Cinco años antes, cinco largos años, Red Eléctrica había alertado acerca de los riesgos inherentes a un exceso de energías renovables. La compañía urgió la necesidad de desarrollar interconexiones con las centrales nucleares y las de ciclo combinado para evitar la sobrepotenciación. La respuesta de su presidenta, Beatriz Corredor, fue la misma que sirvió a los ciudadanos en su primera comparecencia tras tres días en paradero desconocido. Todo eran bulos, “tenemos el mejor sistema del mundo”.
No tardó en recibir el respaldo del presidente, para quien la misteriosa desaparición de quince gigavatios todavía no tenía una causa explicable, pero sí unos claros culpables: las compañías privadas o un ciberataque. Cuando todavía no existía Internet, Franco tenía un archivillano de referencia: la conspiración judeomasónica. Hoy ha mutado en “la derecha y la ultraderecha”: el infame Capital. Es decir, los “ultra-ricos”. No como la señora Corredor, conminada a subsistir con unos emolumentos miserables, apenas medio millón de euros anuales. Para “ultra-pobres”, además de Ávalos y su harén, las empresas que gestionan el holding de renovables. Son tan verdes, que sus dividendos se limitan a un par de lechugas.
Todo está el relato, un relato ideológico y sectario fundado sobre dos bases: el convencimiento de que el dogma progresista, por más que se pelee con la realidad, remite al mejor de los mundos, y el odio a quien lo cuestione. Cero energético, cero autocrítica. Apagón eléctrico, apagón informativo. De la oscuridad al oscurantismo. Un oscurantismo progresista, lo propio del Gobierno de la Transparencia.
Ya lo decía Lenin: “El comunismo son los soviets más electricidad”. Sin electricidad, ¿en qué nos quedamos? En el cortocircuito permanente, tal vez por un exceso de “enchufes” en la regleta de Moncloa. De ministra con Zapatero a presidenta de REE, el caso de Beatriz Corredor. De portero de puticlub a consejero de Renfe, el caso Koldo. Con un colofón sublime: la misma Teresa Rivera que impuso el cierre de las nucleares españolas bendice ahora las europeas. Dando gracias a Francia y a su energía nuclear, la que venimos comprando a escondidas -no nos vaya a fundir el relato-. Igual que compramos más gas ruso que antes de la invasión de Ucrania.
Con otro colofón no menos sublime: en pleno apagón, Zelenski, experto en reconectar su sistema, se brindó a ayudar a la tercermundista España. El último, que apague la luz.
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