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Monika Zgustova
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Monika Zgustova (Foto: Javier Oliaga)

Entrevista a Monika Zgustova, autora de “Las rosas de Stalin”

“El hombre no está preparado para la libertad”

Por Javier Velasco Oliaga
miércoles 16 de marzo de 2016, 08:13h

Si alguien conoce en España los estragos que cometió Stalin y el comunismo en la Unión Soviética esa es la escritora Monika Zgustova, que lo sufrió en carne propia. Nacida en Praga, tuvo que huir con su familia del régimen soviético por la India. Igual que le ocurrió a Svetlana Allilúyeva, la hija de Yósif Stalin. “Si escribí Las rosas de Stalin es porque el destino de Svetlana me hablaba muy directamente, hasta llegué a obsesionarme con ella”, señala la escritora afincada en Barcelona.

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Monika Zgustova (Foto: Javier Oliaga)

La obsesión comenzó cuando cayeron en sus manos los dos libros autobiográficos que escribió Svetlana Allilúyeva, el primero fue sobre su vida en el Kremlin y el segundo sobre su historia de amor con el indio Brayesh Singh. Durante cuatro años y medio estuvo obsesionada con esos libros, leyendo y releyéndolos. No le quedaba otro remedio que escribir sobre ella para librarse de la obsesión. “Tenía que entrar en ella y revivir lo que me interesaba de ella. ¡Y qué mejor que escribir su vida!”, nos cuenta en una entrevista que mantuvimos en la agencia de publicidad que lleva Galaxia Gutenberg.

Las rosas de Stalin” cuenta la historia de Svetlana antes del exilio, el exilio en sí y su vida en Estados Unidos. “Opté por el género de la novela para poder entrar en el personaje y escribir desde dentro. No me interesaba hacer una biografía. Me interesaba más su psicología y las circunstancias que la llevaron a considerar el exilio como la mejor opción en su vida”, explica con claridad. Prefirió escribir la novela en tercera persona aunque a través de las cartas utiliza la primera. “Tuve la necesidad de utilizar la primera persona en algunas ocasiones”, confiesa al sentirse tan implicada con su historia.

Svetlana Allilúyeva tuvo dos grandes amores en su vida que la marcaron profundamente. Siendo adolescente se enamoró del cineasta judío Alekséi Kápler y su padre la mandó al Gulag para cortar la relación. Su segundo amor fue el que relató en su segundo libro y es el que mantuvo en una residencia con el comunista indio Brayesh Singh, “una persona que había viajado mucho y vivido en Occidente y que le enseñó que había un mundo muy distinto al suyo que no había ni sospechado”, relata la escritora checa.

A Brayesh Singh no le enviaron a Siberia pero sí le fueron matando poco a poco, equivocándole la medicación y haciéndole trabajar en la ancianidad. Así, la nomenklatura soviética la despojó de sus dos grandes amores. Ellos creían que por ser hija del gran estadista soviético de todos los tiempos no podía llevar una vida antisoviética. Sus obligaciones tenían que ser dar entrevistas por televisión, declaraciones prescritas por las autoridades y guardar un cierto decoro soviético. Así perdió a su segundo gran amor como ya perdió el primero en su juventud.

“Svetlana Allilúyeva era una persona que no se ocultaba las cosas a sí misma. Su padre, Stalin, era todo lo contrario. Ocultó que su mujer se suicidó por su culpa. Ella siempre fue consciente de que su padre fue un genocida”, desgrana con tranquilidad Monika Zgustova. Sin embargo, la relación con su padre hasta los diez años de edad fue muy normal, luego se fueron distanciando y se crió con su niñera. Stalin comenzó a hacer lo que bien sabía hacer: humillarla ante todos. “Era un tirano absoluto. No la dejaba vestir como quería y lo tenía que hacer como una vieja de Georgia”, describe la escritora.

A la muerte de su padre, la situación no mejoró, siempre tuvo la sensación de estar secuestrada y pese a enamorarse del intelectual indio, no pudo vivir una historia de amor por los impedimentos que les pusieron. A la muerte de Brayesh Singh quiso llevar sus cenizas a India. Incomprensiblemente, las autoridades soviéticas le dieron permiso y aprovechó para pedir asilo político en la embajada estadounidense en Nueva Delhi. El periplo sufrido fue muy parecido al que tuvo que pasar la autora de “Las rosas de Stalin” con sus padres y su hermano. “Escapamos a través de la India. Mi padre, gracias a unos amigos, consiguió un puesto de profesor en la Universidad de Cornell, aquello allanó el camino, pero aún así fue absolutamente dramático porque teníamos ganas de volver al país”, recuerda.

Algo parecido le ocurrió a Svetlana, por un lado tenía ganas de regresar a Moscú a ver a sus hijos y por otro, no. “Mentalmente se alejó de su propia cultura”, reflexiona la escritora. Decidió viajar a Estados Unidos, donde tenía ciertos contactos en la CIA. Siempre se sentiría vigilada y ya no conseguiría ser auténticamente feliz. Además, el periplo en Arizona fue un tanto kafkiano.

“Es una novela llena de venganzas. La madre de Svetlana se venga de Stalin suicidándose. Stalin se venga de todos organizando purga contra millones de soviéticos. Svetlana se venga de su padre emigrando a los Estados Unidos y sus hijos se vengan de ella, no aceptándola nunca más”, pormenoriza la escritora afincada en Barcelona. Cuando decide regresar a la patria, la vuelta es absolutamente desgraciada. No permanecería mucho tiempo en su patria y decide regresar por segunda vez a USA al no conseguir la felicidad buscada en el trato con sus hijos.

Es en las nuevas experiencias donde se recluye una y otra vez. “Empieza una vida nueva. Y esto le trajo una nueva identidad que le aportó paz y serenidad. Sobre todo cuando ya bastante anciana vive en una residencia. Cuando nadie la trataba como la hija de Stalin era feliz. Se sintió perseguida por la CIA, por su traductora, por su editor, por todos”, recalca Monika Zgustova.

Svetlana Allilúyeva vivió una doble marginación: por parte de las autoridades soviéticas, y también por parte de las americanas, que nunca terminaron de aceptarla. “Se pasó la vida huyendo de su pasado y de sí misma”, apunta la escritora y concluye: “el hombre no está preparado para la libertad”. Svetlana no fue auténticamente libre en toda su vida. Ni la dejaron, ni supo serlo cuando pudo.


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