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La familia
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La familia (Foto: Maudy Ventosa)

MAMÁ, ¡LO SABES TODO!

Llega un tiempo en que una delgada línea separa la madurez de la senectud. Lo que nosotros creemos que es madurez, nuestro hijos lo ven como chochez. Sí, el tiempo nos convierte en viejos chochos y nosotros nos seguimos creyendo eternamente jóvenes. Los sesenta de ahora son los cuarenta de hace medio siglo. Así que sigamos sintiéndonos jóvenes y que los viejos jóvenes nos sigan viendo como Amparito. Nos lo cuenta Azucena marchita del Valle en "¡Mamá, ¡lo sabes todo!" o casi.

- Puri, me ha dicho una amiga que le contó su prima que a su vecina…

- Para el carro, Vani. Aparca el burro, que me vas a hablar de tu prima Amparito.

- ¡Siempre me pillas, tía! Está la pobre desanimada porque la hija anda agarrando la adolescencia, o más, y ha pasado de mirarla con arrobo y sonrisa de lela y decirle: ¡Mamá, lo sabes todo! A un despectivo: ¡No tienes ni idea! Y me ahorro el “ni p… idea” porque no queda bien en boca de menor o similar, y por eso de la reformación emprendida.

- Es un hecho manifiesto y estudiado que la imagen, idealizada muchas veces, que tienen los hijos de los padres cambia con la edad. Pero ¡tanto! Si es que cuando crecen parece que te detestan, incluso. O que se avergüenzan de ti. Si echas la memoria atrás, pequeño saltamontes desbocado, ¿no haces tú algo parecido con tu santa?, que no la dejas abrir la boca en sitios públicos no vaya a meter la pata con el funcionario de turno? ¿Cuántas veces torcías el hocico y la echabas esa mirada de perdonavidas cuando se hacía la graciosa, en tu casa, delante de tus amigas? Memoria floja tenemos, colega.

- Bueno, pero es que mi madre es mucho de ponerse a la altura de cualquiera y entablar conversación con el sereno si viene a cuento. ¡Menuda es ella para taparla la boca!

- Ya, eso no quita que su autoestima sufra con el comportamiento de sabelotodo y suficiencia que adoptas delante de nosotras. Además, nos cae genial porque es una tía enrollada que mola para su edad. Un suponer.

- Ya, claro, se cree guay y opina de todo. ¿Y los pantalones de pitillo que lleva con sesenta y pico? Hasta dice tacos y quiere fumar. ¡Vaya! ¡Un despropósito! ¡Solo la falta echarse un novio y ponerse a viajar en moto!

- Es el momento de preguntarte, Vani, ¿cuándo has empezado a ver vieja a tu madre? ¿Por qué no puede tener las mismas necesidades que tú? ¿Por qué no puede vivir plenamente hasta que la parca la visite? La edad se lleva en los huesos, por supuesto, pero sobre todo en el cerebro, en la actitud que adoptas cuando te levantas cada día que amanece. ¡Ay, hijos descastados!

- No jodas, Puri. Cuando yo era pequeña no hacía tantas tonterías. Era una tía normal y formal. Iba a trabajar todo el día, hacía la cena al volver por la noche y la casa estaba como una patena porque limpiaba todo el fin de semana. Ahora anda despendolada y, si fuera gallina, no ponía el huevo en casa. ¡Vamos, que no es normal!

- ¡Mecachisss! ¡Ahora empieza a ser normal! ¡Lo dices como si se hubiera echado al monte! ¡Cuánto mejor nos iría si la gente mayor tuviera proyectos con los que entretenerse y divertirse! Te empiezas a morir cuando se acaban las ilusiones y solo piensas en lo que ya no puedes hacer; en el cuerpo serrano que tuviste y que ahora está lleno de achaques; en las cosas que no hiciste y que se quedaron por el camino; en las personas que ya no están a tu lado olvidando las que sí tienes cerca y no valoras tanto… Deberías alegrarte de que tu madre no sea la típica amargada egoísta que solo piensa en ella y en ir, cada semana, a dar la charla al médico de turno. ¡Pobres galenos, lo que tienen que aguantar!

- Si lo de tener marcha está bien, pero tía, ¡es mi madre y la veo muy suelta!

- Ayer, paseando, escuché la conversación de una pareja joven. No porque una sea de poner la oreja, sino por los decibelios del atolondrado que gritaba a los cuatro vientos más que hablar a la compañera: “!Y encima mi padre no puede comprarse la moto y ella se lo gasta todo en cremas! Le llegó una factura de 150 euros, ¡de una sola crema y él sin la moto!”

- Algo gordo soltaría la acompañante…

- ¡Y tan gordo! La pava solo dijo: “pues mi madre no hace eso…” A punto estuve de plantarme delante de él y soltarle: sería para las estrías que la dejaste en la barriga cuando te aguantó nueve meses, ¡so memo!

- Seguro que el chico también la quería mucho cuando era pequeño, pero ahora que tiene criterio de adulto la ve de otra manera…

- ¡Joder, Vani! Es como cuando relees un buen libro pasados veinte años… El libro sigue siendo el mismo. Cojonudo. Tú eres la que ha cambiado. ¿Por qué? ¿Quieres que te hable del vínculo que se establece, especialmente con la madre, desde el momento de la gestación y que te ha permitido gestionar tus conductas y emociones de una forma sana? Para eso están los psicólogos y hay muchos expertos. Yo voy a hablarte como amiga.

- Pues voy lista, porque me vas a poner a parir…

- También me lo aplico a mí, que nadie está libre... Pienso en voz alta. Tenerlos cerca te daba seguridad, te quisieron como eras e hicieron crecer tu autoestima y desarrollar tus capacidades; creyeron en ti y la relación se basó en el amor incondicional. Te ayudaron a ser libre y responsable. A ser una buena persona, a tener empatía y corazón. A interaccionar sin ataduras. No tenían un Manual de instrucciones para criar hijas estupendas. Lo hicieron lo mejor que supieron. Seguramente fueron padres como habían sido hijos. Pero has crecido, tomas tus propias decisiones y quieres que se respete tu independencia. Y has descubierto algo importante: tus progenitores no tienen soluciones ni respuestas para todo; no son perfectos ni lo pretenden; detectas sus fallos a la primera y no perdonas uno…

- ¡Hombre! Unos cuantos tienen…

- ¡Como tú! Tu foco de atención ha cambiado. Tienes otros intereses, no admites que nadie te dé consejos y tus interacciones sociales y amistades te importan mucho. Buscamos la aprobación y el reconocimiento de los demás a través de nuestros actos, éxitos, imagen, familia… ¡Ay si la familia no está a la altura de nuestras expectativas! ¡Ay si no son perfectos y dignos de admiración! ¡Ay si mi madre es antigua, pesado, moderna o metepatas…! Se nos cayeron del pedestal hace tiempo y lo malo es que nos vemos reflejados en ellos. Sobre todo, en lo que detestamos. Se nos acaba el tiempo de decirles lo maravillosos que son y cuando se van, ya no hay remedio y te quedas echa unos zorros.

- Pues ahora no sé qué decirle a mi madre…

- Yo sí: que deje de sufrir por tu comportamiento y que no asuma responsabilidades que no son suyas. Y que ponga límites a tus impertinencias. Con asertividad, claro… ¡Ahí lo dejo!

- Machacada, pero ¡Cien por cien, Puri! ¡Cien por cien!

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