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Miguel de Unamuno
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Miguel de Unamuno

Miguel de Unamuno: un luchador intelectual entre la fe y el escepticismo

Miguel de Unamuno nace en Bilbao, en 1864. Obtuvo la cátedra de Griego de la Universidad de Salamanca, de la que fue nombrado Rector en 1901, y destituido más tarde por motivos políticos. Durante la Dictadura del General Primo de Rivera fue desterrado a la isla de Fuerteventura -1924-, de donde huyó para refugiarse en Francia. Vuelto a España en 1930, ocupó de nuevo el Rectorado de la Universidad de Salamanca. Murió el último día de 1936.

Rosario de sonetos líricos
Rosario de sonetos líricos

La oración del ateo

Oye mi ruego Tú, Dios que no existes,
y en tu nada recoge estas mis quejas,
Tú que a los pobres hombres nunca dejas
sin consuelo de engaño. No resistes

a nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.
Cuando Tú de mi mente más te alejas,
más recuerdo las plácidas consejas
con que mi ama endulzóme noches tristes.

¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande
que no eres sino Idea; es muy angosta
la realidad por mucho que se expande

para abarcarte. Sufro yo a tu costa,
Dios no existente, pues si Tú existieras
existiría yo también de veras. [12]

Miguel de Unamuno: Rosario de sonetos líricos, XXXIX. Madrid.
Fernando Fé, Imprenta Española, 1911, primera edición.

Obra completa en edición digital:

http://es.wikisource.org/wiki/Rosario_de_sonetos_líricos

Unamuno fue hombre de temperamento batallador, en continua lucha consigo mismo, debatiéndose entre ideas contradictorias, sin hallar paz; y en lucha también con los demás, en un afán por sacudir las conciencias de las muchedumbres tranquilas para que viviesen en angustiosa inquietud ante los problemas fundamentales.

La producción de Unamuno es extensa, y abarca todos los géneros -ensayo, periodismo, crítica, novela, teatro, poesía...-. Sin embargo, toda ella gira en torno a dos ejes temáticos: el sentido de la vida humana y su destino -esto es, el problema de su inmortalidad-, y la preocupación por España. Unamuno se debatió en una permanente contradicción entre el sentimiento, que necesita de la idea de Dios, y la razón, que conduce al escepticismo; y en esa permanente pugna entre el ansia vital de inmortalidad que la fe sostiene y el escepticismo racional radica la auténtica vida religiosa. Sus dos grandes libros sobre estos temas llevan por título Del sentimiento trágico de la vida (1913) y La agonía del Cristianismo (1925) -título en el que la palabra agonía está tomada en su sentido etimológico de lucha-. Otro tema de capital importancia en muchos de los ensayos de Unamuno es el de España. Hasta 1900, aproximadamente, se mostró partidario de una regeneración del país basada en la apertura a Europa -los ensayos agrupados bajo el título En torno al casticismo (1895) proclaman su inicial entusiasmo por la cultura europea-; pero después de una fuerte crisis espiritual, propugna la españolización de Europa, transmitiéndole nuestro sentido religioso de la vida- La Vida de don Quijote y Sancho (1905) es, precisamente, una personalísima interpretación de la obra cervantina, en la que don Quijote aparece como símbolo del espíritu español y permanente modelo de idealismo, frente al racionalismo europeo.

Entre sus novelas -que Unamuno llama nivolas, opuestas a la estética realista- destacan Niebla (1914), La tía Tula (1921) y San Manuel Bueno, mártir (1933). En cuanto a las obras dramáticas, de interés humano pero de recursos escénicos muy rudimentarios, destacan Fedra, Sombras de sueño y El otro. La cumbre de su obra lírica está representada por el extenso poema "El Cristo de Velázquez" (1920), aunque con anterioridad ya habóa publicado Rosario de sonetos líricos (1911).

El estilo de Unamuno se caracteriza por su viveza y expresividad. Sabe extraer de las palabras todas sus posibilidades semánticas, y su prosa, repleta de paradojas y antítesis -en la línea de su temperamento-, alcanza una extraordinaria intensidad afectiva. Comparado con los principales escritores noventayochistas, Unamuno es el de mayor expresividad ideológica. Enemigo del formalismo afectado, “lucha” con el lenguaje intentando doblegarlo para convertirlo en el instrumento idóneo que sirva de vehículo de expresión a su pensamiento -tan contradictorio, tan crítico, tan dramático-; lo que le lleva a un difícil conceptismo con el que en ocasiones rebasa los límites habituales de la expresión.

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En el soneto titulado “La oración del ateo”, Unamuno “retuerce” la forma clásica del poema para “contagiar” al ritmo quebrado de los versos el angustiado contenido que le acongoja. Vamos a tener ocasión de comprobar cómo las pausas internas, las pausas versales y los encabalgamientos -desajustes que se producen cuando las pausas versales no coinciden con las morfosintácticas-, así como las pausas estróficas -que incluso a veces se diluyen encadenándose versos de dos estrofas, sin respetar la pausa que las delimita en cuanto que sistemas estructurados de versos- aportan al ritmo un alto valor expresivo.

Construido sobre una descomunal paradoja, el poeta interpela en el soneto a Dios reprochándole su inexistencia (“Dios que no existes” -verso 1-, “Dios no existente” -verso 13-); ya que si no fuera una simple invención humana (“no eres sino Idea” -verso 10-), su existencia real garantizaría la de del propio poeta y culminaría sus ansias de inmortalidad (“pues si Tú existieras / existiría yo también de veras” -versos 13 y 14-). No hay separación entre los cuartetos, ya que la oración que se inicia tras la pausa interna del verso 4 continúa en el verso quinto: “No resistes / a nuestro anhelo” (oración a la que se suma, como coordinada copulativa, otra que cierra el verso, originándose, así, un perfecto quiasmo, al presentar en orden inverso los verbos de ambas oraciones, la primera negativa y la segunda afirmativa: “No resistes a nuestro ruego y nuestro anhelo vistes”). De igual manera, los dos tercetos quedan unidos por una oración compleja que se inicia en el verso 10 y se prolonga hasta el 12: “es muy angosta / la realidad por mucho que se expande / para abarcarte”. Por tanto, el paso de un cuarteto a otro y de un terceto a otro -que la preceptiva clásica respeta- no se marca por las correspondientes pausas estróficas, y ello contribuye a subrayar el sentimiento atormentado del poeta, el sufrimiento que le produce la negación de la existencia de Dios, cada vez más alejado de su mente, en la que ya no tienen cabida las “plácidas consejas” -o antiguas patrañas- relativas a su existencia que en otro tiempo le endulzaban sus “noches tristes”. Por otra parte, son varios los versos que contienen pausa interna, pedida por razones sintácticas y señalada con el correspondiente signo de puntuación: dos en el primer cuarteto (versos 1.º y 4.º), dos en el primer terceto (versos 9.º -con dos pausas internas- y 11.º) y una en cada uno de los versos del último terceto, donde se alcanza el clímax emocional del soneto (versos 12.º, 13.º y 14.º); y algunas de estas pausas tienen extraordinarios efectos rítmicos. Así, por ejemplo, la pausa del primer verso, colocada después del pronombre -sobre el que recae el acento rítmico en 6.ª sílaba- y antes de la aposición Dios -portadora de un acento antirrítmico en 7.ª sílaba: “Oye mi ruego , Dios que no existes” (endecasílabo enfático, con acentos en 1.ª, 4.ª, 6.ª, 7.ª y 10.ª sílabas); o las dos pausas del verso 9.º, que enmarcan el vocativo mi Dios, en una intensa oración exclamativa, parte de un verso de sorprendente ritmo acentual: “¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande” (otro endecasílabo enfático con acentos en las sílabas 1.ª -antirrítmico-, 2.ª -rítmico- , 3.ª -antirrítmico-, 6.ª (rítmico), 7.ª -antirrítmico-, 9.º -antirrítmico- y 10.ª -estrófico-).

Y no es, pues, casual la posición de los pronombres personales que señalan al “Dios no existente” -el Tú al que el poeta se dirige en actitud suplicante- y al propio poeta -el yo que sufre por su culpa-, situados en lugares “estratégicos” en los que el ritmo acentual los convierte -a Dios y al poeta- en los dos polos antagónicos que vertebran emocionalmente el soneto:

Dios no existente

Verso 1: “Oye mi ruego , Dios que no existes”.

Acento en 6.ª sílaba (rítmico), seguido de otro antirrítmico, en 7.ª (Dios). Endecasílabo enfático.

Verso 3: que a los pobres hombres nunca dejas”

Acento en 1.ª sílaba (extrarrítmico). Endecasílabo sáfico,

Verso 6: “Cuando de mi mente te alejas”.

Acento en 3.ª sílaba (extrarrítmico). Endecasílabo melódico.

Verso 13: “Dios no existente, pues si existieras”.

Acento en 8.ª sílaba (rítmico). Endecasílabo sáfico.

La súplica del poeta a Dios se manifiesta gramaticalmente en el empleo del posesivo de segunda persona del singular (“tu nada” -verso 2-, “tu costa” -verso 12-), en el pronombre átono de segunda persona del singular (“te alejas” -verso 6-, “abarcarte” -verso 12-), y en la segunda persona del singular, tanto del presente de indicativo (“no existes” -verso 1-, “nunca dejas” -verso 3-, “no resistes” -verso 4-, “alejas” -verso 6-, “eres” -versos 9 y 10-), como del presente de imperativo (“oye” -verso 1-, “recoge” -verso 2-), así como del condicional (“existieras” -verso 13).

Poeta en pleno sufrimiento

Verso 12: “para abarcarte. Sufro yo a tu costa”.

Acento en 8.ª sílaba. Endecasílabo sáfico.

Verso 14: “existia yo también de veras”.

Acento en 6.ª sílaba. Endecasílabo sáfico.

El determinante posesivo de primera persona, en singular (“mi ruego” -verso 1-, “mis quejas” -verso 2-, “mi mente” -verso 6-, “mi alma” -verso 8-, “mi Dios” -verso 9- ) o en plural sociativo (“nuestro ruego y nuestro anhelo” -verso 5); y los verbos en primera persona del singular del presente de indicativo (“recuerdo” -verso 7-, “sufro” -verso 12-) y del condicional (“existiría” -verso 14-) señalan inequívocamente al poeta.

En el polo opuesto de este soneto se encuentra el titulado “Razón y fe”, que lleva el número LIII de la colección, y que se cierra con dos impresionantes versos: “hay que ganar la vida que no fina, / con razón, sin razón o contra ella”. Creemos que su simple lectura en voz alta, con las dureza fónica de muchas palabras, marcando las aliteraciones y la contundencia de las rimas consonantes, da una idea de la posición vital de Unamuno ante el tema de Dios.

Razón y fe

Levanta de la fe el blanco estandarte
sobre el polvo que cubre la batalla
mientras la ciencia parlotea, y calla
y oye sabiduría y obra el arte.

Hay que vivir y fuerza es esforzarte
a pelear contra la vil canalla
que se anima al restalle de la tralla,
y ¡hay que morir! exclama. Pon tu parte

y la de Dios espera, que abomina
del que cede. Tu ensangrentada huella
por los mortales campos encamina

hacia el fulgor de tu eternal estrella;
hay que ganar la vida que no fina,
con razón, sin razón o contra ella.

Cf. Morales Milohnic, Andrés: “La lucha entre razón y fe en cinco poemas de Miguel de Unamuno. Dios: ¿Idea o sentimiento en la poesía Unamuniana?” Universidad de Chile. Facultad de Filosofía y Humanidades. Departamento de Literatura. Literatura Española Moderna y Contemporánea. 2088, 2.º semestre.

[http://www.slideshare.net/Nevermindz/la-lucha-entre-razn-y-fe-en-cinco-poemas-de-miguel-de-unamuno]

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Llegados a este punto, es buen momento para recordar lo que escribe Unamuno en el capítulo VII de la Segunda Parte de la Vida de Don Quijote y Sancho: “Hay, pues, que desasosegar a los prójimos los espíritus, hurgándoselos en el meollo, y cumplir la obra de misericordia de despertar al dormido cuando se acerca un peligro o cuando se presenta a la contemplación alguna hermosura. Hay que inquietar a los espiritus y enfusar en ellos fuerte anhelos, aun a sabiendas de que no han de alcanzar nunca lo anhelado.” (pág. 342 de la edición de Alberto Navarro: Madrid, Edotirtlal Cátedra, 1988, colección Letras Hispánicas, núm. 279). No son, por lo demás, difíciles de encontrar en la obra fragmentos en los que Unamuno alza su voz contra los espíritus apáticos. Sirvan estos, a modo de ejemplo clarificador: “Mira, lector, aunque no te conozco, te quiero tanto que si pudiese tenerte en mis manos, te abriría el pecho y en el cogollo del corazón te rasgaría una llaga y te pondría allí vinagre y sal para que no pudieses descanser nunca y vivieras en perpetua zozobra y en anhelo incacabable. Si no he logrado desasosegarte con mi Quijote es, créemelo bien, por mi torpeza y porque este muerto papel en que escribo ni grita, ni chilla, ni suspira, ni llora, porque no se hizo el lenguaje para que tú y yo nos entendiéramos.” (Segunda Parte, capítulos LXXII y LXXIII; pág. 505 de la ediciòn citada). “Procura vivir en continuo vértigo pasional, dominado por una pasión cualquiera. Solo los apasionados llevan a cabo obras verdaderamente dureaderas y frecundas.” (Del prólogo de la obra, añadido en 1914, El sepulcro de Don Quijote; pág. 150 de la edición citada).

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Vamos terminando este artículo reproduciendo las líneas finales del ensayo ¡Adentro!, al que Unamuno pone el siguiente acápite: "In interiore hominis habitat veritas".

Me dices en tu carta que, si hasta ahora ha sido tu divisa, ¡adelante!, de hoy en más será, ¡arriba! Deja eso de adelante y atrás, arriba y abajo, a progresistas y retrógrados, ascendentes y descendentes, que se mueven en el espacio exterior tan sólo, y busca el otro, tu ámbito interior, el ideal, el de tu alma. Forcejea por meter en ella al universo entero, que es la mejor manera de derramarte en él. Considera que no hay dentro de Dios más que tú y el mundo y que si formas parte de éste porque te mantiene, forma también él parte de ti, porque en ti lo conoces. En vez de decir, pues, ¡adelante! o ¡arriba!, di: ¡adentro! Reconcéntrate para irradiar; deja llenarte para que rebases luego, conservando el manantial. Recógete en ti mismo para mejor darte a los demás todo entero e indiviso. –Doy cuanto tengo –dice el generoso; –doy cuanto valgo –dice el abnegado; –doy cuanto soy –dice el héroe; –me doy a mí mismo –dice el santo; y di tú con él, al darte: –Doy conmigo el universo entero–. Para ello tienes que hacerte universo, buscándolo dentro de ti. ¡Adentro!

Miguel de Unamuno: ¡Adentro!

Los Ensayos de Unamuno están publicados en el volumen VIII de sus Obras completas (Biblioteca Castro. Fundación José Antonio Castro), en edición de Ricardo Senabre. Dichos Ensayos pueden leerse en el siguiente enlace:

http://www.iesdonbosco.com/data/lengua/ensayos._unamuno.pdf

De los tres ensayos escritos por Unamuno en 1900 -"¡Adentro!", "La ideocracia" y "La fe"-, hemos reproducido el primero, que puede encontrarse a partir de la página 311.

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Y para concluir ya este artículo, queremos hacer referencia a otro libro de Unamuno: Poemas de los pueblos de España. (Manejamos la edición de Manuel García Blanco: Madrid, Editorial Cátedra, 1987, 6.ª edición. Colección Letras Hispánicas, núm. 22).

El poema que hemos seleccionado (y que figura en la página 171) pone de manifiesto el amor de Unamuno hacia las tierras de España y hacia su lengua.

Toponimia hispánica

Ávila, Málaga, Cáceres,

Játiva, Mérida, Córdoba,

Ciudad Rodrigo, Sepúlveda,

Úbeda, Arévalo, Frómista,

Zumárraga, Salamanca,

Turégano, Zaragoza,

Lérida, Zamarramala,

Arramendiaga, Zamora.

Sois nombres de cuerpo entero,

libres, propios, los de nómina,

el tuétano indestructible

de nuestra lengua española.

Son 19 las ciudades que Unamuno evoca en su recorrideo por la geografía española; de ellas, 13 son palabras esdrújulas, por lo que el vínculo común de estos topónimos no es ninguna contigüedad física, sino meramente acústica, pues ha compuesto un romance de doce octosílabos con asonancia /ó-a/. en los versos pares, y adviértase que los cuatro primeros versos, así como el décimo, terminan en palabra esdrújula. Y aunque "aparentemente" estamos ante una simple enumeración de topónimos, lo que Unamuno pretende es su revalorización, al presentarlos como "el tuétano" (es decir, la médula) de "nuestra lengua española". Y de ahí que todos estos topómimos sean vocativos, a los que el poeta se dirige (en apóstrofe lírico), definiendo su esencia con su sola nominación; y de ahí el empleo de la formas verbal "sois", la única de todom el poema.

Miguel de Unamuno: Poemas de los pueblos de España.

Madrid, Editorial Cátedra, 1987, 6.ª edición; (primera

edición, 1975). Colección Letras Hispánicas, núm. 22).

Manuel García Blanco, editor literario.

[Los escritores de la Generación del 98 tuvieron preocupación por su entorno histórico y geográfico y, frecuentemente, volvieron su mirada a él con ojos nuevos. En prosa y en poesía, discurren por sus obras pueblos, paisajes, entes entrañables. Unamuno, porque le preocupaba, supo a amar a la tierra amplia de España ya ella dedica estos versos profundos, evocadores. Se debe al profesor Manuel García Blanco, conocedor como pocos de la obra unamuniana, la recopilación de estas composiciones; De esta manera, la presente edición se basa en un viejo proyecto del mismo Unamuno].

Puedes comprar sus libros en:

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