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Alicia Salinas
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Alicia Salinas: “El arte tiene el poder de transformar la realidad”

Entrevista con la autora de "Gallina ciega"

Por Rolando Revagliatti
sábado 08 de diciembre de 2018, 19:26h
Alicia Salinas nació el 21 de septiembre de 1976 en Rosario (ciudad en la que reside), provincia de Santa Fe, República Argentina. Es Licenciada en Comunicación Social por la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario. Se desempeña en el área de Comunicación del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de Santa Fe, en el Instituto de Periodismo Rosario (ex TEA Taller Escuela Agencia de Periodismo), donde está a cargo de la cátedra de Taller de Redacción II, y colabora con el suplemento Cultura y Libros del diario “La Capital” de Rosario.
  • Gallina ciega

    Gallina ciega

  • Crisis social, medios y violencia

    Crisis social, medios y violencia

Alicia Salinas
Alicia Salinas

Se ha formado en dramaturgia y actuación. Es autora de obras de teatro, monólogos y piezas breves, algunas de las cuales fueron representadas. Ha sido incluida, entre otras, en las antologías “Los que siguen”, “Dodecaedro”, “Pulpa”, “Las 40. Poetas santafesinas 1922-1981”, “Diecinueve de fondo”, “Poetas del tercer mundo”, “Fin zona urbana”, “Veinte años del Festival Internacional de Poesía de Rosario”, “Abat jour”, “Corte al bies”, “Chazals on a bay trail” y “Somos centelleantes” (fanzine de artistas por el aborto legal). Poemas suyos fueron traducidos al inglés por el poeta John Oliver Simon. Participó en el volumen colectivo “Crisis social, medios y violencia: A diez años de los saqueos en Rosario”. Poemarios publicados: “La sumergida” (2003; 2ª edición —en formato electrónico—: 2016), “Gallina ciega” (2009) y “Tierra” (2017).

¿Con quiénes vivís, Alicia?

Con mi gata Janis, ser mágico con quien compartimos fecha de nacimiento, y mi adorada hija Isabel, milagro de la vida que me hizo conocer la espesura del amor y de la entrega. Por ella crucé muchos umbrales… ¡hasta he sido capaz de cocinar! En rigor se tornó necesario mejorar mi/nuestra alimentación, sobre todo durante la gestación y la lactancia, que se extendió tres años y nueve meses y medio con lo que ello implicó a nivel de esfuerzo psicofísico y negociaciones familiares y laborales. A pesar de lo perturbador que puede suponer una maternidad intensiva como la que voy eligiendo a cada paso, esta experiencia vital me afirmó en el feminismo, me permitió empoderarme y emanciparme, volar y enraizar —aunque parezca contradictorio. Semejante transformación también impactó en la poesía, sobre todo en el tono del libro “Tierra”, parido a tres años de devenir mujer-madre. Esta es una categoría que he adoptado para definirme y visibilizarla, por sus implicancias sociales y políticas.

Hoy trato de integrar lo aprendido a lo largo de mi vida, incluso la sombra, el dolor, el destrato, las distintas formas de violencia. Y de superarlas, muchas veces en un esfuerzo de la voluntad. Me veo en lo sucesivo dedicada a la crianza y el acompañamiento de mi hija, a la lectura y la escritura, al arte y a la vida, a dar y a recibir, intentando siempre transformar el mundo —desde mi lugar y junto a otros— en un paraje menos mezquino, más bello y humano. Menudas tareas, mientras me sea dado el aliento.

Por rosarina y participante de “Crisis social, medios y violencia. A diez años de los saqueos en Rosario”, te invito a que rememores aquella crisis y nos cuentes cómo se estructuró el volumen, quiénes han sido los otros autores incluidos y a qué apuntaba tu crónica.

Cuando ocurrieron los saqueos de mayo de 1989 yo tenía doce años, estaba en séptimo grado. Recuerdo que se nos interrumpió la cotidianeidad porque fueron días en los que había revueltas e irrupción en locales en casi todos los barrios, se suspendieron las clases, no circulaban los colectivos ni atendían los bancos, se declaró estado de sitio. Mi familia vivía a pocas cuadras de un supermercado grande, en zona sur casi sobre bulevar Oroño, arteria de doble mano que al salir de la ciudad se transforma en la autopista a Buenos Aires. Por allí veo llegar camiones verdes de Gendarmería y agentes apostados con armas largas; las calles desiertas y el aire tenso; el vecino de al lado —atendía una granja en su garaje— subido a una banqueta para destornillar el cartel metálico que revelaba la existencia de provisiones adentro de la casa. Conozco personas que participaron de aquellos saqueos y otras cuyos comercios fueron saqueados. Creo que la inquietud de los adultos a mi alrededor en aquellos días pasaba por cómo conseguir los alimentos, cuyos precios eran permanentemente remarcados y luego se cerraron los canales de abastecimiento, por la inflación desmedida, por la crisis social y económica a la que sobrevino la salida del presidente Raúl Alfonsín del gobierno. Hubo casi una decena de muertos y la evidencia inocultable en la escena pública —a mi salida de la infancia— de la desigualdad y de la pobreza.

Cuando ya trabajando en el diario faltaba un mes para el décimo aniversario de los hechos, propuse un ejercicio de memoria para reconstruirlos. Mis jefes aceptaron aunque implicaba salir de la rutina asignada y sostuvieron que acudiera a la hemeroteca municipal a rastrear las noticias aparecidas en el 89 (hacíamos periodismo sin Google ni redes sociales; “El Ciudadano” no tenía archivo de la época porque era recién nacido) y a tomar testimonios de vecinos, supermercadistas, historiadores y periodistas vinculados directamente a los saqueos, hasta entonces los únicos de la historia reciente. La nota ocupó dos o tres páginas y se llamó “Crónica de una ciudad tomada”. En paralelo desde la UNR se preparaba uno de los primeros trabajos que abordó estos sucesos desde la mirada antropológica, histórica, periodística. Mi artículo —ampliado con nuevos datos y otros que no habían entrado en el original— fue incluido en un volumen colectivo que se editó luego de un foro de análisis sobre el tema, celebrado en agosto de 1999 en el Complejo Cultural de la Cooperación.

El libro figura en muchísimas bibliotecas institucionales y ha sido citado en numerosas investigaciones. Lo publicaron el CECYT (Centro de Estudios en Cultura y Tecnología), el CEHO (Centro de Estudios de Historia Obrera) y el CEA-CU (Centro de Estudios Antropológicos en Contextos Urbanos) de la UNR. Recoge artículos de periodistas, antropólogos, historiadores y comunicadores sociales: Osvaldo Aguirre, Gabriela Águila, Cristina Viano, Gloria Rodríguez, Nora Arias, Edith Cámpora, Silvina De Zorzi, Pablo Francescutti, Santiago Arias, Gabriela Czarny, Claudio Rizzo, Horacio Sívori, Luis Baggiolini, Sandra Valdettaro y el militante social y de derechos humanos Rubén Naranjo.

“Educación sexual para decidir. Anticonceptivos para no abortar. Aborto legal para no morir”, leo en la contratapa de “Somos centelleantes”, fanzine (impreso con carácter de urgencia) de artistas por el aborto legal, seguro y gratuito (disponible en Internet). Casi treinta escritoras incluidas, con prosas y poemas.

Este libro surgió de una convocatoria por redes sociales que hizo en junio un grupo de poetas y en el que se incluyó un texto publicado en “Gallina ciega” (“Niño de invierno”). “Somos centelleantes” nació como fanzine urgente poco antes del tratamiento del proyecto de ley sobre el derecho al aborto en la Cámara de Diputados y se distribuyó durante la extensa vigilia frente al Congreso de la Nación. Recoge textos de veintiocho escritoras argentinas, incluida la poeta y militante ya fallecida Hilda Rais [1951-2016]. Además dio lugar a la formación de un colectivo literario, mujeres artistas que estamos a favor de la legalización del aborto y tenemos la convicción de que el arte tiene el poder de transformar la realidad. Por eso no nos callamos, no nos resignamos a que decidan por nuestros cuerpos, tomamos las calles y las palabras. Así nos definimos.

La antología se presentó en agosto en Buenos Aires, a sólo tres días del debate en la Cámara de Senadores. De distribución gratuita, ha sido leída en voz alta aquí y allá, al calor de las movilizaciones y actividades que impulsa el movimiento de mujeres en torno al derecho al aborto seguro y gratuito. Hemos promovido su impresión y circulación, por eso puede descargarse en forma sencilla desde la web*. Compilada por Romina Ávila Tosi, Fernanda López, Gaby Mena y María Raquel Resta, “Somos centelleantes” lleva una ilustración de tapa de Sukermercado (Paula Suke), con diseño de León Pereyra. Las autoras somos, además de Rais y quien suscribe, Gabriela Pignataro, Claudia Almada, Flor Codagnone, Aldana Antoni, Clara Suárez, Gaby Mena, Gladis López Riquert, Liliana Garulli, Natalia López, Natalia Bericat, Romina Ávila Tosi, Fernanda López, Vera Grimmer, Silvina Gruppo, Lila Magrotti Messa, Carolina Bruck, María Raquel Resta, Macarena Moraña, Patricia Maidana, Analía Medina, Alicia Benítez, Malena Saito, Patricia González López, Andi Nachon, Julieta Troielli y Fernanda García Lao.

El escritor mexicano Federico Campbell (1941-2014) afirmó: “Lo importante no es escribir cuando se tiene algo que decir, sino cuando se tiene deseos de decirlo”. ¿Algún comentario…?

Ojalá el deseo rigiera siempre nuestras vidas, no sólo nuestra escritura. Creo que al empezar a escribir —y también cuando continuamos— lo hacemos porque sentimos ganas, necesidad, placer o alivio al expresarnos. Es un momento del proceso creativo que —siguiendo a Nietzsche— podríamos definir como dionisiaco, por caótico y libre. Pero también es parte de ese proceso el llamado al orden, es decir, la corrección y la autocorrección, la apertura a lo estilístico y al oficio, según el filósofo, “lo apolíneo”. Si sólo contemplamos el deseo, lo que algunos llaman “el amor al arte”, dejamos de lado la dimensión de trabajo que también suponen las tareas artísticas, y las investimos de cierto halo místico. Escribir es siempre re-escribir.

Me interesa tomar conciencia de que no estamos solos en el mundo sino que nos sumamos a un coro de voces: enraizados, los poetas dialogamos entre nosotros, con los maestros, con la tradición y con otras disciplinas. Entonces, producir un objeto artístico en general y poético en particular implica insertarse siempre en una trama colectiva, ofrecer mi palabra a esa red. En verdad no quisiera establecer generalidades o conceptos cerrados, se trata más bien de puntos de vista que van decantando a partir de la experiencia, la reflexión, las búsquedas.

Mi propia producción ha sido permanente desde la adolescencia y bastante profusa. Tengo escritos cientos de poemas aunque en los últimos quince años concreté el armado y la publicación de tres libros, que a lo sumo incluyen sólo cien. “La sumergida” apareció en el marco de un proyecto cooperativo en el que un grupo de poetas jóvenes de Rosario nos reunimos bajo el paraguas del sello “Los Lanzallamas”. Casi todos editamos en la denominada “Colección Camalote” nuestros primeros poemarios. El libro había surgido en 2002, año especialmente crítico en la Argentina, y recoge tres voces: una militante desaparecida hablando desde el fondo del Río de la Plata, quien la acusa y quien la perdona/comprende/redime. Ya no quedan más ejemplares de papel pero se puede leer on line porque en 2016, al cumplirse cuatro décadas del golpe de Estado, fue editado en el País Vasco por Xabier Susperregui con portada de la artista plástica mexicana Guadalupe Montemayor. En 2009 publiqué “Gallina ciega” a través de la editorial rosarina Ciudad Gótica; hay un cambio en el matiz de la voz y aparecen tres escenarios que de alguna manera también están presentes en el libro posterior: lo doméstico, delimitado por la casa y que determina la vivencia de la intimidad; lo silvestre y natural como apertura que pone en relación con la exterioridad; y la ciudad como escenario donde emerge la cuestión social. “Tierra”, que salió por el sello porteño La Mariposa y la Iguana, es a pesar de sus zonas oscuras, más luminoso. Los poemas maduraron con los años, se depuraron, adoptaron por fin una forma. Los esperé con paciencia. Parece que debí estar bajo el agua y luego a los tumbos como la gallina antes de conectarme con los ciclos de la naturaleza, de echar raíces. La tierra es la superficie firme sobre la que caminamos, pero también tiene la capacidad de descomponerse en polvo… Lo duro contiene lo blando. La novedad es que esa blandura se manifestó en mí y en mi poesía.

¿Pocas pulgas, grandes dotes, numerosos cargos, notable versatilidad o altos ideales?

Ojalá sean altos mis ideales y en las prácticas se traduzcan. Que no tenga miedo de sacudirme las pulgas, porque eso significará que no resulto condescendiente frente a lo que me daña o disgusta, que le puedo poner un límite (probablemente el gran aprendizaje a transitar). Es posible que lo versátil me caracterice o haya caracterizado, de hecho desde niña tengo hiperlaxitud, léase facilidad para estirarme y rotar las articulaciones. El cuerpo da una pauta, hay que ver que no le ganen la estructura, el enfoque excesivo, la rigidez de la mente. Como decía más arriba, debí dar rodeos y tomar desvíos para anidar y afirmarme en casi todos los frentes, en especial en el camino hacia lo artístico. De allí puede provenir la configuración de un escenario de abundantes tramas, algunas superpuestas, lo que ahora se llama multitasking. Pero hay un denominador común en esta ecuación: la palabra, la comunicación, el ir hacia los otros para buscar, encontrar, completar, crear un sentido. El resto son los movimientos que se despliegan en distintas direcciones, los intentos, las exploraciones, los estrépitos… Si en algún lugar residen las dotes es en la intención de emprender un vaivén, de pulsar un ritmo.

Lo que quisiera más allá de estas pruebas y errores propios del arte y de la vida, es seguir habitando la casa de la poesía. Que desde allí pueda parar la olla, tomando una expresión popular, se presenta más complicado. En consecuencia, me vislumbro en el ejercicio de otras actividades, además de la lectura y la escritura, a las que el mercado les asigne un valor; quiera el universo que tales tareas estén siempre pespunteadas por el hilo de la palabra. También me encantaría que hiciéramos del poético un oficio sustentable —en lo colectivo, más allá de las individualidades—, porque no sólo nos situaría como trabajadores sino que sumaría una gran potencia en términos sociales, culturales.

¿Qué hábitos ajenos te resultan detestables y cuáles de los propios deplorás?

La neutralidad me resulta tan detestable como peligrosa; más que antes me irritan los vectores pusilánimes, el abuso del poder y la confianza. Por supuesto, reniego de la violencia en todas sus formas, cual sea el rostro o la máscara que asume o la apaña. De mí me disgusta cuando me vuelvo demasiado severa o demasiado insegura, dos polos que parecen opuestos pero conviven, incluso a veces frente a la misma situación. Dicen los que saben que se trata de integrar la sombra, de aceptar… ¡Ay, si se pudiera aceptar sin resignarse y encima operar un cambio verdadero, qué lección tan luminosa atesoraría(mos)!

Tuve un hábito que llegué a deplorar porque hacia el final me dominaba y no lograba librarme de él ni queriendo desde el fondo de mi corazón: fumar tabaco. Por suerte a los treinta y seis años, luego de veintidós de consumir cigarrillos casi a diario, apagué la última colilla. Fue un esfuerzo de la voluntad y agradezco sostener esta decisión. Hoy miro el celular más de la cuenta y me preocupa que roce lo adictivo estar tan pendiente de él. No obstante valoro que se haya transformado en una puerta de acceso a materiales que de otra manera no leería, sobre todo en las noches de insomnio, cuando la casa por fin reposa. Debo pedirle una cita a la Justa Medida, pero al menos para mí es una señora bastante escurridiza. Quizás con los años nos veamos más seguido.

El poeta y periodista bonaerense Osvaldo Aguirre una vez le preguntó al poeta santafesino Hugo Gola (1927-2015) en un diálogo que, como éste, se realizó a través del correo electrónico: “¿Cómo se propone el trabajo sobre el espacio del poema, sobre el blanco de la página?” Y vos, ¿cómo te proponés el trabajo sobre el espacio del poema, sobre el blanco de la página?...

Para mí es importante el blanco a la hora de leer un poema. Por eso me perturba la pantalla del celular en tanto pierdo la disposición gráfica; la dimensión del poema, los versos y las palabras insertos en un espacio, en un plano. Al momento de escribir no puedo considerar todo esto en forma plena, como está aflorando el texto se juegan otras cosas además. Pero en la reescritura sí le voy a prestar más atención, aclarando que practico la escritura definitiva en la computadora o en un papel impreso. No tomo decisiones finales sobre poemas que figuran en cuadernos, papeles, agendas, aunque antes de pasarlos a formato digital los haya editado. En el último tiempo prefiero tipiar los manuscritos y dejarlos agrupados en archivos de Word por periodos, para más tarde leerlos, releerlos o corregirlos. Esta es una modalidad adquirida con los años: en cambio, con los materiales que desde la adolescencia surgían a borbotones llené varias carpetas. Entonces no tenía una PC a mano para digitalizarlos ni cabal conciencia de aspectos técnicos que luego incorporé, en términos de recursos pero también de preocupaciones y posicionamientos.

En suma, la última versión del poema —aunque sea provisoria— reside siempre en la computadora. No escribo en el celular, y debe estar relacionado con la posibilidad de apreciar la forma que ocupa el poema en el espacio, en el blanco.

De aquí y de allá transcribiré unas citas. Mi invitación es a que nos cuentes cuál más te estimula: Federico Jeanmaire (de su novela “Papá”, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2003): “...se me hace que la escritura, al igual que la vida, resulta perfectamente incapaz de responder a ninguna otra cuestión que no sea su propia posibilidad de existir. La escritura, esa cosa tan perfectamente incapaz, al igual que la vida, de responder a ninguna otra cuestión que sea su precaria y angustiosa necesidad de ser.” Antonio Machado: “El poeta es un pescador, no de peces, sino de pescados vivos; entendámonos, de peces que puedan vivir después de pescados.” Julio Cortázar: “Lo literario resulta de combinar heterogeneidades en potencia con heterogeneidades en acto.”

Me identifico más con la frase de Machado, por varios motivos. Además de que brilla en su brevedad, destaco la figura del pescador como alguien que trabaja, que desarrolla una tarea, la cual puede ser accesible a cualquiera (no hablamos de ejercer como astronautas en una nave despresurizada ni de emprender algo exótico). Solo hay que tener para el hallazgo cierta habilidad, maña o arte que trascienden incluso lo que llaman talento.

Si bien no me gustan demasiado las definiciones tipo “la poesía es…”, “el poeta es…”, veo que aquí se traduce esa esencia en una búsqueda, en el orden del movimiento, del hacer, del discernimiento. Porque puedo pescar un pez común y corriente pero, mal que me pese el trabajo o el tiempo que me ha llevado encontrarlo, deberé devolverlo a las aguas. En cambio, el objeto artístico es en realidad un organismo vivo, y sobre todo capaz de vivir, cuya vitalidad no se apaga en la instancia del encuentro sino que sigue resonando en los otros después y quizás siempre. Yo también resueno: la poesía, de todos y para todos; la poesía, el pescador, el río y la red…

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Además de los mil ejemplares impresos de “Somos centellantes”, el material se puede descargar gratuitamente desde el siguiente link: https://issuu.com/fanzinesyplaquetas/docs/somos_centelleantes_dispositivos

Alicia Salinas y su querida gata Janis
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