad social tan elevado. Américo Vespuccio/Mundus Novus, naturalizado en los Reinos de Castilla y de León por medio de la necesaria firma autorizada de la Reina Juana I de Castilla y de León, escribió sobrecogido sobre las prácticas de los indios Caribes o Caribos: “Son gentes belicosas. Y entre ellos muy crueles (…) y a los enemigos los despedazan y se los comen, y esto es cierto porque encontramos en sus casas carne humana y puesta al humo”. En suma, un libro muy interesante, y con una importante cantidad de documentos, que nos sirven para una más que profunda reflexión historiográfica hispanoamericana. «Donec Bithynio libeat vigilare tyranno».

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