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"La primera cruzada. Una nueva historia", de Thomas Asbridge

Ed. Ático de los Libros
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
martes 31 de agosto de 2021, 18:00h
La primera cruzada
La primera cruzada
“En noviembre del 1095, el papa Urbano II pronunció un trascendental discurso que encendió la llama del fervor cristiano en Occidente. Los cristianos de Oriente eran víctimas de una violencia terrible, Jerusalén llevaba siglos en manos del enemigo musulmán y era imperativo recuperarla. Miles de hombres, desde caballeros a desposeídos, respondieron a la llamada a las armas de Urbano con la mayor movilización militar desde la caída del Imperio romano: había nacido la Primera Cruzada”.

En ese citado mes de noviembre, su último martes, y en ese año, en Clermont Ferrand, el papa benedictino Urbano II [Cardenal Odo-Eudes-Otto-Otho-Odón. Lagery, 1042-Papa nº 159 de la Iglesia católica apostólica y romana entre 1088 y, Roma, 29 de julio de 1099], se encargaría de la prédica, entre los años 1094 y 1099, de la Primera Cruzada.

Su Santidad declaró, sin ambages, que Dios Todopoderoso quería, y era el divino deseo innegociable de que los magnates, monarcas y caballeros cristianos europeos librasen una guerra feroz y sangrienta, sin tregua de ningún tipo, contra el Islam para de este modo y manera conseguir la recuperación de la Ciudad Santa jerosolomitana. Urbano II pronunció un discurso electrizante, con un verbo tan inflamado que todos los europeos occidentales se pusieron en camino. El fervor cristiano en la Europa occidental se incrementó hasta límites insospechados. Los cristianos del Imperio Romano de Oriente, léase Bizancio, estaban sufriendo una inusitada violencia por parte de los mahometanos. Pero, lo más doloroso estribaba en que la ciudad de Cristo, la urbe que había sido la capital de los jebuseos, en el monte de Sión, y luego conquistada por el rey hebreo David, es decir Jerusalén , llevaba siglos en poder de los infieles agarenos; por lo tanto la reconquista jerosolomitana era prioritaria. “Miles de hombres, desde caballeros a desposeídos, respondieron a la llamada a las armas con la mayor movilización militar desde la caída del Imperio romano: así fue como nació la Primera Cruzada”.

Este libro, como toda la colección historiográfica de la editora que posee ese nombre tan conspicuo, Ático de los Libros, es una auténtica obra maestra eximia y paradigmática. Es una más que rigurosa obra de Historia del Medioevo. El profesor Asbridge es uno de los más eximios medievalistas de Europa, siendo docente en la Universidad londinense Queen Mary. En este fenomenal volumen se nos ofrece un relato apasionante, riguroso y pormenorizado sobre esa empresa titánica que llevó a los seguidores de la cruz occidentales hasta Tierra Santa. ¿Qué les impulsaba?, el propio autor nos lo indica, sin ambages, eran la devoción al Hijo de Dios y la propia ambición personal que les acercaba a su enriquecimiento personal. “Acompañaremos a la hueste en Constantinopla, una ciudad exótica y opulenta que los cautivó, en el asedio de Nicea, en los duros veranos e inviernos en el desierto y en la decisiva batalla de Antioquía, hasta llegar al inesperado desenlace de la cruzada en la Ciudad Santa”.

La obra fue escrita en Londres, en noviembre de 2003. No me resisto a colocar, en este reseña-ensayo, el texto del sermón del papa Urbano II, que define mejor que nada lo que empujaba a aquellos hombres hacia subvertir, con toda razón, el nuevo orden establecido por el Islam en Palestina. “Una raza absolutamente extraña a Dios ha invadido la tierra de los cristianos y ha sometido a sus gentes con la espada, el pillaje y el fuego. Esos hombres destruyen los altares tras mancillarlos con sus prácticas inmundas. Circuncidan a los cristianos y luego vierten la sangre de las circuncisiones sobre los altares o en las pilas bautismales. Y a quienes eligen atormentar con una muerte repugnante, les abren el ombligo, les sacan el intestino y lo clavan a una estaca, después de lo cual los azotan para hacerlos arrastrarse alrededor hasta caer muertos al suelo con las entrañas fuera. ¿Qué diré de la espantosa violación de las mujeres, de la que es más aciago hablar que guardar silencio? A quién corresponde, por tanto, la tarea de vengar y redimir semejante situación sino a vosotros, a quienes, sobre todas las naciones, Dios ha concedido la gloria extraordinaria de las armas, la grandeza del corazón, la agilidad del cuerpo y la fuerza para doblegar a cualquiera que se os resista”. La nobleza francesa, o de los francos, que era una de las clases guerreras más agresivas de Europa serían los regidores de la cruzada. El protagonista del hecho es el papa Urbano II; este es un hombre del Medioevo, y está totalmente imbricado en el devenir vivencial diario de esa riquísima época, tan vilipendiada por la estulticia habitual de algunos de los europeos de los malhadados siglos XIX, XX y XXI.

Los católicos romanos, de rito latino, del momento histórico de Urbano II, tienen al Todopoderoso Dios como el centro de su vida cotidiana, y su poder absoluto no es discutido por nadie. Nadie se atreve, por inconcebible, a discutir la existencia del propio Dios. “En el mundo en que creció Urbano, la vida consistía básicamente en una lucha por evitar el pecado y alcanzar la salvación eterna”. El joven Odón de Lagery, futuro Urbano II, fue enviado a estudiar a la escuela episcopal de la gran ciudad de los soberanos de Francia, es decir Reims; en su catedral llegará a ser archidiácono. Hacia la treintena de su vida, el futuro papa decidió drásticamente convertirse en monje benedictino; en una mezcla de ambición personal y de piedad, y se dirigió para ingresar a Cluny. El resto de la trama exige, sin circunloquios, una lectura atenta y obvia de este libro magistral que contiene todo sobre esta Primera Cruzada, que abrió heridas entre el Cristianismo y el Islam que nunca se han cerrado. Sobresaliente cum laude.Nobis cum semel occiderit breuis lux”.

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