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"Operación Castigo. Objetivo: las presas del Ruhr, 1943", de Max Hastings

Ed. Crítica. 2021
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
viernes 10 de febrero de 2023, 19:02h
Operación Castigo
Operación Castigo
Estamos en el mes de mayo del año 1943, cuando los Aliados están hartos de aquella sangrienta confrontación bélica contra el Eje (Alemania; Italia; Japón), que se está llevando por delante a lo mejor y más granado de su generación, en ambos lados las muertes se multiplican, ya, hasta límites insospechados. Y lo que parecía una victoria alemana inapelable, ya está claro que se está decantando hacia una derrota germana inevitable.

«A mediados de marzo de 1943 y con gran secreto se formó el Escuadrón X, cuya misión era romper las represas del Ruhr para inundar las tierras de cultivo y paralizar la industria en ese importantísimo valle alemán. Si bien el heroísmo de la tripulación aérea fue totalmente auténtico, al igual que la brillantez de algunos protagonistas de la misión como Barnes Wallis -el inventor de la bomba ‘Upkeep’-, también lo fue que los comandantes que prometieron a sus jóvenes aviadores que el éxito podría acortar la guerra fantasearon salvajemente. Hastings describe vívidamente toda la operación, desde la perspectiva puramente militar a las devastadoras pérdidas materiales y humanas: unos 1.400 civiles murieron en las inundaciones que arrasaron el valle del Möhne, más de la mitad de ellos prisioneras francesas o trabajadoras forzadas rusas y polacas. Solo Max Hastings podía ofrecernos un relato nuevo de esta operación legendaria. Pudo entrevistarse con algunos de sus protagonistas como el propio Barnes Wallis, y sitúa el asalto a las presas en el panorama general de la ofensiva de bombarderos y de la segunda guerra mundial, con retratos conmovedores de los jóvenes aviadores, muchos de los cuales perdieron la vida. Como todos los libros de Hastings, ‘Operación Castigo’ es sobre todo una historia humana, que retrata a los jóvenes héroes del Escuadrón 617 con un detalle sin precedentes. Esta es una historia conmovedora e intemporal, de hombres muy jóvenes que lograron lo casi imposible, pero también, sin pensarlo, desató una catástrofe de proporciones impensables».

Lo más grave, para los británicos, era, en ese año 1943, que los que se estaban llevando toda la gloria eran los comunistas del estalinista Ejército Rojo, que eran quienes estaban realizando el mayor gasto en vidas humanas, en aquella sangría terrorífica. En el final del invierno de 1942, se había producido ya la masacre de Stalingrado, donde la rendición de los soldados del Heers, del Sexto Ejército del pusilánime Mariscal de Campo Friedrich Paulus, había producido la muerte de 150.000 soldados germanos y el aherrojamiento de otros 110.000; esta catástrofe militar contrastaba con la pírrica victoria del británico Montgomery sobre el Mariscal de Campo Erwin Rommel, en noviembre de 1942, en la batalla de El Alamein, donde Alemania había perdido 9.000 soldados, y los treinta mil prisioneros habían sido italianos, en su mayor parte. En la prensa británica de aquel malhadado 1943, se recogían, de continuo, los avances fulgurantes de los soldados del criminal y genocida Josef Stalin, cuyas pérdidas en hombres no preocupaban, ni poco ni mucho, al dictador georgiano soviético.

Entre la opinión pública estadounidense, que ya se sentía concernida en su guerra contra los alemanes; a pesar de que algunos de sus prohombres, léase Ford o Lindbergh o Brundage estaban del lado alemán, entre otros de mayor o menor enjundia; se seguía mirando con cierto recelo los triunfos de los británicos en el norte de África. Todo este comportamiento, tan poco satisfactorio, conllevó que Winston Churchill se viese obligado a cesar en su puesto de ministro de Defensa. Ya que, desde el triunfo con sangre, sudor y lágrimas de la RAF en la batalla de Inglaterra, en el año 1940, el esfuerzo bélico británico apenas daba los frutos apetecidos. El jefe del Escuadrón 106 del Mando de Bombarderos de la RAF, Guy Gibson, escribía en los albores de 1943: “Era agradable estar allí sentado, descansando, convencido de que lo peor había pasado […] La tarde había sido placentera y prácticamente habíamos ‘ganado’ la guerra. Pero no nos habríamos sentido tan satisfechos de haber sabido qué grandes batallas nos aguardaban aún; qué grave número de bajas deberíamos soportar […] La marea se retiraba, sí; pero el año iba a ser bisiesto”.

Pero, a pesar de los deseos incoercibles de millones de personas, a ambos lados del océano Atlántico; de que era necesario ir con todo lo máximo posible contra el Führer, Adolf Hitler; los líderes de los occidentales deseaban, mejor, ir paso a paso, con el fin de evitar el gasto ingente de miles de soldados muertos; como estaba ocurriendo en el frente oriental. Aunque, el jefe supremo de los Aliados, en EE. UU., general de cinco estrellas George Marshall, estaba más que ahíto de la cautela, con la que se comportaban los británicos en ese momento histórico de la guerra, cuando era más que necesario acelerar el paso, para evitar que la URSS de Stalin se engullese todo el mayor número de países posibles en su frontera occidental, ¡como así, desgraciadamente, ocurriría!, privando de libertad a esos pueblos durante decenios. Aunque, es preciso conocer que, mientras EE. UU. y Gran Bretaña eran dos conspicuas potencias marítimas, la Alemania hitleriana era una gran potencia terrestre; ya que, tras la Primera Guerra Mundial, desarrollada entre 1914 y 1918, al haberse privado a los germanos de sus territorios de Ultramar, no necesitaban mucho esfuerzo para la construcción de barcos, que no iban a utilizar en ninguna circunstancia; porque su Lebensraum era europeo. “La voz de Churchill -con el respaldo intelectual de asesores militares profesionales entre los que destacaron Portal y Alanbrooke- fue decisiva para demorar el Día D hasta junio de 1944, lo que salvó cientos de miles de vidas estadounidenses y británicas. Entretanto, resultaba vital para la moral y el prestigio de los Aliados occidentales, y muy en particular de la nación de Churchill, transmitir que Gran Bretaña estaba librando la guerra contra Alemania con absolutamente todos los medios a su alcance”.

Por otro lado, el crecimiento industrial norteamericano fue bastante lento, pero muy meditado, hasta que consiguieron crear un avión, de una gran eficacia bélica, como fueron los bombarderos-pesados, los cuales estuvieron encargados de ser la aportación paradigmática para la derrota de Alemania, entre la caída de la Francia, en junio de 1940, y la invasión de las playas de Normandía; y así acabar con la resistencia de la Wehrmacht y, consiguientemente, con el régimen nacionalsocialista y con la propia guerra. Ya estaban creadas las condiciones para acabar con las presas y embalses alemanes, lo que dejaría a la maquinaria industrial alemana en situación más que vulnerable; y uno de los lugares a destruir era, indudablemente, la cuenca del Ruhr. Hasta aquí el análisis prologado de este libro fuera de serie, qué recomiendo vivamente, ¡Completísimo y sin fisuras históricas! «Reformare homines per sacra, non sacra per homines».

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